Por Patricia Stupariu
y Juan Ruiz
Público.es, 23/09/2016.
La “financiarización” es un concepto relativamente reciente,
que tiene buena acogida principalmente dentro del sector denominado crítico o
heterodoxo de la economía académica. Se emplea también, con suficiente
frecuencia, en artículos de prensa o blogs que tratan de asuntos relacionados
con temas políticos y económicos. La financiarización de la economía es
presentada a menudo como una de las causas de la crisis financiera del año 2007
y un elemento esencial del capitalismo del siglo XXI. En este artículo nos
centramos en un planteamiento generalmente compartido por los defensores de la
tesis de la financiarización, y con el cual estamos en desacuerdo.
Según este planteamiento, en las últimas décadas ha habido
una expansión de las finanzas a costa de la economía productiva. En este marco,
el aumento del mundo de las finanzas es perjudicial para la economía productiva
ya que absorbe los fondos que se podrían canalizar hacia el sector productivo y
los dedica a la especulación en los mercados financieros. De esta manera, las
finanzas, ente abstracto, o como mucho personificado en los bancos, es como un
tumor del sector productivo, que impide que éste pueda desarrollar todo su
potencial, lo que también lleva a la destrucción de muchos puestos de trabajo.
Esta visión sugiere la existencia de una pugna por recursos entre las empresas
del sector productivo y el sector financiero, en las que el segundo
supuestamente sale ganado.
Nuestro planteamiento es que existe una estrecha conexión
entre lo que se denomina el sector financiero y el sector productivo, igual que
existe una estrecha relación entre el capital financiero y el capital
productivo. Y esta relación no es de dominación del primero sobre el segundo,
porque, en la gran mayoría de los casos son lo mismo.
Los grandes patrimonios, que conforman las inmensas
cantidades de dinero que buscan rentabilizarse en los mercados financieros
proceden principalmente del “sector productivo”. Son, en primer lugar, las
grandes fortunas ligadas al sector de la alta tecnología (Bill Gates, Mark
Zuckerberg o Larry Ellison), de la industria textil (Amancio Ortega), de las
telecomunicaciones (Carlos Slim), los medios de comunicación (Michael
Bloomberg), la producción de productos cosméticos (Liliane Bettencourt), los
grandes almacenes (Jiam y Alice Walton) o de conglomerados que operan en
múltiples sectores desde el energético a la producción de electrodomésticos y
la venta de joyería (Warren Buffet).
Aparte de los supermillionarios susodichos, todos
actualmente en la lista Forbes, hay otros patrimonios de menor tamaño, pero aun
considerable, procedentes de todos los sectores productivos, que invierten el
excedente resultante de la actividad de sus empresas en instrumentos
financieros.
Los bancos, fondos de inversión, hedge funds y otras
entidades especializadas en la gestión de patrimonio del sector financiero son
vehículos de inversión para las clases pudientes. Estos canalizan el dinero que
se les encomienda para ser invertido en instrumentos financieros varios,
principalmente acciones de empresas y bancos, bonos públicos y corporativos,
bienes inmuebles (que, aunque no pertenecen a la categoría tradicional de
instrumentos financieros, están gestionados de manera similar) y otros
instrumentos financieros (depósitos, productos estructurados, etc.). Esta
riqueza nutre una parte muy importante de los mercados financieros.
Por tanto, el poder y la perpetuación de esta clase social,
que llamamos el capital financiero, está íntimamente ligada a los mercados
financieros, donde está invertido gran parte de su patrimonio en una forma u
otra. Pero los rendimientos que obtienen los propietarios de los instrumentos
financieros (los dividendos, los tipos de interés que pagan los emisores a los
compradores de bonos, etc.) provienen de la apropiación privada del excedente
económico generado por los trabajadores y las trabajadoras, de la explotación
de la naturaleza y de las desiguales relaciones de género, pero no de un
supuesto milagro en el que la riqueza brota de los mercados financieros. Por eso
los mercados financieros protagonizaron caídas espectaculares ante la evidencia
del menor crecimiento tras el estallido de la crisis.
En estos tiempos se habla mucho de cómo el 1% más rico del
mundo posee el 99% de toda la riqueza del mundo. Ese mismo 1% forma parte del
capital productivo y es capital financiero, en cuanto que su fortuna,
independientemente del sector en el que se ha generado, está invertida en
instrumentos financieros del tipo de los que nombramos en el párrafo anterior.
Y no es únicamente el 1%, lo mismo es verdad para el 10% más rico o el 20% más
rico del mundo, pertenecientes a la misma clase social, que, como cualquier
otra, tiene su jerarquía, con sus capas más altas y más bajas. A dicha clase
pueden pertenecer, a su vez, algunos de los gestores o directivos de los
vehículos de inversión que hayan acumulado un patrimonio coherente con dicho
estatus social.
Estos individuos comparten los mismos intereses de clase y
el interés de esta clase social no es que haya crisis económicas, no es que el
sector productivo se hunda, por la razón de que ellos representan al sector
productivo, al ser los propietarios de las grandes empresas y también de los
grandes bancos. Situar el sujeto de la financiarización en las finanzas o en
los mercados, construye un velo sobre los agentes sociales que forman parte de
la categoría capital financiero. El poder que aparentemente ostentan los
vehículos a través de los cuales se instrumenta parte de la reproducción de
estos grandes patrimonios, bancos y otras instituciones que generalmente se
identifican con el sector financiero, no es más que el reflejo del poder que
ostenta hoy en el mundo el capital financiero.
También es un velo hablar de los bancos y no de los
propietarios, es decir, los grandes capitalistas que poseen carteras
diversificadas de acciones de bancos y de grandes empresas, además de otras
inversiones, como en hedge funds que finalmente reciben sus rendimientos de los
beneficios de empresas y de instrumentos de deuda. Estos poderes aprovecharon la
crisis para apoyar las reformas laborales y de gasto social regresivas puestas
en práctica por numerosos gobiernos democráticamente elegidos, que defienden
los intereses del capital financiero. Unas políticas, que, en un contexto de
prolongada recesión económica, como el actual, pueden llegar a ser
contraproducentes para sus intereses.
Otra derivada de esta visión según la cual las finanzas o la
financiarización inhibe a la esfera productiva es que la economía productiva o
la empresa se convierte en un concepto mistificador, algo positivo al estar
contrapuesto a lo negativo que es el mundo financiero. Este es otro velo más,
que encubre las relaciones de producción dominantes, con múltiples efectos
destructivos de la naturaleza, con la aplicación de condiciones de trabajo
extenuantes en la mayoría de los países “desarrollados” y más todavía en el
resto del mundo, con remuneraciones que apenas permiten la supervivencia o,
según qué lugar, con la utilización de mano de obra esclavizada.
Se pueden debatir muchísimas más cuestiones en torno a estos
temas. Pero conceptualizar el sector financiero como una excrecencia maligna
del sector productivo, en una pugna uno con otro, por los recursos o por el
poder, es no entender que eso que llamamos sector financiero está
principalmente al servicio de los grandes patrimonios, que son a la vez los
propietarios de los medios de producción y los propietarios de la riqueza
invertida en los mercados financieros.
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