Por Ernesto Ruiz
Ureta
Nueva Tribuna,
11/09/2016.
Un elemento crucial en la
creación de las crisis capitalistas de los últimos tiempos es, sin duda, el
sistema financiero. Desde los principios de la liberación financiera en los
años 70 del anterior siglo y la consiguiente globalización de la misma, el
mundo ha estado salpicado de crisis, convulsiones y desastres financieros. El
sistema financiero ha absorbido, además, parte de la economía real y nos ha
traído consecuencias nefastas en relación al empleo y la productividad.
La economía se ha mostrado
dominadora en todos los asuntos sociales. La dependencia de la economía en el
mundo actual es clara, pero, cada vez más, se encuentra estrangulada por la
actividad financiera. Las bolsas toman el pulso de la economía mundial. El
accionista que requiere más rentabilidad se ha convertido en el tirano de la
empresa y los directivos son los sacerdotes de esta nueva religión que hace
depender su éxito del aumento sin parar de la cotización de sus acciones, para
ello han recurrido a cualquier método que las haga subir, entre ellos las
fusiones y adquisiciones de empresa, la reingeniería, la reducción de los
capitales, etc., incluso a métodos que se encontraban fuera de la ley o
bordeaban la misma.
Como consecuencia de esta
vía del capital “los títulos de propiedad (las acciones) adquieren un valor
propio, determinado en parte por el valor de los ingresos (los dividendos)
esperados, algo muy similar ocurre con los activos emitidos por los Estados
(obligaciones), que son simples reconocimientos de deuda por parte de éstos. En
los mercados secundarios (1) surge, en suma, la posibilidad de hacer dinero con
dinero (2)”. Esta consecuencia hace que se dedique tiempo y recursos a una
actividad especuladora que juega con la seguridad ciudadana y que no supone una
producción real de bienes y servicios para la sociedad. Así, se constata que
“existe una vinculación entre la prosperidad del capital financiero y la
desaceleración de la acumulación de capital industrial en el transcurso de las
últimas dos décadas (3)”.
Podemos decir que “El
sector financiero detrae recursos de la actividad que se desarrolla en el
sector real a través de dos vías. Por una parte, los ingresos obtenidos por los
propietarios de capital y los gastos y comisiones cobrados a las empresas como
pago de servicios financieros absorben una parte creciente del valor añadido
[…] Por otro lado, los recursos invertidos en diferentes tipos de títulos
inmovilizan una parte cada vez mayor del PIB (4)”.
Quizás la más importante
consecuencia de este capitalismo financiero, sea la desigualdad. Los
principales accionistas de las empresas son precisamente los dueños de las
multinacionales con más implantación y la acumulación de dinero, que vienen
realizando a expensas de los demás o como multiplicación del dinero ficticio,
hace que las diferencias entre unos y otros se vayan agrandando. En nuestro
país se muestran las consecuencias; se acaba de conocer el dato de que los
superricos, aquellos que tienen más de 30 millones de euros (una minucia
completamente merecida que lo podemos comparar con los 426 € del subsidio de
desempleo), han aumentado un 8%; siendo España el país que más superricos
tiene; un 10 %. Sin embargo el número de pobres sigue aumentado, el número de
contratos basura y precarios sigue avanzando, los desahucios siguen siendo
moneda común, la crisis económica, que todavía perdura, es responsable, además,
de 10.000 suicidios en nuestra querida España.
El capital, sin duda, se ha
hecho dueño de la situación y los perdedores son los trabajadores y la gran
masa de desempleados que suponen un ejército de reserva de mano de obra,
permitiendo junto con la desaparición de los sindicatos que el coste del
trabajo sea cada vez menor: tienda a cero. Así abusando de trabajadores sin
derechos mal pagados y con largas jornadas que se estiran descaradamente, se
hacen ricos unos y viven a duras penas otros.
Pero, además, este cruel
sistema hace que nuestro país tenga una estructura económica, basada en el
turismo y en el empleo de baja calidad, de poco valor añadido, que en su día
será sustituido por robots o por nueva tecnología. La necesidad que tienen las
empresas de generar valor a corto plazo para sus accionistas restringe los
comportamientos estratégicos y las iniciativas innovadoras ya que se
seleccionan sólo aquellas inversiones que sean capaces de generar rápidamente
elevada rentabilidad. Además, las opciones sobre acciones (stock options) que
se regalaron a los directivos de las grandes empresas, les ganó para la causa y
apoyaron los intereses de los grandes accionistas en contra de los intereses de
los trabajadores.
Esta economía
financiarizada, requiere “Atraer permanentemente nuevos recursos financieros
hacia los mercados, cuestión que es imprescindible para mantener la subida de
las cotizaciones bursátiles. De ello se desprende la necesidad, por ejemplo, de
captar el ahorro de los trabajadores a través de mecanismos como los fondos de
pensiones o los planes de ahorro para asalariados (5)”. Es realmente una
expoliación en toda la regla.
Sin embargo, en vez de dar
alas a la desigualdad utilizando el dinero para hacer dinero, “Una reducción
general de la jornada laboral, en cualquiera de sus modalidades, constituiría
un fuerte incentivo para implementar un modelo productivo con una mayor
racionalidad y un superior componente tecnológico, sentando las bases para una
recuperación de la productividad laboral que permita compatibilizar la
rentabilidad capitalista con una mejora sostenida de las condiciones de vida de
los trabajadores (6)”.
Todo lo mencionado nos
permite atisbar que existe una gran mentira en el corazón del capitalismo
global dominado por el sistema financiero. Políticos, financieros, empresarios
y burócratas transnacionales reclaman vehementemente un mercado libre y
competitivo, pero lo que han construido es el sistema de mercado menos libre
que nunca haya existido. Un sistema corrupto en el que los beneficios y la
riqueza se han canalizado hacia los más ricos y a ello, incluso, han obligado
a que contribuyan los más pobres.
(1) Especie de mercado en
el que se intercambian activos que existen previamente y por lo tanto no
suponen nuevas inversiones, nueva riqueza.
(2) Chesnais, Francois y
Plihon, Dominique coord. (2003:62) Las trampas de las finanzas mundiales. AKAL.
(3) Ibídem (2003:59).
(4) Ibídem (2003:87-88).
(5) Ibídem (2003:67)
(6) Rey Araujo, Pedro María. La reducción del tiempo de
trabajo en la actual crisis orgánica, en Revista de Economía Crítica núm. 21,
pag. 88.
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