Por Daniel Manzano
e Itziar Sola
El País,
07702/2016
En el artículo Atrapados en Europa que publicamos en esta
misma sección a finales de diciembre, nos preguntábamos por la capacidad de
supervivencia de muchas entidades financieras que van a estar obligadas a
“seguir funcionando en un escenario de tipos cero durante algunos años más, y a
cumplir, al tiempo, con unos niveles de solvencia y exigencias regulatorias a
los que, desde luego, no estaban acostumbradas”. Poco más de un mes después, el
conjunto de la banca europea cotizada ha perdido prácticamente una cuarta parte
de su valor.
Los peores presagios sobre el aumento de la incertidumbre
acerca de la naturaleza del aterrizaje de la economía china, junto con la
extrema volatilidad y descenso continuado de los precios del crudo, se han
plasmado en un desplome bursátil no conocido en un arranque de año. Caídas
generalizadas de cotizaciones que sólo pueden entenderse cuando se superpone el
tradicional efecto manada que suele trufar este tipo de acontecimientos. Sea
como fuere, la amenaza de deterioro de las propias expectativas económicas que
ha generado este fenómeno es tan seria, que ha propiciado: a) declaraciones de
contención en sus próximos movimientos por parte de la Reserva Federal y del
Banco de Inglaterra; b) el anuncio del BCE de una nueva vuelta de tuerca en
marzo en su política expansiva, e incluso; c) la efectiva reducción del tipo de
referencia del Banco de Japón hace sólo unos días.
La combinación de ese debilitamiento de las expectativas
económicas con la prolongación en el tiempo de un escenario de tipos cero, no
ha hecho sino exacerbar las presiones a las que ya de por sí se enfrenta el
sector bancario europeo, cuando apenas si empezaba a transitar tras un duro
proceso de ajuste y recapitalización. En general, y sin lugar a dudas en el
caso español, sólo las menores dotaciones que ha debido realizar el sector este
pasado año, tras la limpieza de balances realizada durante la crisis, junto con
la mejora de las condiciones económicas, han permitido en 2015 mitigar
parcialmente unos magros márgenes de explotación. Aunque mucho más saneada y
solvente, la banca de la eurozona sigue definiendo una rentabilidad que se
encuentra todavía lejos de los dos dígitos y, como el BCE ha explicitado, de su
propio coste de capital.
Las dudas emergentes sobre la banca italiana (de tamaño
similar a la española), que a estas alturas se plantea abordar una limpieza de
balances aún pendiente, añaden un ingrediente adicional a este cóctel
preocupante. En este caso, las pérdidas medias de cotización de sus bancos se acercan
ya al 40% del valor que tenían hace pocas semanas. Alguno sobrepasando incluso
el 50%. Con todo, las cesiones están siendo intensas y generalizadas también en
los casos de los bancos alemanes, franceses o españoles.
A mayor abundamiento, algún indicador relevante como la
relación entre la cotización de sus acciones y los correspondientes valores en
libros (el conocido price-to-book ratio), de nuevo muy por debajo de la paridad
y cercanos ya a los mínimos alcanzados durante la crisis, son expresivos de una
extrema desconfianza. Conviene seguir pendientes.
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