domingo, 25 de septiembre de 2016

Una crítica a la financiarización



Por Patricia Stupariu y Juan Ruiz
Público.es, 23/09/2016.


La “financiarización” es un concepto relativamente reciente, que tiene buena acogida principalmente dentro del sector denominado crítico o heterodoxo de la economía académica. Se emplea también, con suficiente frecuencia, en artículos de prensa o blogs que tratan de asuntos relacionados con temas políticos y económicos. La financiarización de la economía es presentada a menudo como una de las causas de la crisis financiera del año 2007 y un elemento esencial del capitalismo del siglo XXI. En este artículo nos centramos en un planteamiento generalmente compartido por los defensores de la tesis de la financiarización, y con el cual estamos en desacuerdo.

Según este planteamiento, en las últimas décadas ha habido una expansión de las finanzas a costa de la economía productiva. En este marco, el aumento del mundo de las finanzas es perjudicial para la economía productiva ya que absorbe los fondos que se podrían canalizar hacia el sector productivo y los dedica a la especulación en los mercados financieros. De esta manera, las finanzas, ente abstracto, o como mucho personificado en los bancos, es como un tumor del sector productivo, que impide que éste pueda desarrollar todo su potencial, lo que también lleva a la destrucción de muchos puestos de trabajo. Esta visión sugiere la existencia de una pugna por recursos entre las empresas del sector productivo y el sector financiero, en las que el segundo supuestamente sale ganado.

Nuestro planteamiento es que existe una estrecha conexión entre lo que se denomina el sector financiero y el sector productivo, igual que existe una estrecha relación entre el capital financiero y el capital productivo. Y esta relación no es de dominación del primero sobre el segundo, porque, en la gran mayoría de los casos son lo mismo.

Los grandes patrimonios, que conforman las inmensas cantidades de dinero que buscan rentabilizarse en los mercados financieros proceden principalmente del “sector productivo”. Son, en primer lugar, las grandes fortunas ligadas al sector de la alta tecnología (Bill Gates, Mark Zuckerberg o Larry Ellison), de la industria textil (Amancio Ortega), de las telecomunicaciones (Carlos Slim), los medios de comunicación (Michael Bloomberg), la producción de productos cosméticos (Liliane Bettencourt), los grandes almacenes (Jiam y Alice Walton) o de conglomerados que operan en múltiples sectores desde el energético a la producción de electrodomésticos y la venta de joyería (Warren Buffet).

Aparte de los supermillionarios susodichos, todos actualmente en la lista Forbes, hay otros patrimonios de menor tamaño, pero aun considerable, procedentes de todos los sectores productivos, que invierten el excedente resultante de la actividad de sus empresas en instrumentos financieros.

Los bancos, fondos de inversión, hedge funds y otras entidades especializadas en la gestión de patrimonio del sector financiero son vehículos de inversión para las clases pudientes. Estos canalizan el dinero que se les encomienda para ser invertido en instrumentos financieros varios, principalmente acciones de empresas y bancos, bonos públicos y corporativos, bienes inmuebles (que, aunque no pertenecen a la categoría tradicional de instrumentos financieros, están gestionados de manera similar) y otros instrumentos financieros (depósitos, productos estructurados, etc.). Esta riqueza nutre una parte muy importante de los mercados financieros.

Por tanto, el poder y la perpetuación de esta clase social, que llamamos el capital financiero, está íntimamente ligada a los mercados financieros, donde está invertido gran parte de su patrimonio en una forma u otra. Pero los rendimientos que obtienen los propietarios de los instrumentos financieros (los dividendos, los tipos de interés que pagan los emisores a los compradores de bonos, etc.) provienen de la apropiación privada del excedente económico generado por los trabajadores y las trabajadoras, de la explotación de la naturaleza y de las desiguales relaciones de género, pero no de un supuesto milagro en el que la riqueza brota de los mercados financieros. Por eso los mercados financieros protagonizaron caídas espectaculares ante la evidencia del menor crecimiento tras el estallido de la crisis.

En estos tiempos se habla mucho de cómo el 1% más rico del mundo posee el 99% de toda la riqueza del mundo. Ese mismo 1% forma parte del capital productivo y es capital financiero, en cuanto que su fortuna, independientemente del sector en el que se ha generado, está invertida en instrumentos financieros del tipo de los que nombramos en el párrafo anterior. Y no es únicamente el 1%, lo mismo es verdad para el 10% más rico o el 20% más rico del mundo, pertenecientes a la misma clase social, que, como cualquier otra, tiene su jerarquía, con sus capas más altas y más bajas. A dicha clase pueden pertenecer, a su vez, algunos de los gestores o directivos de los vehículos de inversión que hayan acumulado un patrimonio coherente con dicho estatus social.

Estos individuos comparten los mismos intereses de clase y el interés de esta clase social no es que haya crisis económicas, no es que el sector productivo se hunda, por la razón de que ellos representan al sector productivo, al ser los propietarios de las grandes empresas y también de los grandes bancos. Situar el sujeto de la financiarización en las finanzas o en los mercados, construye un velo sobre los agentes sociales que forman parte de la categoría capital financiero. El poder que aparentemente ostentan los vehículos a través de los cuales se instrumenta parte de la reproducción de estos grandes patrimonios, bancos y otras instituciones que generalmente se identifican con el sector financiero, no es más que el reflejo del poder que ostenta hoy en el mundo el capital financiero.

También es un velo hablar de los bancos y no de los propietarios, es decir, los grandes capitalistas que poseen carteras diversificadas de acciones de bancos y de grandes empresas, además de otras inversiones, como en hedge funds que finalmente reciben sus rendimientos de los beneficios de empresas y de instrumentos de deuda. Estos poderes aprovecharon la crisis para apoyar las reformas laborales y de gasto social regresivas puestas en práctica por numerosos gobiernos democráticamente elegidos, que defienden los intereses del capital financiero. Unas políticas, que, en un contexto de prolongada recesión económica, como el actual, pueden llegar a ser contraproducentes para sus intereses.

Otra derivada de esta visión según la cual las finanzas o la financiarización inhibe a la esfera productiva es que la economía productiva o la empresa se convierte en un concepto mistificador, algo positivo al estar contrapuesto a lo negativo que es el mundo financiero. Este es otro velo más, que encubre las relaciones de producción dominantes, con múltiples efectos destructivos de la naturaleza, con la aplicación de condiciones de trabajo extenuantes en la mayoría de los países “desarrollados” y más todavía en el resto del mundo, con remuneraciones que apenas permiten la supervivencia o, según qué lugar, con la utilización de mano de obra esclavizada.

Se pueden debatir muchísimas más cuestiones en torno a estos temas. Pero conceptualizar el sector financiero como una excrecencia maligna del sector productivo, en una pugna uno con otro, por los recursos o por el poder, es no entender que eso que llamamos sector financiero está principalmente al servicio de los grandes patrimonios, que son a la vez los propietarios de los medios de producción y los propietarios de la riqueza invertida en los mercados financieros.

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