Por Juan Carlos
Escudier
Público.es, 27/11/2018
Ha empezado sin pena ni gloria en la Audiencia Nacional el
juicio que ha sentado en el banquillo a Rodrigo Rato y a una treintena de
directivos Bankia, además de a sus auditores de Deloitte, por ese timo de la
estampita 2.0 que fue la salida a Bolsa de la entidad, al que sucumbieron miles
de personas llamados a ser al mismo tiempo ‘bankeros’ y panolis. Como suele ser
habitual, lo que se juzga es sólo una pálida sombra de lo acontecido, que ni
debería limitarse a simples delitos de falsedad y fraude ni circunscribirse a
Rato y a sus mariachis.
No se trata de una simple estafa. El de Bankia es un delito
no tipificado que no ha limitado sus víctimas a los incautos que compraron
títulos dando duros a pesetas. Afectado resultó el país entero que tuvo que
hacer frente a un gigantesco seísmo financiero cuyo epicentro fue ese monstruo
de Frankenstein -Caja Madrid, Bancaja, Caja de Canarias, Caixa Laietana, Caja
La Rioja, Caja Ávila y Caja Segovia- a cuya resurrección se destinaron 22.400
millones, casi la tercera parte de lo empleado en el rescate de un sistema
podrido y quebrado. Y mientras se salvaba a los bancos se condenaba a las
personas.
Víctimas de Bankia fueron los ancianos a los que se empezó a
cobrar en las farmacias y que dejaron de tomar medicamentos porque no podían
pagarlos, los enfermos a los que se les negó tratamiento en la Sanidad pública
porque era muy caro, los que se quedaron sin subsidios y solo vieron salida a
su desesperación en una ventana abierta, los
jóvenes que no pudieron pagar las tasas universitarias, los trabajadores
temporales a los que no renovaron, los fijos a los que echaron, los que vieron
sus sueldos congelados, los científicos que perdieron sus laboratorios, los
dependientes que quedaron desatendidos, o los condenados a hacer las maletas y
buscar sustento en otros países. Ninguno de ellos será testigo en esta causa
que les cambió la vida.
Faltan damnificados y también acusados, singularmente los
responsables de no haber evitado este desaguisado colosal, los vigilantes que
no vigilaron nada salvo su ombligo y que luego se encogieron de hombros, esos
señores de la CNMV y del Banco de España que han sido exculpados pese a haber
mirado hacia otro lado por intereses políticos o por pura incompetencia. De
nada sirve pagar a unos supervisores que no supervisan, que ignoran los avisos
de sus subordinados o de la propia Comisión Europea, que ya en 2010 había
advertido al regulador bancario que de haber aumentado en su día las
obligaciones de capital para aquellas operaciones disparatadas en las que se
concedían hipotecas por el 120% del valor de las viviendas nos habríamos
ahorrado el desastre.
En el banquillo, donde alguno está de más, como el entonces
consejero delegado Francisco Verdú, el único que renunció a llevárselo crudo
con las tarjetas black y que 20 días después de llegar a la Caja cometió el
‘pecado’ de firmar unas cuentas avaladas por los auditores y por el Banco de
España, hay ausencias clamorosas. Faltan los políticos que designaron a sus
amigos para que se forraran al frente de la entidad, el que nombró a Blesa
porque era compañero de oposición y el que señaló con el dedo a Rato, que sabía
lo que era hundir un banco porque ya lo hicieron su padre y su hermano con el
de Siero, el Murciano y el de Medina en los años 60 del siglo pasado y acabaron
en la cárcel.
Con Bankia no se hará justicia porque la socialización de
las pérdidas implica necesariamente borrar las huellas y porque han vuelto a
convencernos de que miremos el dedo en vez de contemplar la luna. Tras
vaciarnos los bolsillos y los ánimos alguna moneda más nos sacarán de la oreja.
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