Por Pedro Fresco
Público.es,
19/02/2016.
Desde hace varios años se viene insistiendo en la idea de
que hay que impartir educación financiera en los centros educativos para que
las nuevas generaciones puedan desenvolverse en el mundo moderno. Desde la
ortodoxia se nos dice que basta con tener información suficiente para que las
elecciones sean racionales y desde agentes económicos como los bancos se
insiste en que la educación financiera es imprescindible.
Hay estudios que parecen sostener que convertir la educación
financiera en enseñanza reglada es una buena idea. Un estudio de 2007 (Thorsten
Beck et al.) concluye que los mercados financieros desarrollados (en los que
participa la mayoría de la población) reducen la desigualdad, según los autores
porque así los “pobres” sacan rendimiento a sus ahorros, por un lado, y también
porque este desarrollo financiero genera crecimiento económico. Así pues la
educación financiera sería positiva para todos, porque ayudaría a estimular la
economía, mejoraría las decisiones de los “pobres” y les ayudaría a sacar
rentabilidad por sus ahorros.
A estas conclusiones le podemos oponer dos grandes peros
iniciales. Primero, un país como España con casi toda probabilidad ha
desarrollado más su sistema financiero en estos últimos 10 años y sin embargo
la desigualdad ha aumentado en este tiempo. Esto, sin ser tan acusado, es
similar en otros países de nuestro entorno, así que es razonable pensar que si
ese estudio se hiciese en 2016 y no en un momento de expansión crediticia
continuada, el resultado sería distinto.
Por otro lado, en España tenemos una historia particular
sobre productos financieros fallidos que han sido vendidos masivamente al
público general, como preferentes, acciones de ciertos bancos que luego fueron
rescatados, bonos corporativos de empresas, etc. Así que intuitivamente no
parece que la contratación de productos financieros por los pequeños
ahorradores haya podido contribuir a mejorar la igualdad sino más bien al
contrario.
Decir que una mayor educación o conocimiento (sobre lo que
sea) ayuda a minimizar la desigualdad parece casi de Perogrullo, porque
obviamente el conocimiento siempre es bueno y aleja a los seres humanos de la
ignorancia, que es uno de los factores que los mantiene dependientes, sumisos y
sin más alternativa que aceptar las situaciones sobrevenidas. La cuestión es
que dentro del concepto “educación financiera” se pueden incluir muchas cosas,
y cuando se dice “conocimiento” igual no se quiere decir solo conocimiento sino
también “propaganda” u orientación a determinados comportamientos sociales.
No es mi intención parecer anarquista, pero es obvio que la
educación siempre tiene un componente de “manipulación” de las nuevas
generaciones para convertirlas en individuos adaptados a una estructura social
determinada. Los conocimientos son buenos, cosas como las matemáticas, las
ciencias, los idiomas o las humanidades se deben conocer, pero a nadie se le
escapa que enseñando historia se puede manipular la misma, que enseñando
valores se puede dogmatizar y, en definitiva, que la educación tiene una función
que puede no ser neutral. Por esta razón muchos nos oponemos a que cosas como
la religión se enseñen en los colegios.
Así pues la educación financiera puede ser buena, pero
dependerá de qué educación financiera estemos hablando. Es bueno que los jóvenes
aprendan que es el tipo de interés de una hipoteca, la inflación, que entiendan
los riesgos inherentes a cosas como comprar a plazos o a cualquier operación
financiera, pero ¿es eso lo que se pretende? ¿Se quiere proteger a los nuevos
ciudadanos de los fraudes y de los engaños? ¿O quizá lo que se pretende es
condicionar actitudes?
Mi experiencia en la venta de commodities a empresas me ha
confirmado algo que también he podido observar a nivel particular. Cuando una
persona desconoce absolutamente un mercado o un producto tiende a ser
desconfiado y a evitarlo, como es lógico y razonable en su situación. En el
otro extremo, cuando alguien es un experto obviamente toma decisiones
sustentadas en datos o en un conocimiento profundo del mercado en cuestión, aunque
eso no lleva a que estas decisiones sean racionales. El experto valora los
riesgos mejor o peor, pero los valora y los intenta gestionar.
Sin embargo cuando una persona pasa del desconocimiento
absoluto al conocimiento parcial tiende a desprenderse de todas las cautelas y
los miedos previos, aun cuando el conocimiento adquirido no justifica tales
alegrías. La aversión al riesgo desaparece y, en cambio, el conocimiento sobre
el mercado en el que actúa sigue siendo escaso. Muchas veces he observado como la
persona se “emociona” cuando comienza a entender un mercado, sobrevalora su
conocimiento y tiende a tomar decisiones poco prudentes.
Creo que todos conoceréis a ese perfil de inversor en bolsa
amateur, que se ha leído un libro de cualquier gurú y se cree en posesión de un
método infalible para sacar dinero de la nada. Muchas de estas personas
consideran que es de facto imposible que pierdan dinero y ven la probabilidad
de que eso suceda casi tan remota como que les caiga un meteorito en la cabeza
mientras pasean por la calle. Pues bien, existen perfiles similares y te los
puedes encontrar también en el mundo empresarial ¿Es positivo ese conocimiento
parcial? Si el conocimiento escaso te hace obviar los riesgos, ¿te está
aportando algo bueno? Convengamos que no.
El profesor de economía conductual Dan Ariely explica que la
educación financiera no tiene prácticamente ninguna influencia sobre el
comportamiento financiero. En su larga labor divulgativa, el profesor Ariely ha
explicado cómo los seres humanos somos irracionales en nuestras decisiones y
que estamos absolutamente influidos por las normas sociales del entorno en el
que nos movemos, por la publicidad engañosa, por el deseo de gratificación
inmediata y por muchas cosas que poco o nada tienen que ver con la racionalidad
que venden los ortodoxos. Esto está ampliamente estudiado y enseñado por
ejemplo en el sector de las ventas, donde se ilustran estrategias de venta
emocional, a identificar al decisor, a crear necesidades donde no las hay, etc.
Una educación financiera básica probablemente sólo serviría
para orientar a los ciudadanos a introducir sus ahorros en el circuito de la
economía financiera por norma y convención, pero no haría que decidiesen mejor.
De hecho posiblemente haría que decidiesen peor porque les predispondría a la
inversión, encontrándose en un mercado donde vendedores de fondos y de planes
de pensiones que tienen más conocimiento e información que ellos les venderían
todo tipo de productos gracias a esa predisposición educacional.
Como he comentado al principio en España ha habido fraudes
masivos como el de las preferentes, las acciones de Bankia, el fórum filatélico
o los bonos corporativos de nueva Rumasa. La pregunta que debemos hacernos es:
Si los ciudadanos hubiesen recibido educación financiera ¿se hubiese minimizado
estos fraudes? Pensar que una educación financiera recibida en los años 60 o 70
hubiese servido a jubilados del 2010 para entender productos financieros que se
complican y retuercen sin cesar es difícil de creer.
¿Y si, en cambio, una educación financiera tendente a
fomentar la inversión hubiese agravado el problema? Porque los pequeños
inversores estimulados por foros, los libritos de gurús y artículos en prensa
compraron acciones de Bankia a mansalva creyéndose más listos que los demás,
por poner un ejemplo.
Otra cosa es una educación tendente a mirar las cosas de
forma crítica, a valorar los riesgos y a no dejarse liar por cantos de sirena.
Esa educación probablemente sí hubiese minimizado las víctimas de estas situaciones,
pero esa sería una educación económica, no financiera, una educación crítica
que enseñase a dudar cuando alguien ofrezca rendimientos asegurados por encima
del doble del mercado, o diga que un plan de pensiones es la mejor inversión
porque las pensiones públicas van a desaparecer o venda un maravilloso fondo
high-yield. No es lo mismo.
Esa es la educación que necesitamos, aprender a pensar,
aprender a aprender, aprender a dudar y a que no te engañe un artículo de
prensa pagado por una empresa o un ministro del gobierno con determinados
intereses. Esa es la educación que nos hará más iguales, no saber qué es un
fondo de inversión o un dividendo.
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