Por Nacho Álvarez
El País, 23/02/2018.
Los propósitos enunciados por Sarkozy para “refundar” el
capitalismo se quedaron en humo. Al contrario, la política económica se ha
afanado en apuntalar los pilares del neoliberalismo: la libre movilidad de
capitales continúa siendo el sancta sanctorum, la liquidez de los mercados
financieros sigue resultando excesiva y permanece la opacidad de los títulos
derivados. Tampoco se ha desarrollado una regulación efectiva para embridar la
expansión del crédito.
Cierto es que la política de expansión cuantitativa de los
bancos centrales frenó un desplome financiero aún mayor, pero a costa de una
fuerte expansión de la liquidez y de la sobrevaloración de activos de renta
fija y variable. El potencial desestabilizador que se ha acumulado es notable.
La situación hoy sería muy distinta si, aprovechando el
margen que daba esta política monetaria, se hubiesen aplicado medidas en la
dirección señalada por Reinhart y Rogoff, profesores de Harvard. Se trataba de
controlar los ciclos crediticios y de propiciar un intenso desendeudamiento
global a través de reestructuraciones de deuda, inflación moderada y “represión
financiera”.
Sin embargo, la crisis de 2007 no produjo los cambios que
sobrevinieron a la crisis de 1929. No hubo cambio de paradigma intelectual, y
la orientación liberal de la política económica ha seguido imponiéndose. Como
consecuencia, hemos dejado que sea el propio mercado quien haga la digestión de
las pesadas deudas contraídas, cargando todo el ajuste sobre los deudores.
Cuando el Estado ha intervenido ha sido para socializar las pérdidas de las
entidades financieras y quedarse con los activos tóxicos que el mercado no
quería, salvando a los acreedores de sus operaciones fallidas.
Esta suerte de “liberalismo oportunista” no solo es injusto.
Es además ineficaz: nos devuelve nuevamente ante posibles episodios de
fragilidad financiera, pues la retirada de los estímulos monetarios —dependiendo
su ritmo e intensidad— podría conllevar un fuerte impacto en aquellas economías
más endeudadas.
En España, dicho riesgo es evidente. Los elevados niveles de
endeudamiento de 2007 no se han reabsorbido, se han transformado. Los hogares y
empresas han reducido su deuda en más de 50 puntos porcentuales del PIB, pero
la deuda pública ha aumentado en 60. En este contexto, una subida de tipos de
interés no solo incrementaría la carga financiera de empresas y hogares;
elevaría preocupantemente el servicio de la deuda pública, constriñendo la
política fiscal.
Hemos trasladado el problema del endeudamiento al futuro,
sin abordarlo de manera decisiva. Y el futuro se acerca. Peter Praet,
economista jefe del BCE, dijo en una ocasión que “cuando acabe el quantitative
easing, los Gobiernos serán responsables de su deuda”. Serán responsables
también de otras dos cosas: de no haber tomado medidas para reestructurar y
reabsorber dichas deudas, evitando con ello la fragilidad sistémica, y de no
haber sustituido un modelo de crecimiento basado en el crédito por otro más
sostenible construido, por ejemplo, sobre un crecimiento suficiente de los
salarios.
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