Por Diego Herranz
Público.es,
19/03/2018.
Hace meses las demonizaban. Al bitcoin y al resto de las
divisas virtuales. Las tildaban de fraudes masivos, a sus usuarios de
“estúpidos” y a sus mercados de burbujas especulativas. Ahora, añoran sus salas
de máquinas, las cadenas de bloques, a las que ven como el futuro maná de sus
negocios… y el de las fintech, sus catapultas hacia la digitalización.
“Los bitcoins son el peor fraude de la historia financiera”
y sus acólitos, inversores "estúpidos" que son incapaces de ver
"burbujas" tan peligrosas como las que generan las criptomonedas.
Quien así se manifestó el pasado otoño es el todopoderoso Jamie Dimon,
consejero delegado de JP Morgan. Entonces, el valor de la más importante de las
criptodivisas, el bitcoin, llegó a coquetear con los 20.000 dólares por unidad,
con saltos de cotización de más de 1.000 billetes verdes semanales durante
varios meses. Y no era el único. Voces como la de Tidjane Thiam, su homólogo en
Credit Suisse, iban en la misma dirección: La volatilidad del bitcoin, el
emblema de este mercado, “es una definición de libro de valores
sobrecalentados” y este tipo de "comportamientos" -dijo en alusión el
seguidismo inversor o el llamado efecto rebaño-, “raras veces acaban en un
final feliz”.
Sin embargo, apenas unos meses después de estas
declaraciones, Dimon y no pocos CEO's de los principales bancos de inversión
del planeta, han cambiado de opinión. De forma tajante. Porque JP Morgan se ha
sacado de la chistera un informe con el sello corporativo de una de las más
insignes manos que mecen la cuna de los mercados; es decir, esa utópica idea
del neoliberalismo de que el devenir de los acontecimientos bursátiles
equilibra la sacrosanta ley de la oferta y la demanda. El documento en cuestión
ya se conoce como la biblia del bitcoin. En el mismo, se llama la atención
sobre el "crecimiento extraordinariamente fulgurante" tanto del
número como del valor de las criptomonedas; se reconoce la necesidad de
“seguirlas de cerca” y de “prestar atención a estos mercados” y se justifica su
sorprendente cambio de actitud en “la incuestionable capacidad de innovación”
tecnológica que gira en torno a los blockchain o cadenas de bloques. Y todo con
la cotización del bitcoin por debajo de los 8.000 dólares; entre otras
cuestiones, por decisiones como la prohibición de Google de aceptar en sus
plataformas anuncios de sus mercados, lo que supone una pérdida de valor de más
de 130.000 millones de dólares sólo en el mes de marzo. Apuesta por las
blockchain en plena caída libre de sus máximos exponentes y defensores: las
criptomonedas.
Entonces, ¿qué hechos relevantes han ocurrido para que los
bancos de inversión —y también los comerciales— hayan hecho de su capa un sayo
y apuesten ahora por las criptomonedas? Sin duda, como no podría ser de otra
manera al analizar cualquier fenómeno del sector financiero, porque existe un
pingüe beneficio detrás; un negocio aún por descubrir en toda su dimensión, que
está íntimamente ligado a la digitalización y a los nuevos modelos de negocio.
Pero también porque estos monederos virtuales no tienen visos de desaparecer.
Más bien, al contrario. Y los lobbies bancarios prefieren interceder en la
inminente regulación de estas transacciones, de la mano de gobiernos y bancos
centrales, antes de renunciar a una práctica, el uso e integración en sus áreas
de negocio de los algoritmos encriptados de las blockchains que, para más inri,
les puede reportar notables ahorros en no pocas áreas de sus departamentos
laborales.
En un momento propicio. En tiempos de transformación en las
normas financieras internacionales y con las, a su juicio, duras y costosas
exigencias y recomendaciones impuestas, tras la crisis, por el BIS en sus
normas Basilea III para fijar niveles mínimos de liquidez a las entidades
bancarias. Sobre todo, a las consideradas, por su tamaño y activos, de alto
riesgo sistémico. Sólo la implantación de la MiFid II, las nuevas reglas
financieras europeas, en vigor desde el 3 de enero, les va a ocasionar un
incremento adicional de desembolsos de 100.000 millones de euros, según calcula
el mercado. Sin contar con los 321.000 millones que han tenido que pagar, hasta
2018, como responsabilidad por el credit crunch de 2008, asegura Boston
Consulting Group (BCG).
Las causas de esta súbita adoración son varias. Al menos,
cinco. Todas ellas ponen en tela de juicio argumentos como los de la firma
Themis Trading que, siguiendo el pensamiento inicial de Dimon o Thiam,
aseguraba en el fragor alcista del bitcoin, a mediados de noviembre, que el
mercado de futuros de esta criptomoneda “se cerrará en un futuro inminente ante
el elevado factor de riesgo de sus operaciones” que, hasta ahora, “se ha
beneficiado de una desregulación que ha consentido que se escriba una historia
de fraude y manipulación”; en alusión a la supuesta permisividad de sus
transacciones encriptadas con el fraude fiscal, el blanqueo de capitales y el
crimen organizado.
1. -El poder
tecnológico e innovador de las blockchain.
Las cadenas de bloques albergan registros contables,
digitalizados y descentralizados de todas las transacciones que se realizan a
través de criptomonedas. Hay más de 1.200 monedas virtuales, cuya
capitalización ha llegado a superar los 250.000 millones de dólares y, a tenor
de ciertas predicciones, será el vehículo de pago utilizado por el 5% de la
población mundial en un lustro. Pero su uso se está expandiendo a otros
sectores comerciales. Y la banca desea seguir siendo el pegamento con el que se
fragua, financieramente, la globalización, como convinieron en definir este
negocio los bancos de inversión en los años que precedieron a la crisis. El
quid de la cuestión es el uso del Distributed Ledger Technology (DLT), el
método digital con el que las blockchains codifican y verifican sus operaciones
y permiten, a través de algoritmos y métodos criptográficos, realizarlas con
seguridad, sin opacidad y, sobre todo, sin necesidad de terceras partes; es
decir, que sólo necesitan intervenir el pagador y el receptor de la operación
comercial o mercantil. De ahí que toque una de las fibras más sensibles de la
operativa bancaria: el cobro por servicios de intermediación. Motivo por el
que, súbitamente, la comunidad financiera internacional ha empezado a mover
ficha y a asumir que la tecnología blockchain es la palanca que necesitan para
abordar sus procesos de transformación digital.
Entre otras razones, porque el gran atractivo que traslada a
los bancos es su capacidad para dictar y validar transacciones en un mundo desregulado
como el del bitcoin a una velocidad inaudita: un nuevo bloque se incorpora a la
cadena cada cinco minutos. Con resultados eficientes.
Pero no es la única. Porque la banca también valora
sobremanera que sus protocolos de bases de datos compartan todos los nodos que
participan en su sistema, lo que permite que, una vez en su red digital, cada
terminal personal involucrado reciba un acuse de recibo de que la transacción
se ha ejecutado. O, dicho de otro modo, que cada bloque opera como un banco individual
de pagos. Una fórmula de éxito y de simplicidad. Con el consiguiente ahorro de
costes asociados a este tipo de prácticas.
La primera transacción internacional con cadena de bloques
se completó en octubre de 2016. Fue un acuerdo gestionado por Commonwealth Bank
of Australia y Wells Fargo por valor de 35.000 dólares, el precio de venta de
88 balas de algodón de la australiana Brighann Cotton, a través de su división
en Texas (EEUU), a la ciudad china de Qingdao. Fuentes del sector financiero
admiten que esta operación fue el acontecimiento más innovador en materia de
transacciones en el ámbito internacional desde que, en 1817, Western Union, la
compañía de telégrafos americana, introdujo su exitoso sistema de propiedad
para transferir dinero. El mismo que sigue utilizando Pay Pal y que requiere un
modelo de escala masivo y caro, pero que ha funcionado a la perfección durante
más de un siglo. La alternativa de las blockchain, con su protocolo bancario
universal, es la idónea en la era de la celeridad, de Internet. Todo lo que
requiere, desde móviles hasta sensores integrados, desde la instantaneidad de
la informática hasta el cálculo algorítmico, es ya una realidad. El gran logro
del ideólogo de bitcoin, Satoshi Nakamoto, sea real o ficticio, ha generado el
entusiasmo de la banca. Y no es para menos. Al fin y al cabo, la supresión de
los procesos manuales, del protocolo de confirmación de operaciones entre
clientes -no siempre rápidos ni del todo efectivos- o de los mecanismos de
seguridad y confidencialidad ocasionarían un ahorro de casi 20.000 millones de
dólares anuales a la banca. Si cumplen con los requisitos de Basilea III y de
las normas financieras en vigor, más duras con sus niveles de cumplimiento
legal desde la crisis.
2.- Modernización de
su modelo productivo.
Los bancos andan en plena transformación digital y, por
consiguiente, necesitan ganar en claridad de gestión, en fiabilidad en los
pagos, en descubrir fórmulas que aumenten sus cuotas de financiación comercial
y en adaptar sus informes crediticios a las nuevas demandas y modelos de
negocio. Es decir, tienen ante sí un claro reto modernizador. Y la oferta de
operar mediante blockchains es demasiado atractiva. No por casualidad, las
firmas de cadenas de bloques aumentaron en más de 240 millones de dólares sus
necesidades de capital riesgo en los primeros seis meses de 2017. Gran parte de
ellos (107 millones) suscritos por la gran banca. En concreto, por R3, el
consorcio neoyorquino propietario de los 40 mayores prestamistas del mundo. Y,
según las predicciones de KPMG, en la segunda mitad del pasado año, los
acuerdos de capital riesgo se elevaron hasta 367 millones de dólares.
Accenture cree que la gran banca ahorraría 10.000 millones
al año sólo por el uso de cadenas de bloque. Un modelo que contemplan bolsas
como la alemana o la australiana para administrar sus transacciones diarias. De
la mano de empresas como Digital Asset Holdings, dirigida por Blythe Masters,
un antiguo ejecutivo de JP Morgan Chase, pero también de IBM, Axoni o R3.
Los bancos comerciales también manifiestan su interés en
explorar unos sistemas de pago con los que reducirían la gran complejidad de su
gestión de pagos. A la espera de que los bancos emisores cumplan con su
inusitado deseo de regular las prácticas de las criptomonedas. En este
intervalo de tiempo, que la industria valora en unos cinco años, el sector
financiero pretende posicionarse lo antes posible. Porque las operaciones
transnacionales crecen sin control. Y porque personalidades como Ben Bernanke,
ex presidente de la Reserva Federal, ya participa en coloquios abiertos bajo el
patrocinio de Ripple, junto a Swift, dos de las tecnológicas de blockchain más
poderosas. Además, la comercialización de las finanzas en los mercados globales
colisiona frontalmente con el negocio físico, con el papel, las facturas, las
letras de pago o los créditos por escrito. La identificación de los partícipes
mediante las cadenas de bloques no sólo facilita los movimientos, sino que
también es capaz de estrechar más el cerco contra la criminalidad, contra el
fraude tributario y el blanqueo de capitales. Demandas que están facilitando la
creación de consorcios bancarios para la concesión de créditos sindicados con
sistemas blockchain.
3.- Las fintech son
las nuevas estrellas del mercado. Hay tecnológicas financieras genuinas.
Cien por cien propias. Nacidas de start-ups de éxito
fulgurante. Pero no es menos cierto que gran parte de ellas también o se han
asociado o han crecido bajo la tutela de la gran banca. Y estarán en boga en
2018. Estudios americanos, donde han arraigado especialmente, hablan de que los
bancos van a elevar sus inversiones en fintech en un 82% este año y que, de
estos planes, el 86% será capital de liberación inmediata. La consultora
Statista cifra este flujo de inversiones en 4.700 millones en el mercado de
EEUU. La mayor parte de esta cantidad se destinará a la creación de ecosistemas
operativos con cadenas de bloques. “Es la tecnología que necesita la industria
financiera”, enfatiza Reetika Grewal, de Silicon Valley Bank, “facilitadora de
inversiones y crédito, segura, inmediata y facilitadora de nuevas fintechs”.
4.- Wall Street ha
dictado sentencia, obsesionado con su modelo.
Ya en el último bienio se ha visto su estrategia.
Impresionados por que las transferencias se certificaran en tiempo real a
través de i-message. Un grupo de siete bancos -entre ellos, UBS, Unicredit o
Santander-, fueron pioneros en mover sus transacciones mediante blockchains,
ideado por Ripple. Igual que Goldman Sachs o Barclays, en estos casos, con
inversiones propias. JP Morgan, algo más escéptico al principio, se ha unido a
Citigroup, Bank of America o Credit Suisse en la idea de mutualizar entre ellos
aplicaciones de cadena de bloques para facilitar créditos en los mercados de
derivados.
A finales de 2016, había una cincuentena larga de bancos en
condiciones de aplicar métodos de cadenas de bloques, pero ninguno se atrevió
entonces a dar el primer paso. Todo este movimiento se une a la proliferación
de start-up (bitFury, BitGo, Bitnet, Bitstamp o itBit) cuyo negocio reside en
establecer cauces de entendimiento y cooperación con el Departamento de
Justicia, el FBI, o la comisión supervisora de materias primas, la CFTC, para
perseguir posibles focos de fraude. Pero su paulatina implantación no ha sido
obra de Silicon Valley. Ni de la Administración americana en su exigible misión
de evitar la criminalidad organizada o la financiación de grupos terroristas o
cárteles de narcotraficantes. Sino que su impulso ha partido, inequívocamente,
de Wall Street. Son las grandes firmas de inversión, pues, las que han tomado
la iniciativa. Y van ganando. Porque, en paralelo, están consiguiendo, como
acaba de constatar la semana pasada el Senado americano, que se desmantele la
Dodd-Frank, la ley de Obama contra el riesgo financiero de los bancos, que data
de 2010. Más negocio, más fulminante… y con menos control.
5.- Los bancos
centrales entran en escena.
Era la pieza que todavía quedaba suelta. Por fin, se han
decidido a actuar. O, para ser más precisos, a admitir que tendrán que regular
las criptomonedas y, por ende, su modelo tecnológico y operativo. Alemania,
Francia e Italia lo han incorporado a la agenda futura del G-20. Aunque desde
2015, varios bancos centrales, como la Fed, el Banco de Canadá o el Banco de Inglaterra
hayan lanzado investigaciones específicas sobre divisas digitales. Ahora
precisamente. Cuando los bancos han decidido explorar y acceder a estas nuevas
fuentes de recursos e ingresos. Cuando Accenture avanza que el modelo de
blockchain se expandirá por todo el sistema productivo, con aplicaciones
industriales específicas para negocios y sectores, para lo cual, se requieren
cauces financieros similares. Cuando países como Suiza o Malta, fuera de la
lista negra de paraísos fiscales de la UE, pero cercanos al patrón de centro
off-shore; Israel o Rusia, que han sido señalados en las últimas décadas como
territorios propensos al lavado de capitales, o los emiratos del Golfo Pérsico,
han decidido fomentar sus criptomonedas o regular, de forma laxa y antes que
las grandes potencias industrializadas, la regulación de estas divisas. O
cuando a EEUU le preocupa, desde el punto de vista de la seguridad nacional,
más Petro, la moneda virtual ideada por el Gobierno de Nicolás Maduro, al que
amenazó de inmediato con sanciones financieras, que los movimientos
especulativos (o la alta volatilidad) del bitcoin. Una demora que les aleja,
una vez más, de un capitalismo ordenado, con reglas previas y rigurosas, que
evitan tsunamis por exceso de activos tóxicos o de mala praxis inversora o
empresarial, en busca de beneficios desorbitados.
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