Por Luis Aparicio
Invertia, 03/08/2017.
La burocracia europea se ha metido hasta el fondo de
nuestras casas e intereses. Son una élite funcionarial que vive holgadamente,
le gusta viajar por lo continente y hará todo lo posible e imposible por
hacerse grande, imprescindible y, si la dejan, hereditaria. Vamos, los vicios
de cualquier institución por los siglos de los siglos.
Y cada vez lo van complicando todo más y más… El resto del
paisanaje los miramos como miran las vacas al paso de los trenes. En un
principio la avalancha de regulación con sus primeros argumentarios y la
defensa de nuestras necesidades nos acaban convenciendo. Ni siquiera miramos la
factura de si son caros o baratos.
Pasado el tiempo nos vamos percatando de que su trabajo
busca en gran medida retroalimentarlos y hacerlos influyentes, poderosos y, si
se puede, también ricos. Me cuentan trabajadores de tan prestigiosas
instituciones como el Banco Central Europeo (BCE) el descontrol en la
supervisión, la arbitrariedad en la toma de decisiones, la improvisación en
montar en un pocos meses una unión bancaria que, como siempre, se ha hecho a la
medida de los países más poderosos.
Y lo peor es que están condenados a tejer como Penélope.
Volverán a regular y regular, ciento de miles de leyes y cuando lleguen los
problemas habrán urdido una red para que las responsabilidades reboten desde
una cuerda a la otra y ellos se encuentren a salvo. Y esto a sabiendas de que
no servirá para nada.
Con todas las Basileas mundiales, con todas las directivas
comunitarias casi a pleno pulmón se han producido grandes estafas financieras y
una crisis bancaria que aún colea y donde en países tan supuestamente serios no
sabían ni cómo funcionaban los activos financieros que se habían
comercializado. Los muros de contención de tantas leyes no han servido para
nada. Tal vez, para dar trabajo al personal.
Hay muchos ejemplos y lamentablemente, habrá otros muchos
más. Todo parece papel mojado que únicamente sirve para que vivan muy bien los
que los redactan y corrigen. Sería suficiente con pocas leyes y claras, y
mensajes concretos. Enfocadas a lo que realmente importa y se necesita.
Me comentaba ayer un empleado de banca con estudios
universitarios la obligación de aprobar un curso de capacitación de acuerdo con
la Mifid II sobre mercados. Y revelaba una verdad a gritos. “El problema de las
preferentes, de las salidas a Bolsa como la de Bankia, de los abusos en swaps y
otras historias no tienen nada que ver con la formación del empleado de banca
que en casi un 80% es titulado superior. El problema está en las órdenes
recibidas por los superiores para vender ese producto”, concluía.
Esta formación creará nueva burocracia, nuevos negocios al
calor de los que imparten los cursos, etcétera pero será totalmente inútil para
un trato justo entre cliente y entidad financiera. Solo por poner un ejemplo.
Por mucha regulación que hayan construido al respecto en la
Unión Bancaria, la resolución del Banco Popular ha sido injusta, confusa, mal
explicada y supone un atraco a los verdaderos dueños de la entidad financiera.
Para los burócratas europeos, todo un éxito que luego no quisieron repetir en
Italia.
Cuando embobado en tus propias leyes que en ocasiones parten
de enfoques erróneos y luego se multiplican y amplían, lo que único que se
consigue es hacer más grande la bola del excremento.
Al final esta visión de lo inútil se acaba concretando en
los organismos públicos más cercanos. El BCE se asienta confortable en
Francfort, y aquí lo que vemos –llegado el momento práctico de abordar un
problema- es la falta de sentido del Banco de España o de la CNMV enredados en
la estulticia de la burocracia europea. Ya no vemos estas leyes como las vacas
ven pasar los trenes, sino que empezamos a enfurecernos. En esas manos está
nuestro dinero.
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