Por Emir Sader
Público.es,
29/03/2017.
La izquierda del siglo XX fue una izquierda del Estado, que
se valió del Estado para organizar proyectos de nación, para hacer con el
Estado empujara el desarrollo económico y garantizara los derechos sociales.
Tuvo un rol fundamental, sobre todo si tenemos en cuenta que antes había un
Estado estrictamente de las élites dominantes, de las oligarquías primarias
exportadoras, que convertían al Estado en un estricto instrumento de sus
intereses.
Cuando se agotó el ciclo largo expansivo del capitalismo
internacional y, con él, el modelo desarrollista, dos perspectivas se
presentaron en el horizonte. Ronald Reagan enarboló una, la vencedora: el
Estado habría dejado de ser solución, para ser problema. La forma de enfrentar
ese problema era reducirlo a sus proporciones mínimas, al Estado mínimo,
promoviendo el mercado a un rol de centralidad. El viejo adagio del liberalismo
recobraba nueva fuerza: el mercado es el mejor asignador de los recursos.
Aparentemente de forma contrapuesta a esa versión, surgió un
relato que también pretendía superar el agotamiento del Estado, pero
proponiendo a la “sociedad civil” como su sucedáneo. Condenaba tanto o incluso
más que la versión anterior al Estado. Toni Negri alcanzó a tildarlo como
conservador, como pieza de museo. Holloway tenía esperanzas de que se podría
cambiar el mundo sin tomar el poder, sin tener en cuenta el Estado.
Los primeros han realizado su sueño y han llevado el mundo a
sus desastres actuales, resultado de la centralidad de un mercado
descontrolado, mercado dominado por el capital especulativo y por los grandes
bancos privados. Los segundos han quedado relevado a la intrascendencia, prisioneros
de la trampa liberal de una sociedad civil en contra del Estado.
La versión alternativa era otra. No era el abandono del
Estado, pero su democratización. Tampoco era el abandono a la esfera mercantil,
ni el retorno puro y simple a la esfera estatal, sino la construcción, a partir
del Estado y de organizaciones sociales, de la esfera publica. Una esfera de la
ciudadanía, una esfera en la que haya los mismos derechos para todos, la
verdadera esfera democrática.
Los gobiernos que han revertido al modelo neoliberal de la
centralidad del mercado son aquellos que han utilizado el Estado para promover
los derechos sociales de todos, para rescatar el rol activo del Estado como
inductor del crecimiento económico e impulsor
de políticas externas soberanas. Fueron los gobiernos anti-neoliberales
de América del Sur.
Incluso estos han recuperado al Estado, sin transformarlo,
defendiendo a la sociedad de las consecuencias negativas de un mercado
descontrolado, pero sin democratizar al Estado, con la centralidad en la esfera
pública. Los aparatos de Estado han resistido, desde dentro, aliándose con las
fuerzas conservadoras desde fuera, para frenar un amplio proceso de
democratización política, social, económica y cultural, de la que carecen las sociedades contemporáneas.
Cuando los gobiernos anti-neoliberales se enfrentan a
obstáculos, no deben ceder al
liberalismo tradicional, al mercado, sino, al contrario, deben avanzar hacia la
trasformación radical de los Estados con la centralidad de la esfera pública. En
la era neoliberal la contradicción fundamental es la que se da entre la esfera
mercantil – el afán de mercantilizar a todo, de trasformar derechos en
mercancías y ciudadanos en consumidores – y la esfera pública, la esfera de los
derechos para todos, la esfera de los ciudadanos.
Se puede medir cuanto se ha avanzado por superar el
neoliberalismo en la medida en que se ha avanzado en la extensión de los
derechos para todos y en la restricción de la mercantilización de la sociedad.
Se ha fortalecido la educación pública y la salud pública, por ejemplo, a
expensas de la educación mercantil, de la salud mercantilizada y el
fortalecimiento de los bancos públicos a expensas de los bancos privados.
La esfera pública no representa tan solo la
democratización de la sociedad actual,
sino que apunta hacia una dinámica anticapitalista, en la medida en que el eje
y el proyecto central del capitalismo son la mercantilización generalizada de
todas las esferas de la sociedad.
Transformar todo en mercancías, que todo tenga un precio, que todo se
pueda vender y comprar. La esfera pública, al contrario, promueve el derecho de
todos, la promoción de todos los individuos a ciudadanos, esto es, ser sujetos
con derechos.
Para llegar a tener a la izquierda en la esfera pública es
indispensable, antes de todo, además de una crítica radical de todos los
efectos negativos de la centralidad del mercado, desarrollar una profunda
conciencia pública, radicalmente democrática. Un espíritu de centralidad de los
bienes públicos, de las empresas públicas, de los servicios públicos y del
Estado como un instrumento en las manos de toda la sociedad, de los
trabajadores y del pueblo. El Estado no es así ni la solución, por si solo, ni
el problema.
Es un espacio de disputa entra la esfera mercantil y la
esfera pública. Cabe a la izquierda del siglo XXI ser una izquierda de la
esfera pública, – que es la forma actual de ser anticapitalista, – para la
construcción de sociedades profundamente democráticas y de un mundo apropiado
por sus pueblos a partir de esos Estados nacionales, democratizados y centrados
en la esfera pública.
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