Rebelión, 13/08/2014.
Dicen que los golpes enseñan y todo indica que tras
padecer durante años demoledoras adversidades financieras, las naciones en
desarrollo y las emergentes han comprendido que la única forma de mantener
finanzas seguras es mediante la creación de bancos que les sean confiables y
afines.
Dos instituciones financieras han surgido recientemente: los integrantes
del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) acordaron crear el Banco de
Desarrollo y un Fondo de Reserva, y la Unión de Naciones del Sur (UNASUR) fundó
el Banco del Sur.
Los países integrantes de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América (ALBA) funcionan desde hace más de un año con el Banco del
ALBA, y muchas de sus transacciones la realizan con el Sucre, (una moneda
virtual) sin tener que acudir directamente al dólar.
El Banco del BRICS funcionará con un capital inicial autorizado de 100
000 millones de dólares, y un capital suscrito de 50 000 millones, que será
compartido por igual entre los fundadores. La sede estará en Shanghái, y tendrá
un centro regional en Sudáfrica.
El Fondo de las Reservas de Divisas (anticrisis) contará en un inicio
con 100 000 millones de dólares y las cuotas se distribuyeron de la siguiente
forma: Rusia, India y Brasil proporcionarán 18 000 millones de dólares cada
uno, Sudáfrica 5 000 millones de dólares y China 41 000 millones de dólares.
Entre los propósitos del Banco se encuentra la de financiar proyectos de
infraestructura y desarrollo sostenible de sus miembros y de terceros países
fuera del grupo.
A todas luces, las dos instituciones nacen como alternativas al BM y al
FMI pues reducirán la dependencia del mundo de esos centros financieros y
también permitirán distanciarse de la moneda verde que aun hoy permanece como
la principal en los intercambios comerciales globales.
Tras la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco
Mundial (BM) la mayoría de los préstamos y las operaciones financieras se han
movido a través de estos emporios controlados por Estados Unidos y los países
desarrollados de Europa Occidental.
En una estación de esquí denominada Bretton Woods, en New Hampshire al
noreste de Estados Unidos, nacieron en julio de 1944, el FMI y el BM. El
primero, en teoría, tenía como motivo principal apoyar con créditos a los
países que sufrían dificultades de pago, mientras el segundo ayudaría a las
naciones pobres con préstamos favorables para inversiones en infraestructura,
educación y sanidad.
En la práctica y sobre todo en las dos últimas décadas, estos organismos
financieros internacionales han ayudado a agravar la pobreza de los países que
aceptan sus condiciones para poder utilizar sus créditos.
Estados Unidos, por las cuotas que aporta, posee el 17,14 % de los votos
en esas instituciones y los países industrializados un tercio. Por esas
prebendas, imponen que el presidente del BM sea un estadounidense y el director
del FMI, un europeo, además de que las sedes de ambas instituciones se
encuentran en Washington.
Sin el visto bueno del FMI, que como censor determina la voluntad y
capacidad de un país para pagar el servicio de la deuda, no se entregan empréstitos,
los que una vez otorgado, los gobiernos receptores deben someterse a
condicionamientos que van desde recomendaciones no obligatorias hasta
inspecciones extremas con imposición de sanciones de carácter forzoso.
Sus esquemas de ajustes van directamente encaminados a buscar la
confianza de los mercados internacionales de capital en el país deudor, como ha
ocurrido en Grecia, Portugal, España, Irlanda, y cuyas consecuencias han sido
pecaminosas para la mayoría de sus habitantes al reducirse los programas
sociales.
En 1989 se creó el llamado Consenso de Washington que impulsó las
políticas neoliberales y de privatizaciones iniciadas en la década de 1970.
Este mecanismo marca en la actualidad las políticas de presión y chantaje hacia
las naciones en desarrollo suscritas por los organismos financieros
internacionales.
Se le llamó Consenso de Washington por la coincidencia de opiniones (que
ya no era nada nuevo) entre los diseñadores y gestores de la política
internacional estadounidense con el FMI, BM y el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID)
En aquella ocasión, los acuerdos fundamentales a que llegaron los
integrantes en ese cónclave y que han regido las políticas financieras
mundiales en los últimos 25 años, fueron los siguientes: reducción del papel
del Estado en la economía; privatización de empresas estatales; eliminación de
los déficit públicos y fijación de políticas cambiarias “realistas”.
Desde entonces, Estados Unidos y esos tres bancos, se abrogan el derecho
y la potestad de dirigir las líneas económicas de las naciones del orbe y
quienes se nieguen a seguirlas no podrán disponer de empréstitos o
financiamientos para un hipotético desarrollo económico.
Lo que ocurre en la práctica es que los préstamos obtenidos tras
ignominiosas negociaciones, se convierten en impagables pues a estos se suman
los elevados impuestos que las débiles economías de las naciones no pueden
sufragar. Como resultado, la deuda con el organismo aumenta y los gobiernos se
hacen más dependientes de los emporios financieros.
La institución suiza denominada Declaración de Berna ha calificado al
FMI y al BM como “burocracias antidemocráticas, hipócritas y poco
transparentes”.
Por eso, el surgimiento de los Bancos del BRICS y del Sur, unidos al del
ALBA, son relevantes opciones financieras que disminuirán las influencias sobre
las naciones menos desarrolladas del planeta que durante décadas han mantenido
el FMI, BM y BID.
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