Por Jesús Mota
El País, 16/08/2017.
No hay decisión inexplicable que no pueda explicarse. Así es
la política financiera europea transmitida al común de los ciudadanos. El
informe del Banco Central Europeo sobre la liquidación del Banco Popular es un
ejemplo señero, casi hasta brillante, de los beneficios de la confusión. A la
pregunta de por qué se liquida un banco solvente (el Popular lo era), el BCE
responde con una relación de hechos, bien conocidos puesto que están
perfectamente ordenados en los medios de comunicación, que desembocan en varias
conclusiones: a) los gestores son responsables; b) el banco hubiera quebrado en
pocas horas de no haberse procedido a la liquidación debido a una fuga
inquietante o masiva de depósitos y c) hubo una cobertura negativa intensa de
la prensa.
Una ligera observación bastará para descubrir que la cadena
de argumentos es cacofónica o tautológica o las dos cosas. El BCE no responde,
ni de lejos, a la cuestión principal, que sigue siendo sencilla: ¿por qué se
toma la decisión de liquidar un banco solvente? Sí, por supuesto, el banco
tenía problemas de liquidez y estaba sufriendo una fuga importante de
depósitos. Pero ¿desde cuándo la ausencia de liquidez es, per se, motivo de
liquidación? O, dicho de otro modo, para retrotraernos al origen del problema y
no perdernos en la estéril causalidad: ¿por qué no se evitó la fuga de
depósitos, la pérdida de confianza y el estrangulamiento de liquidez? La cadena
conocida de hechos que acabaron con la liquidación del Popular, y que se resume
en “no hacer nada”, parece sugerir, por inacción, que en el siglo XXI, con una
estructura bancaria europea compleja, no hay instrumentos para evitar lo que se
conoce como estampida bancaria. Si esto fuera así, tendríamos un grave
problema: el de una superestructura que sirve para bien poco.
Pero, claro, no es así. Dejando a un lado la responsabilidad
de los gestores —manifiesta e indiscutible—, la superestructura bancaria tiene
medios para evitar la fuga de depósitos y la hemorragia de liquidez, que, por
mor de la brevedad y el convencimiento de que el BCE los conoce, no vamos a
relatar aquí. Y, por cierto, los reguladores bancarios disponen también de las
coartadas legales necesarias para no aplicar tales medios. De forma que la
pregunta ¿por qué se liquidó un banco solvente? —sin coste público, es cierto—
sigue en pie y ya sabemos que no existe intención alguna de responderla.
Pero el toque maestro está en la mención a la presión
mediática. La apelación es (intencionadamente) confusa. Quizá el BCE entienda
que la información no debe tocar ni manchar las crisis bancarias, porque
exacerban la inquietud y amplifican el pánico. Aquí habría que traer a colación
los casos de los bancos italianos (o algunos alemanes), en cantares durante
años, cuyos depósitos y liquidez no han sido erosionados por una sola brizna de
inquietud. Con algo de exageración, el argumento recupera un clásico inmortal:
la prensa es culpable o un estorbo. Como en aquellos tiempos de “extraordinaria
placidez” en los que cuando se desplomaba un edificio se metía en la cárcel al
guardia jurado. Por haber estado allí.
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