Por Carlos Sánchez
Mato
El diario.es, 01/09/2016.
Desde el estallido de la actual crisis sistémica, los
principales bancos centrales occidentales vienen implementando una batería de
políticas monetarias, convencionales y no convencionales, para hacer frente a
los retos y graves desequilibrios de sus economías. Por su parte, el Banco
Central Europeo (BCE), además de rebajar los tipos de interés oficiales hasta
llegar al 0%, ha otorgado todo tipo de facilidades a las entidades bancarias a
la hora de obtener financiación, logrando eliminar así el riesgo de liquidez de
los bancos y el riesgo de refinanciación de las deudas del sistema bancario de
la Eurozona hasta el año 2001.
Con esta batería de actuaciones el BCE ha salvado al sistema
financiero, aspecto éste que, aunque no está entre sus mandatos, pone de
manifiesto su verdadero papel al servicio de la banca privada, alejado de la
verdadera soberanía en la que tendrían que estar asentadas las instituciones
económicas europeas. Actuando de esta forma ha comprometido de manera
irreversible las finanzas públicas a las que ha lastrado hasta llevarlas a una
situación insostenible. Mientras las entidades bancarias son rescatadas con
dinero público, a los Gobiernos les está prohibido recurrir al banco central,
con lo que los grandes beneficiados son las entidades financieras privadas que
reciben dinero a bajísimo interés y luego se lo prestan a los gobiernos,
haciendo negocio por el camino con las respectivas deudas públicas.
Pero esta cascada de medidas no era suficiente. Y el Banco
Central Europeo se puso a comprar deuda pública (por supuesto, en manos de las
entidades financieras). Desde el 9 de marzo de 2015 lo ha hecho a razón de
60.000 millones de euros mensuales y en abril de 2016 se amplió a 80.000
millones. Eso supone que destinará por esta vía hasta 1,74 billones de euros
hasta marzo de 2017. La última vuelta de tuerca de esta acción comenzó el
pasado 8 de junio, cuando el organismo comenzó a adquirir bonos de empresas
privadas mediante el programa CSPP (por sus siglas en inglés). Pero no de
cualquier empresa: las candidatas a beneficiarse del programa tienen que haber
emitido o emitir bonos con un rating superior al bono basura respaldado por una
agencia de calificación y cuyo vencimiento oscile entre los 6 meses y los 31
años. Con estos requisitos es claro que son las grandes empresas las
principales beneficiarias de este programa que supone una gigantesca ayuda a
este tipo de compañías. Las pequeñas y medianas empresas (especialmente las
españolas) no suelen financiarse a través de bonos sino a través de créditos y
porque, de hacerlo, no suelen tener un rating respaldado por una agencia de calificación.
Desde el inicio de este programa hasta la actualidad el BCE
ha ejecutado 440 compras de bonos de empresas europeas por valor de 10.427
millones de euros (con un vencimiento medio de 5,8 años y un rating promedio de
BBB+). El 29% de las compras han beneficiado a empresas alemanas, otro 21% a
empresas francesas, un 13% italianas y un 9% españolas. La mitad de todas las
ayudas a empresas españolas (470 millones) las han recibido sólo tres
corporaciones: Telefónica, Iberdrola y Repsol. Otras empresas españolas
destacadas que se han visto beneficiadas por este movimiento han sido Gas
Natural, Red Eléctrica, Enagás, Abertis, Mapfre y Redexis. Otras empresas no
españolas destacadas son Siemens, Renault, y Anheuser-Busch (la mayor cervecera
del mundo).
La inmensa mayoría de las compras han recaído sobre bonos
corporativos ya emitidos, excepto dos de cuantía importante: el 10 de junio el
BCE participó en la emisión de deuda que llevó a cabo Iberdrola por valor de
200 millones de euros, y el 1 de julio hizo lo propio con la emisión de 500
millones de euros de la empresa Repsol. Según el diario económico Wall Street
Journal, el Banco de España es la única filial del BCE que está comprando bonos
de multinacionales europeas directamente a través de las colocaciones privadas
en las que se ofrecen bonos emitidos ad hoc.
Estas compras de bonos provocan una reducción de sus tipos
de interés y por lo tanto abaratan la financiación de las empresas
correspondientes, al mismo tiempo que aportan liquidez a las entidades
financieras y fondos financieros que poseen estos bonos cuando las compras
ocurren en el mercado secundario. El BCE ofrece unos tipos de interés
prácticamente irrisorios, más bajos de los que obtendrían sin esta ayuda
pública. Pero es que hay más: El BCE también compra bonos con tipos negativos.
Lo que quiere decir que el BCE, por prestar dinero, pagará intereses en vez de
cobrar. Un chollo absoluto para estas empresas y las propietarias de los bonos;
una ayuda pública de dimensiones mastodónticas.
El volumen de las operaciones realizadas hasta el momento
asciende a 10.427 millones de euros pero se estima que el monto final será
mucho más elevado ya que el Banco Central Europeo podría llegar a adquirir
deuda a empresas españolas por 57.000 millones, el importe de las francesas
ascenderá previsiblemente a unos 209.000 millones, frente a unos 122.000
millones de las alemanas y cerca de 70.000 millones de las italianas.
En definitiva, un nuevo e ingente rescate para los de
siempre.
Hay que denunciar con contundencia que las políticas
monetarias del banco central que debiera actuar defendiendo los intereses
generales se ponen al servicio de las entidades financieras y de las grandes
empresas. Al mismo tiempo brillan por su ausencia ayudas similares a las pymes,
autónomos, o familias, que conforman agentes económicos mucho más necesitados
de auxilio y rescate que los anteriormente citados.
Si algo ha hecho el Banco Central Europeo y, en general, las
instituciones económicas que desgobiernan Europa, ha sido utilizar con
profusión herramientas monetarias para afrontar la crisis. Pero el análisis de
los efectos de estas políticas muestra con toda su crudeza que las políticas
aplicadas no han resuelto las distorsiones y que incidir en las mismas terapias
con un enfermo mucho más deteriorado no auguran ni mucho menos el éxito.
El crédito continúa estancado porque las tuberías están
averiadas y dado que los bancos no han saneado sus balances y no han reconocido
sus pérdidas, es imposible que puedan actuar como la ortodoxia plantea. Las
empresas y familias de la Eurozona siguen profundamente endeudadas y no están
por la labor de seguir pidiendo nuevos préstamos. Como mucho, las sucesivas
rebajas del precio oficial del dinero profundizarán en la mejora de los costes
de financiación de las quebradas entidades bancarias pero no podrán resolver su
incapacidad para obtener beneficios de manera autónoma. El sobre-endeudamiento
es el síntoma de la falta de rentabilidad y eficiencia de las inversiones del
período anterior. Dado que no se ha superado este obstáculo, es pura utopía
pensar que hay bases para un crecimiento económico estable y vigoroso.
Pero además de no resolver los verdaderos problemas, con
estas políticas se han generado nuevas incertidumbres. Los crecimientos de los
balances de los bancos centrales no han llegado a la economía real ya que, en
parte únicamente han servido para amortizar deuda pero en un porcentaje
considerable están estimulando la aparición de nuevas y devastadoras burbujas
financieras. El salvamento del sector privado por parte de las políticas de los
estados y del BCE, crea un incentivo a la generación de nuevos procesos de
apalancamiento que hacen mucho más vulnerable a la economía real. Por eso, las
mejoras de los indicadores bursátiles son jaleadas como síntomas de
recuperación cuando ni la inversión ni las tasas de beneficio se han recuperado
al nivel de la irracionalidad mostrada por los precios de las acciones. Tienen
la seguridad de que, cuando las cosas vayan mal, las élites
político-financieras correrán en su ayuda y utilizarán para ello los derechos
económicos y sociales de los trabajadores europeos que no han sido todavía
entregados.
Imaginemos otro escenario en el que BCE no fuera
“independiente” como en la actualidad. Imaginemos que estuviera sometido al
control democrático del Parlamento Europeo en vez de estar como hasta ahora al
servicio de entidades financieras privadas y grandes corporaciones. Supongamos que en las actuales condiciones de
crisis sistémica capitalista, el objetivo de lograr el pleno empleo, digno y de
calidad, se convirtiera en cuestión central y las políticas monetarias que el
BCE tuviera que aplicar se pusieran al servicio de ello. El cambio sería
tremendo porque supondría poner también las políticas financieras, fiscales y
presupuestarias al servicio de ese objetivo.
El Sistema de Bancos Centrales Europeos, encabezado por el
BCE, ha sido sustraído de la voluntad popular para realizar unas políticas
monetarias favorables a las élites. O los recuperamos para ponerlos al servicio
de empleo y de la economía productiva o podemos olvidar el término “democracia”
en Europa.
Disponible en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario