Por José Moisés
Martín Carretero
Contexto,
14/09/2016.
La semana pasada hemos tenido noticia del magro resultado de
las gestiones realizadas para recuperar el dinero invertido en el rescate de
las entidades bancarias. De la cuantía final de 51 mil millones de euros, sólo
se han recuperado, hasta la fecha, 2.686 millones. Es decir, que estamos a la
espera de saber qué pasará –si es que pasa algo-- con los otros 48.324 millones
de euros. En cualquier caso, ya se ha informado de que una parte será
completamente irrecuperable.
El “préstamo en condiciones ventajosas”, sin “coste para la
ciudadanía”, se ha convertido en una pesada factura que, probablemente, no
tuviéramos más remedio que pagar, si no queríamos que nuestro sistema
financiero se evaporara y con él los ahorros y las inversiones de millones de
personas, llevando el país al caos. Es la ventaja del sistema bancario y su
particular concepción del riesgo moral: si gano, gano yo, si pierdo, pierdes
tú. Desde esta lógica, son las regulaciones –que estallaron a la vista de los
resultados-- las que garantizan que las entidades financieras no asuman más
riesgos de los debidos, al precio de establecer un aval implícito que garantiza
que no quebrarán. Mala regulación, vista gorda, prácticas sumamente arriesgadas
y un resultado final desastroso. Salvo para algunos.
Recapitulemos: el sistema financiero español realizó durante
una década una política crediticia arriesgada y basada en el principio de que
la propiedad inmobiliaria no baja nunca de precio. Pidieron prestado al
exterior –en mercados mayoristas, o a instituciones financieras del norte de
Europa-- para, aprovechando los bajos tipos de interés, colocar hipotecas
sobrevaloradas y financiar proyectos inmobiliarios, amén de otras operaciones
de dudoso interés, como la participación de Cajamadrid en las radiales. Cuando
estalla la burbuja inmobiliaria, comienzan los impagos y muchas promociones
inmobiliarias van a la quiebra, entrando como pérdidas en los balances de las
entidades. Donde antes ponía 1000, luego puso 500. Este deterioro de activos
ponía en riesgo la capacidad de las entidades para devolver sus préstamos y
garantizar los depósitos de los clientes. Los bancos –y el estado-- perdieron
la confianza del sistema crediticio internacional y se encontraron con serias
dificultades para devolver el dinero que habían tomado prestado de la banca
internacional.
En la estructura financiera de un banco, cuando hay
pérdidas, las categorías para responder a esas pérdidas siguen un orden
preciso: primero responden los accionistas; cuando los accionistas ya no tienen
más dinero, responden los deudores denominados “junior” –en España, las
preferentes y subordinadas, de tan infausto recuerdo-- si ese dinero no es
suficiente, responden los deudores senior –los préstamos de otros bancos, los
tenedores de bonos-- y sólo al final se tocan los depósitos. Es decir, en un
banco, lo último que se pierden son los depósitos de los ahorradores, ya que
primero se deben haber agotado las otras vías de respuesta ante pérdidas. Con el rescate bancario, el estado inyectó
dinero suficiente para que los deudores sénior no sufrieran ningún tipo de
pérdidas, limitando el alcance de las mismas a los accionistas y a los
tenedores de productos junior –preferentes y subordinadas--. De no haber
inyectado el dinero del rescate, los bancos españoles se podrían haber
declarado en quiebra y no devolver parte de sus préstamos internacionales, lo
cual hubiera trasladado el problema a la banca internacional: francesa, alemana
y holandesa, entre otras. De esta manera, el dinero público inyectado en el
sistema financiero español permitió que los bancos del norte de Europa no
sufrieran pérdidas por los impagos de los bancos españoles.
El ciclo del dinero fue el siguiente: el Mecanismo Europeo
de Estabilidad prestó dinero a España a través del FROB (Fondo de
Reestructuración Ordenada de la Banca) el cual a su vez lo inyectó en los
bancos españoles, que recuperaron solvencia para poder seguir devolviendo los
préstamos a los bancos del norte de Europa. El plan era ideal si no fuera por
un pequeño detalle: España tiene que devolver el dinero al Mecanismo Europeo de
Estabilidad, y, por lo que parece, ese dinero no va a salir de nuestro sector
financiero. Saldrá de nuestros impuestos, que en vez de dedicar a la mejora de
nuestro sistema educativo, o a revertir los recortes en sanidad, o a luchar
contra la pobreza infantil, deberán ser destinados a repagar el préstamo “en
condiciones ventajosas” que nos ofrecieron las instituciones europeas.
De todo este cálculo, el Estado da por perdidos
definitivamente 26 mil millones de euros. Por poner la cifra en contexto, es el
equivalente a 20 años del programa de complemento salarial del pacto
PP-Ciudadanos, o a seis años de reversión de los recortes en inversión
educativa, o a cuatro años del ingreso
mínimo vital propuesto por el PSOE, o a casi dos años de la renta mínima
garantizada que propuso Podemos.
Las cifras no lo son todo. España no podía permitirse que
cayera su sistema financiero. Es demagógico comparar las cifras sin tener en
cuenta las catastróficas consecuencias que hubiera tenido para el conjunto de
la economía española la paralización de nuestro sistema bancario. Pero tampoco
podemos dejar de extraer conclusiones. Las malas decisiones de la burbuja
inmobiliario financiera, la política de dejar pasar las señales de alarma, la
perversión del modelo de las cajas de ahorro –que nunca deberían haber tomado
esos niveles de riesgo-- y la querencia al enriquecimiento rápido combinaron en
un cóctel explosivo que no nos ha salido gratis. Todo lo contrario. Pero los
bancos del norte, que prestaron su dinero a los bancos españoles sin hacer una
adecuada ponderación del riesgo que asumían, también tienen parte de
responsabilidad en todo esto y, sin embargo, no han pagado ninguna de sus
consecuencias. Sus balances no se han deteriorado por su exposición indirecta
al ladrillo en España. Parte del dinero que podríamos estar dedicando, hoy, a
sacar a los niños de la pobreza y la exclusión social, duerme tranquilo en las
reservas de los bancos internacionales. Ojalá aprendamos para que esto no
vuelva a suceder. Pero me temo que no va a ser así.
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