Por Diego Herranz
Público.es,
28/11/2016.
No es dorado todo lo que reluce en la coyuntura alemana. El
motor de la recuperación europea podría griparse a lo largo de 2017. Hasta el
punto de que cada vez más analistas hablan de “crisis invisible”, que se ha
conseguido posponer en los meses recientes, pero que estallará de forma “inevitable”
en el futuro inmediato. Una tesis que ya asumen instituciones como el Fondo
Monetario Internacional y que preocupa en los think-tanks y servicios de
estudios de bancos de inversión a partes iguales.
El FMI acaba de dar su particular señal de alarma, sin que
parezca que haya cundido el más mínimo atisbo de asombro en el rostro de su
imperturbable ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble. En su reciente informe
anual sobre Alemania elude su tradicional lenguaje encriptado y, sin tapujos,
afirma, rotundo, que “el Deutsche Bank es el factor de riesgo sistémico más
importante que pende sobre la arquitectura financiera internacional”.
Todo un aviso para navegantes; es decir, para cualquier
autoridad económica. Aunque no tanto para Schäuble, míster niet, la némesis
actual de Andrei Gromyko, en la zona del euro, según sus propios colegas del
Eurogrupo. El halcón del Ejecutivo de Angela Merkel que ha mostrado su férrea
oposición a la política de estímulos del BCE, a su gestión de tipos de interés
próximos a cero, a sus programas de adquisición de deuda, a la reestructuración
del insostenible endeudamiento griego o a la mutualización de los bonos
soberanos de los socios monetarios europeos. Por no mencionar sus constantes
intentos obstruccionistas a que Alemania contribuya con nuevos fondos al
restablecimiento del dinamismo de los países periféricos, los mismos que, en
los años de bonanza, buscaron -y encontraron, sin apenas dificultades- las
líneas de financiación del Deutsche Bank para sus negocios.
El diagnóstico del FMI es rotundo. Se basa en el ratio
capital-activos, el conocido como Tier 1, según la nomenclatura de Basilea, las
normas del Banco Internacional de Pagos (BIS por sus siglas en inglés) que han
establecido las nuevas cotas de solvencia a las entidades bancarias de todo el
mundo. Este indicador, en el conjunto del modelo financiero alemán -advierte el
FMI- “ha caído de forma abrupta, precipitada”. Hasta suponer que el riesgo de
activos sea del 22,3%, frente al 25% del conjunto de la zona del euro o la
tercera parte en el caso del modelo estadounidense. Un dato de alto voltaje
cuya causa señala el propio Fondo.
Para que no haya lugar a dudas: “Los bancos alemanes están
minimizando sus pérdidas para evitar dañar a sus empresas”. Es decir, que se
han convertido en “huraños”, aunque el poco crédito que ofrecen es para firmas
germanas, muchas de ellas participadas por las entidades financieras. “Son
amortiguadoras de capital”, llega a decir el FMI. También la autoridad bancaria
alemana admite, de alguna forma, este escenario.
“La mitad de los bancos alemanes tienen una alta exposición
a los bajos tipos de interés” [del BCE], por lo que “podría ser necesario que
acometan futuras ampliaciones de capital”, admite la BaFin germana. Algo que,
además, a los ojos del Fondo, “va a perjudicar el repunte inversor de países
como Italia o España”. Aunque sea el BCE quien explique con suma claridad parte
de este razonamiento.
Fachada de la sede del Fondo Monetario Internacional (FMI)
en Washington, Estados Unidos. EFE
El diagnóstico del Fondo recuerda a la advertencia del BIS a
Japón a finales de los ochenta, cuando dijo a sus bancos que “debían ser
suspendidos de las transacciones mundiales por sus bajos niveles de reservas
Lo hizo hace escasas jornadas Sabine Lautenschlaeger,
supervisora de la autoridad monetaria europea, para quien la mayor resistencia
adquirida por los bancos tras la crisis de la deuda no ha impedido, sin
embargo, la ralentización de sus rentabilidades, lo que ha “elevado los riesgos
en su búsqueda de beneficios” y ha puesto en duda la financiación y, por tanto,
la viabilidad de numerosos negocios. Para Lautenschlaeger, los bancos no se han
amoldado a un contexto de “baja rentabilidad, abundante liquidez y alta
competencia” en el sector.
La cuenta de resultados del Deutsche Bank revela su estado
de fragilidad. Pérdidas netas de 6.700 millones de euros en 2015, sin
perspectivas de sobreponerse a sus números rojos hasta, al menos, 2018, y
caídas de ingresos del 22% en el primer trimestre de 2016. Después de un año
largo de descensos de dobles dígitos, decenas de miles de trabajadores
despedidos, retroceso de sus ratings de deuda, depósitos y solvencia por parte
de Moody’s y Fitch y unas cotas de toxicidad de 41.900 millones de euros de sus
activos, fundamentalmente provocada por sus ofertas de productos derivados.
Jacob L. Shapiro, de Geo Political Futures, considera que
este diagnóstico es similar al que el BIS hizo sobre Japón a finales de los
años ochenta, cuando advirtió a sus bancos que “debían ser suspendidos de las
transacciones internacionales por sus bajos niveles de reservas”. La primera
“bandera roja” que auguraba “el colapso” del entonces proclamado milagro
económico nipón, afirma Shapiro, quien encuentra otro parangón con el inicio de
la doble década perdida de Japón: la excesiva dependencia de su sector
exportador. En un informe titulado La crisis invisible de Alemania. Y cómo el
mundo debería verla, lo explica con precisión. En su opinión, el Deutsche Bank
es algo más que un banco... alemán.
“Técnicamente, es un banco privado, pero informalmente, es
la mayor corporación gubernamental”, el instrumento que Berlín siempre ha
utilizado, junto al Commerzbank y el Dresdner Bank, absorbido por el anterior
en 2009, “como proveedores de capital, por un lado, y motores del desarrollo
industrial del país”, desde su nacimiento, un año antes del nacimiento de
Alemania como nación, en 1871. El mismo ejercicio, por cierto, que Commerzbank
y dos antes que Dresdner Bank. Todo un ejemplo de marca-país.
Sin embargo, a Shapiro, lo que más le preocupa es la
vulnerabilidad de su sector exterior, anclado en el doble principio, no siempre
veraz, de que el libre comercio es universalmente beneficioso y que los altos
niveles de exportaciones indican eficiencia y solidez económica. Como lo demuestra
las recientes y actuales debilidades de China, Rusia o Arabia Saudí por la
severa competencia de precios a escala global. Y Alemania está, si cabe, en un
peligro aún más latente porque, en términos absolutos, es el tercer gran
exportador global, por detrás de China y EEUU, pero con unas ventas
equivalentes al 45,7% de su PIB, frente a sólo el 22,6% del gigante asiático o
al 13,4% de la economía americana.
“El patrón de crecimiento alemán no va a ayudar a evitar una
crisis de mayores dimensiones”, aclara. Shapiro cree que el mantenimiento de
sus actuales tasas de exportación “resulta insostenible”. Primero, porque la
inestabilidad financiera de 2008, ha modificado el escenario geoestratégico en
Europa, con altas tasas de desempleo en naciones periféricas, la salida de
socios como Reino Unido (Brexit), la irrupción de movimientos independentistas
o el bloqueo migratorio, que ya están deteriorando el mercado interior, a pesar
de que esta amenaza todavía resulta invisible en Alemania por la proximidad al
pleno empleo, la fortaleza de su gobierno o el vigor de su economía.
Al contrario que ocurre entre los grandes mercados
exportadores -China, Rusia, Corea del Sur, Arabia Saudí-, cuyas coyunturas han
empezado a sufrir por las caídas en las cotizaciones de la energía y del resto
de materias primas, que también atraviesan una corrección de precios, y por una
nueva reaparición de restricciones crediticias. Factores, ambos, que podrían
ensombrecerse aún más con las tentaciones proteccionistas que proceden de EEUU y
el riesgo de recesión. Y que podrían llevar a nuevos recortes de gastos y
nuevos perjuicios a la clase media profesional en toda Europa si Schäuble, como
ha hecho patente con España, reclama más austeridad.
A Alemania este panorama le podría pasar la factura de
Japón, el enfermo económico mundial. Shapiro señala que ambas economías tienen
mano de obra altamente cualificada y deben elevar el consumo interno para
reducir sus generosas tasas de ahorro, trasladando sus ventajas competitivas y
sus elevadas inversiones en productos de mayor valor productivo. En un momento
en el que la demanda de bienes y servicios made in Germany de alta tecnología
ha ido perdiendo pujanza en mercados como el estadounidense o el francés ante
la fuerte rivalidad global de precios. En el que las cuotas de retorno de las
inversiones realizadas por las empresas alemanas (Volkswagen, Bayer o BASF)
vienen descendiendo desde finales de 2012. Y en el que su sector privado está
sacrificando sus ingresos para impulsar sus exportaciones a corto plazo
mediante bajadas de costes (BMW). Una estrategia que también han seguido los
bancos, con una exposición de 120.000 millones de euros (el 3% del PIB alemán)
al tambaleante sector financiero italiano, y que está detrás del precio más
bajo de la acción del Deutsche Bank en los últimos 30 años, marcada este año, o
la pérdida de beneficios del 52% del Commerzbank. Y que podría complicarse si
el valor del euro, un 18% infravalorado en los mercados, según el FMI, inicia
un rally alcista, a la estela del dólar.
Por si fuera poco, existe un tercer factor tumultuoso, la
doble burbuja crediticia y del mercado inmobiliario. Un sobrecalentamiento que
se ha acelerado por la escalada salarial, casi única en Europa, que ha removido
el equilibrio entre la oferta y la demanda del mercado laboral -lastrado también
por el retroceso del flujo de inmigrantes- y que contrasta con la moderación
retributiva, especialmente en la industria, y con las caídas de productividad
en la zona del euro, apunta Gilles Moec, economista para Europa de Bank of
America Merrill Lynch.
Barbara Böttcher, del servicio de estudios Deutsche Bank,
admite que los bajos tipos de interés del BCE complican “cualquier gestión
prudente del mercado de la vivienda” aquejado de altos niveles de demanda y de
excesos de créditos hipotecarios en los últimos años. A su juicio, “existe una
clara amenaza de sobrecalentamiento”; en especial, por la moda de ampliar
hipotecas de inmuebles para nuevas viviendas y porque, en paralelo, se ha
instalado un boom de precios de alquiler en la práctica totalidad de las grandes
ciudades del país.
Raymond Van der Putten, de BNP Paribas, indica que la
combinación de alza de la energía, riesgos proteccionistas, una política fiscal
menos laxa y bajos tipos de interés “reclaman correcciones en los excesos del
mercado inmobiliario” y ajustes en el sector bancario y asegurador “para evitar
su fragmentación”.
A la espera de acontecimientos, el consenso del mercado
reduce medio punto, hasta el 1,3%, las previsiones de crecimiento del PIB
germano para 2017. En comparación con el ejercicio que está a punto de
culminar.
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