Por Sandro Pozzi
El País,
06/08/2017.
Hace diez años que estalló la crisis de las hipotecas
subprime o hipotecas basura conocidas así porque se concedieron a personas de
escasa solvencia a altos tipos de interés. El colapso de los mercados fue tan
drástico que obligó a la Reserva Federal (Fed) —y al Banco Central Europeo,
(BCE)— a inyectar cientos de miles de millones y a bajar los tipos de interés.
Los bancos centrales se adentraron en aguas nunca exploradas en la política
monetaria y fiscal. Fueron medidas de choque que no atajaron las raíces del
problema: los bancos estaban infectados con unos productos diseñados por
matemáticos financieros que se basaban en créditos de escasa solvencia.
Eran hipotecas basura porque se concedieron a personas que
tenían trabajos basura: malas condiciones sanitarias, carencia de seguro médico
o violaciones de la legislación, como cobrar por debajo de los mínimos legales.
Mientras el mercado de la vivienda crecía sin sentido, parecía un negocio
rentable. Pero hace diez años estalló la crisis de liquidez y de confianza en
la solvencia de las entidades y se
provocó la mayor depresión desde la II Guerra Mundial.
El común de los inversores se sumergía entonces en un curso
acelerado en finanzas para familiarizarse con nuevos términos como las
hipotecas subprime, CDOs sintéticos, conduits, los SIV o vehículos
estructurados. El experimento de la Fed continúa porque la crisis sigue viva,
aunque mitigada. Ha entrado en una nueva fase, la del desmontaje de todo el
andamiaje que fue necesario para evitar el colapso de la economía.
Este décimo aniversario no lo celebra nadie en Wall Street
pese a la que marcó la conciencia de los reguladores y de los inversores. El
Dow Jones cerró aquel 8 de agosto de 2007 con la mayor caída en cuatro años por
el temor a la crisis hipotecaria, ante la que las autoridades no actuaron con
firmeza y terminó convirtiéndose en el peor monstruo imaginado. El Dow Jones
cayó hasta los 13.270 puntos, aunque hoy ha superado el bache y está en 22.000
puntos, un récord histórico. Un buen ejemplo de la volatilidad de los mercados
para unos y, para otros, el caso típico de que se ha llegado a un nivel
irracional previo a otro derrumbe.
El derrumbe del mercado de crédito estuvo marcado por la
desaparición del banco de inversión Bear Stearns, los fondos de BNP Paribas,
los bancos hipotecarios de EE UU y los problemas de la mayor aseguradora del
mundo, AIG, que acabó sucumbiendo más adelante.
Fue la peor calamidad financiera desde 1930. Durante los 19
meses que duró se perdieron 8,7 millones de empleos, más de la mitad de los
adultos vio perder su trabajo, recortado su sueldo o forzado a trabajar a
tiempo parcial. El consumo y el producto interior bruto se contrajeron por la
escasez de crédito y el incremento del coste de los préstamos. El S&P 500
perdió la mitad de su valor.
Este movimiento sísmico fue de tal envergadura que hizo
tambalear los resortes del sistema financiero global y lo de dejó expuesto ante
eventos como la ruptura del euro, la crisis de la deuda soberana de Grecia o
otras consencuencias políticas como eñ Brexit y el surgimiento de los
populismos. Una década después, los tipos de interés permanecen históricamente
bajos y los bancos centrales siguen comprando deuda para sostener la economía.
"Los bancos
prestaban en cualquier cosa"
Janet Yellen recuerda como se cocinó la crisis. “Los bancos
ponían dinero en cualquier cosa”, comentó hace unas semanas. La presidenta de
la Fed estaba entonces al frente del banco regional de San Francisco. “Nadie se
paraba a analizar que pasaría si se dejaba de pagar la deuda”, explicó. En
realidad, lo que se hacía era empaquetarla para ofrecerla a inversores que
buscaban altos retornos.
Todas las crisis financieras tienen características comunes.
Los bancos invierten en activos de alto riesgo por su alta rentabilidad, que
funcionan hasta que alguien dice que son tóxicos y pierden su valor y liquidez.
El desencadenante llega cuando la gente pide recuperar el dinero en masa ante
la pérdida de confianza y el efecto contagio se acelera. La de 2007 no fue
diferente. Empezó con las hipotecas subprime, se extendió a otros productos y
los bancos se quedaron sin capital para absorber las pérdidas.
El primer aviso de la recesión que venía lo dio el banco más
grande de Europa, el HSBC, uno de los más agresivos en el mercado inmobiliario
de EE UU. En febrero de 2007 anunció que las pérdidas en las carteras de deuda
hipotecaria iban a ser mayores de lo esperado. Los desahucios se estaban
disparando y la entidad no pudo anticipar cuántos propietarios serían incapaces
de pagar sus créditos.
Los tipos de interés estaban entonces en el 5,25%. Las
hipotecas subprime se ofrecieron a clientes que no cumplían los requisitos más
estrictos. HSBC mezcló esa deuda con otra entre 2005 y 2006, en pleno auge
inmobiliario. Un mes después de reconocer los problemas la firma New Century
Financial, especializada en ese mercado, cayó en bancarrota.
Las cosas se pusieron feas cuando los primeros fondos
estructurados con hipotecas subprime reventaron en Bear Stearns, en junio de
ese mismo año. Los problemas se propagaron a grandes firmas financieras como
Merrill Lynch, JPMorgan Chase, Citigroup y Goldman Sachs. Al poco era el banco
francés BNP Paribas el que anunciaba el cese de las actividades en tres fondos
especializados en deuda hipotecaria porque eran insolventes. Alguno de ellos
habían vendido participaciones en España.
Ben Bernanke, presidente en aquella época de la Reserva
Federal, llegó tarde. Al principio entendió que el creciente número de impagos
de hipotecas no representaba un riesgo para la economía. “Se dio por hecho de
que el sistema se ajustaría solo”, admitió después. Pero luego temió que se
desencadenara una segunda Gran Depresión y recurrió a todo lo que estaba en su
poder para estabilizar la economía.
La respuesta a la crisis financiera se hizo de dos maneras.
Se intervino primero para que socorrer a las instituciones sistémicas,
incluidas firmas que no supervisadas por la Fed como AIG y Bear Stearns.
Después, se establecieron mecanismos para facilitar la liquidez que necesitaban
los operadores financieros para sostener sus actividades y que así el dinero
llegara a la economía.
En dos días la Fed inyectó 87.500 millones de dólares y el
BCE 156.000 millones más. A la semana se recortó en medio punto el tipo de
interés y por primera se reconocía que el riesgo era real. Ese pesimismo
repentino llevó al banco central recortar el precio del dinero medio punto
porcentual más, hasta el 4,75% el 18 de septiembre.
¿Puede repetirse?
Las medidas no frenaron el colapso. El lunes 17 de
septiembre de 2007, miles de clientes de Northern Rock, un banco inglés
especializado en hipotecas, hacían cola para sacar su dinero. El banco
finalmente no pudo afrontar las retiradas, y el Gobierno decidió nacionalizarlo
en febrero de 2008. Bear Stearns acabó absorbida por JPMorgan en marzo de 2008
para evitar su quiebra, como antesala al desastre del 15 de septiembre de 2008,
la caída de Lehman Brothers y la compra de Merrill Lynch por parte de Bank of America.
¿Puede repetirse esta crisis? Yellen admite que no se puede
descartar pero asegura que no será como la de 2008 porque el sistema es mucho
más seguro, gracias a los colchones de capitalización que se exigen a los
bancos. Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional
matiza: “Por dónde vendrá, en qué forma y su alcance es algo que está por ver
porque llegan por donde menos te lo esperas”. La normalización de la política
monetaria en EE UU está en marcha: en diciembre de 2015 los tipos de interés
empezaron a subir y están entre el 1% y el 1,25%. Pero la Fed tiene que
desprenderse de 4,5 billones de dólares que adquirió en bonos del Tesoro y
títulos hipotecarios. La economía de EE UU, pese a estar en pleno empleo, crece
por debajo del potencial previo a la crisis, los salarios no aumentan como
antes de la recesión y la desigualdad ha crecido. Son las heridas abiertas de
la crisis con la que empezó todo.
Disponible en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario