Por Alfredo Apilánez
El Salmón
Contracorriente, 22/11/2016.
Comenzaré la exposición yendo al grano para tratar de
contestar, a través de una aproximación teórica, a la pregunta que da título a
la charla. A continuación, haré un breve recorrido histórico por los hitos del
desarrollo del neoliberalismo: el brazo político-ideológico del capitalismo
actual. En tercer lugar expondré los rasgos de los que podríamos llamar pilares
de la hegemonía del capital financiero para concluir con un breve apunte sobre
las enormes repercusiones políticas y sociales de lo anterior.
Me gustaría comenzar con un ejemplo que, en mi opinión,
sirve de certera aproximación al tema que queremos abordar. Se trata de un
fragmento de un excelente trabajo de Salva Torres de la asociación 5OOx20 sobre
la espectacular burbuja del alquiler que está fraguándose en Barcelona:
Barcelona se ha convertido en el laboratorio del mercado de alquiler del
futuro. El sector inmobiliario está alborotado por la entrada masiva de dinero
de los llamados fondos buitres y por la avalancha turística. Todo empezó con la
máquina de creación de dinero bancario que inició la Reserva Federal de los
EE.UU (la llamada expansión cuantitativa). Ahora, “el bazooka monetario” lo
tiene el BCE que dispara compras masivas de deuda bancaria y corporativa. Hay
dinero a raudales mientras las autoridades monetarias propulsan artificialmente
los precios de los activos para evitar una nueva caída de todo el tinglado
financiero internacional. Pero todos sabemos quién sale beneficiado”.
La descripción anterior nos acerca más a la esencia del
capitalismo “realmente existente” que las recurrentes cantinelas sobre
esforzados autónomos y heroicos emprendedores que pueblan los discursos de las
“fuerzas vivas” y sus portavoces político-mediáticos.
¿De qué hablamos
cuando hablamos de financiarización?
Hablamos de la evolución acelerada del capitalismo actual
hacia la hegemonía del rentismo y la expropiación financiera basada en el
endeudamiento masivo. De este modo, un capitalismo “patrimonial”, propulsado
por las burbujas de activos infladas vía crédito por la banca global, deviene
el corazón del sistema económico en detrimento de las actividades productivas
tradicionales. Como resume Jesús Nácher (autor del excelente blog “La proa del
argo”):
“La retórica habla de valor, de trabajo pero
la realidad nos muestra grandes fortunas reunidas mientras el propietario se
echaba la siesta. La palabra clave es “renta”, el beneficio que obtenemos simplemente
por ser propietarios de algo, sin aportar trabajo o valor de ninguna clase”.
¿Qué nos dicen los
expertos de la ciencia económica sobre esta singular configuración de la matriz
de la rentabilidad capitalista?
Los economistas clásicos hubieran abominado de una
estructura económica basada en el rentismo y la especulación con activos.
Stuart Mill, –refiriéndose a los terratenientes absentistas- es bastante
inclemente: “Puede decirse que se enriquecen mientras duermen, sin trabajar,
arriesgar o economizar. Según el principio general de la justicia social, ¿qué
derecho tienen a ese aumento de sus riquezas?”.
David Ricardo también –aún sujeto al férreo dogma
malthusiano de la creciente presión demográfica sobre los escasos recursos-
culpaba a la renta de la tierra de la agonía progresiva del capitalismo al
absorber partes crecientes del excedente generado en la economía productiva
desembocando así en un paralizador estado estacionario –la siniestra “ciencia
lúgubre” de Thomas Carlyle-.
Keynes iba mucho más allá: propugnaba nada menos que la
supresión de la herencia y la socialización de parte de la inversión en manos
del estado para asegurar el pleno empleo practicando, de rebote, la eutanasia
del rentista. Sin embargo, su pronóstico no fue precisamente premonitorio: “Veo
por tanto el aspecto rentista del capitalismo como una fase transitoria que
desaparecerá tan pronto como haya cumplido su destino”.
Esta honestidad de los pioneros ante los rasgos tóxicos del
capitalismo brilla por su ausencia en la actual corriente hegemónica. En
palabras de Jordi Llanos (autor del blog “La economía del doctor Pangloss”):
“Para la escuela neoclásico-marginalista, no
existen las rentas no ganadas de los clásicos, aquello que no ha requerido la
utilización de trabajo para ser obtenido; para ella todo es retribuido, en el
sacrosanto equilibrio, según su contribución –el esotérico producto marginal-”.
La ausencia de cualquier enfoque sobre el origen del
excedente económico y su distribución incapacita a la teoría ortodoxa para la
comprensión global del sistema. Como dice irónicamente Alejandro Nadal
(prestigioso economista marxista mejicano): ¿Qué estatus científico o
credibilidad intelectual le puede quedar a un paradigma económico para el cuál
la crisis actual no debiera haber ocurrido? De hecho, ningún economista “serio”
se enteró del colosal derrumbe que se avecinaba. De nuevo Jordi Llanos: “Una de
las cosas más destacables es que la crisis fuera causada por un sector –el
financiero- que desde el punto de vista del corpus neoclásico es meramente
auxiliar, un simple lubricante que canaliza el ahorro hacia la inversión. “El
dinero y el sistema financiero carecen de relevancia para el paradigma
dominante, lo que para un profano debe resultar asombroso y, ciertamente, lo
es”.
Solamente los herejes y los infieles nos ayudarán a arrojar
un poco de luz sobre el papel real de las finanzas en el actual armazón
capitalista. Steve Keen –autor del texto “La economía desenmascarada” y
seguidor del economista post-keynesiano Hyman Minski, famoso por su
premonitoria “hipótesis sobre la inestabilidad financiera”- describe el papel
explosivo del sistema financiero. Se trata de un sistema “disipativo”,
potencialmente desestabilizador, en el que la creación masiva de deuda bancaria
implica el surgimiento de un poder adquisitivo no existente. Esto se debe al
hecho crucial de que las instituciones financieras no se limitan a prestar lo
que otros han depositado en ellas, sino que construyen deudas que inflan
colosales burbujas especulativas que llevan a la catástrofe.
A pesar de su fertilidad, el enfoque anterior identifica la
distorsión financiera únicamente como un tumor a extirpar. Sin embargo, quizás
cabría ir más allá. ¿Y si la financiarización, lejos de haber parasitado la
economía real con sus excesos especulativos la hubiese ayudado a sobrevivir más
allá de su fecha de caducidad?
Solamente la tradición marxista nos da una respuesta: las
finanzas no son un parásito en un cuerpo sano sino el apéndice que apuntala la
menguante rentabilidad del capital.
En los clásicos términos marxianos: “la razón última para
todas las crisis reside en la pobreza y el consumo restringido de las masas
frente al vigor de la producción capitalista en desarrollar las fuerzas
productivas como si el poder de compra de la sociedad no tuviera límite”. Como
explica Anselm Jappe, economista francés autor del excelente libro “Crédito a
muerte”: “Desde los años 70, el mecanismo se encasquilló. La acumulación real
amenazaba con detenerse ante la progresiva insuficiencia del sustrato que la
nutría. Fue en ese momento cuando el «capital ficticio», como lo llamaba Marx,
levantó el vuelo”. Con el final del ‘círculo virtuoso fordista’ de los “treinta
gloriosos” años posteriores a la Segunda Guerra Mundial reaparece pues con
especial virulencia el clásico problema de insuficiencia de la demanda. En los
precisos términos de Michel Husson, economista francés que es en mi opinión el
mejor analista de las causas profundas de la crisis actual: “si los salarios
bajan y las inversiones se estancan, ¿quién va a comprar la producción? El
consumo derivado de ingresos no salariales (rentistas) y el recurso al crédito
deben compensar el estancamiento del consumo salarial. He aquí, por cierto, la
raíz del brutal aumento de la desigualdad”. El resumen que hace Husson de la
génesis de la financiarización es inmejorable. “De este modo, la falta de
oportunidades para sostener una acumulación rentable, a pesar de la
recuperación de los niveles de ganancia gracias a la ofensiva neoliberal sobre
los trabajadores, movilizó una masa creciente de rentas financieras en busca de
valorización: allí es dónde se encuentra la fuente del proceso de
financiarización”
¿Cuáles han sido los
principales hitos históricos de la adecuación de la política del capital al
nuevo contexto de crisis crónica iniciado en los años 70?
Si hubiera que elegir una fecha simbólica para el inicio de
la contrarrevolución neoliberal y del proceso de financiarización ésta sería el
15 de agosto de 1971 (“el día en que la historia financiera del mundo cambió
para siempre” en los solemnes términos de Alejandro Nadal). En el llamado Nixon
Shock el gobierno estadounidense suspendió la convertibilidad entre el dólar y
el oro, dinamitando el mecanismo regulador del comercio y las finanzas
internacionales surgido de la Segunda Guerra Mundial. Los circuitos financieros
se vieron anegados de dólares imprescindibles en el comercio de las fuentes de
energía y materias primas estratégicas. Los petrodólares y eurodólares que
fluían hacia la banca de Wall Street proporcionaron el combustible para el
crecimiento exponencial de las “innovaciones” financieras y financiaron las
descomunales deudas fiscal y exterior que apuntalaban la declinante hegemonía
estadounidense.
Michael Hudson, experto en finanzas y autor del magnífico
libro “Matar al huésped”, resume las formidables implicaciones geopolíticas de
lo anterior: “Ante el hecho de que cerca de la mitad de los gastos
discrecionales del gobierno de EE.UU. son para operaciones militares, no sería
descabellado afirmar que el sistema financiero internacional está organizado de
tal manera que financia al Pentágono”.
Comienza a continuación la aplicación de la doctrina del
shock (expuesta magistralmente en el famoso texto de Naomi Klein) para extender
por doquier el evangelio neoliberal.
Quizás el golpe de estado en Chile en 1973 fuera la primera
aplicación de la línea dura de la nueva doctrina. ¡Haced que la economía
grite!, fue la elocuente frase de Nixon al desatar la guerra económica para
extirpar el “mal ejemplo” del gobierno socializante de Salvador Allende. Gunder
Frank, economista marxista chileno-alemán, describió la terapia de choque
neoliberal pinochetista diseñada por los Chicago Boys de Milton Friedman como
“Capitalismo y genocidio económico”.
Del diseño de la línea blanda-tecnocrática del nuevo credo
–aplicado fervientemente en el corazón del sistema por Reagan y Thatcher
durante los años 80- se encargó el llamado Consenso de Washington de 1989. El
paquetazo neoliberal resultante, esparcido a los cuatro vientos por el “brazo ejecutor”
del neoliberalismo, el FMI, extendió por doquier las despiadadas políticas de
“ajuste estructural”. En los años 90 el “paquetazo” se impuso en Latinoamérica
–la década perdida de la crisis de la deuda culminada en el corralito
argentino-, pero también se administró tras la crisis del sudeste asiático de
1997 e incluso en la eterna crisis japonesa que arranca en 1989. Lo que este
“potro de tortura” económico ha supuesto para sus víctimas lo expresa Davison
Budhoo, ejecutivo del FMI que, en su carta de renuncia a su jefe, describe de
esta guisa su honorable tarea: “Para mí, esta dimisión es una liberación
inestimable, porque con ella he dado el primer gran paso hacia ese lugar en el
que algún día espero poder lavarme las manos de lo que, en mi opinión, es la
sangre de millones de personas pobres y hambrientas. […]; tengo la sensación de
que no hay jabón en el mundo que me pueda limpiar de las cosas que hice en su
nombre”.
¿Y qué pasaba mientras tanto en la vieja Europa? La UE ha
sido un alumno ejemplar del experimento neoliberal. Los absurdos criterios de
convergencia fijados en el Tratado de Maastrich –con el 3% de déficit público a
la cabeza- y la prohibición al “independiente” BCE de financiar directamente a
los estados son el paradigma de la pseudociencia monetarista que sustenta las
políticas neoliberales. El mejor ejemplo de la doctrina del shock a la europea
fue la tortura sufrida por los PIGS –ejemplificada en el vía crucis griego- en
la crisis de la deuda soberana. El BCE retrasó intencionadamente la adopción de
medidas paliativas -dejando vía libre a los especuladores hasta el verano de
2012- para obligar a los parias del sur a acelerar las reformas de la agenda
neoliberal. La frase inicial de la carta de Trichet (presidente –a la sazón- de
la suprema autoridad monetaria europea) a Zapatero en el verano de 2011 resalta
el fondo del asunto: “el consejo gobernante (del BCE) considera que para España
la acción apremiante de las autoridades es esencial para restaurar la
credibilidad de la firma soberana en los mercados de capitales”. Ni que decir
tiene que lo que entendía Pilatos-Trichet por ‘acción apremiante’ no era
demasiado diferente del “genocidio económico” infligido al pueblo chileno.
¿Cuáles son pues los
pilares de la hegemonía actual del capitalismo financiarizado?
Incidiré en los dos esenciales ya esbozados: la
planificación de la actividad económica realizada por la banca y el papel
neurálgico que representa la independencia del banco central para apuntalar la
expropiación financiera.
El papel del sistema bancario es el secreto mejor guardado
de la realidad económica. Los paraísos fiscales, el fraude de las preferentes y
la corrupción rampante copan el ruido mediático mientras la colosal
expropiación financiera que realiza la banca privada queda sumida en la más
absoluta penumbra. Sin embargo, como refiere Michael Hudson: “La realidad es
que el derecho monopolístico de crear crédito bancario productor de intereses
es una transferencia de la sociedad a una élite privilegiada”. Jordi Llanos
describe la ceremonia de la confusión: “No resulta extraño que el poder
económico, con la inestimable colaboración de la mayor parte de la profesión académica,
se haya empeñado en echar tierra sobre la creación de dinero y el
funcionamiento del sistema bancario. Lo impresionante es que se trata de una
máquina de generar desigualdad, canalizando rentas hacia el sistema financiero
a una escala enormemente superior a la corrupción o el fraude fiscal”.
Alejandro Nadal resume la simplicidad del proceso: “En el mundo real los bancos
proveen financiación mediante la creación de dinero. Los bancos ofrecen
préstamos, pero no necesitan tener en sus bóvedas los fondos necesarios para
otorgar crédito. La causalidad se invierte: los préstamos hacen a los
depósitos, no a la inversa. Se estima que el 97% del dinero es creado por la
banca privada a través de la generación de préstamos”.
Ello explica asimismo la virulencia de las crisis. Los
bancos originan enormes cantidades de deuda en la fase álgida del ciclo –como
explicaban Minsky y Keen- y cierran bruscamente el grifo en la fase descendente
provocando la implosión de las burbujas generadas por su voracidad prestamista.
El resumen que hace el economista marxista griego Costas Lapavitsas -autor del
espléndido texto: “Capitalismo financiarizado: crisis y expropiación
financiera”- del proceso es inmejorable: “Para los bancos comerciales,
involucrarse en expropiación financiera se traduce primariamente en créditos
hipotecarios y de consumo propulsados por la titulización y la adopción de
técnicas de banca de inversión. Las hipotecas se originaban pero no se
mantenían en la hoja de balance”. Este maravilloso descubrimiento fue llamado
el modelo bancario de “originar y distribuir”, que levantó el castillo de
naipes de productos financieros “creativos” basados en préstamos subprime hasta
su estrepitoso colapso en 2007.
La función de la banca es, en conclusión, sostener la tasa
de ganancia del capital a través de la creación de dinero-deuda dirigiendo la
financiación y la planificación económica no a la inversión productiva sino
hacia el sector inmobiliario.
No hay mayor dogma de fe de la ortodoxia neoliberal que el
principio de la independencia de la banca central. Lapavitsas resume el fondo
del asunto: “Los bancos centrales han cobrado más prominencia, reforzados por
una independencia tanto legal como práctica. Miran con benevolencia el exceso
especulativo financiero mientras movilizan recursos sociales para rescatar a
los financistas de la crisis”.
La pionera fue la Ley de la Reserva Federal que en una
modificación de 1981 impedía a la Fed comprar deuda del tesoro obligándolo a
financiarse en los mercados. El mecanismo se repite por doquier: la “máquina de
succión” de la deuda pública volcando ‘masas colosales de riqueza’ real al
sector financiero –los intereses de la colosal deuda española representan un
10% del gasto público estatal-. Las implicaciones de este aséptico “golpe de
Estado” son fabulosas. Como explica Nadal: “La separación en compartimentos
estancos de la política fiscal y de la política monetaria pone de rodillas al
Estado frente a los caprichos de los mercados financieros”.
La surrealista QE (expansión cuantitativa), la mayor
inyección de dinero público a la banca de la historia, ha llevado la
transferencia de rentas al capital financiero al paroxismo. El rescate masivo
de la quebrada banca global, la hipertrofia del casino financiero y el dopaje
de las burbujas de activos –como mencionaba la cita inicial- son los resultados
de la ingente dádiva de los –para esto sí- manirrotos bancos centrales. Incluso
las grandes multinacionales, cada vez más financiarizadas,-que también reciben
su parte del pastel en la última QE-, se apuntan al casino a través de
recompras de acciones y demás trucos especulativos orillando su tradicional
función “de hacer cosas útiles para la gente”.
Para terminar, haré un par de brevísimos apuntes sobre las
enormes implicaciones del entramado descrito anteriormente en la vida social y
política de nuestras sociedades.
Michael Hudson resume el quid de la cuestión: “El mayor
problema para la sociedad es que las finanzas hallan sus mayores ganancias, no
en el incremento de los niveles de vida de la gente, sino en la barra libre
para sus clientes, al tiempo que convierten la búsqueda de rentas y las
ganancias con los precios inmobiliarios en una “máquina de succión” de riqueza
real a través del flujo de intereses”. Con el agravante de que, como explica
Lapavitsas, “las finanzas dirigidas a los ingresos personales apuntan a
satisfacer necesidades básicas. Difieren cualitativamente de las finanzas
dirigidas a la producción capitalista”. La “acumulación por desposesión”,
descrita por el marxista británico David Harvey y las masivas privatizaciones
de servicios públicos han reforzado el papel extractivo de la banca mediando y
extrayendo crecientes rentas del acceso a la vivienda, la educación y la salud
de la desvalida ciudadanía.
Tal configuración agudiza la fractura social entre los que
disfrutan de rentas financieras, y los que están condenados a sufragarlas
mediante los menguantes ingresos salariales. La formidable desigualdad de
ingresos, la degradación de las condiciones laborales y la preeminencia de la
clase rentista –caracterizada por su pasividad complaciente con las políticas
neoliberales (que en el fondo benefician su interés en la revalorización de sus
activos)- alteran profundamente la estructura social tendiendo a desactivar la
resistencia popular y el activismo político.
Dejo para acabar un breve apunte polémico: ¿Existe alguna
posibilidad de revertir tales procesos de aguda expropiación financiera a
través de las palancas institucionales? Carlos Fernández Liria, uno de los
fundadores de Podemos, piensa que sí: “Algunos pensamos que a ese caudillismo
del capital financiero es posible aún pararle los pies por vía parlamentaria”.
Desgraciadamente, y lo anterior debería servir de fundamentación de la
divergencia, no comparto en absoluto éste optimismo. La apelación a “pararle los
pies” al capital con reformas legales choca de lleno con el “talón de hierro”
con el que la dictadura de la “renta financiera” ha triturado las palancas de
la soberanía nacional. En las sabias palabras de Miren Etxezarreta del Seminari
Taifa de Economía Crítica: “No mandan los políticos, hay poderes fácticos mucho
más importantes detrás. Hay que innovar en las maneras de hacer política y de
transformar la sociedad. Crear partidos nuevos no supone otra cosa que volver a
lo viejo, a las formas de los siglos XIX y XX, y a reforzar la dinámica del
capitalismo que queremos cambiar”.
Pugnar por arrancar migajas al poder real a través de las
instituciones sólo puede ser fuente de frustración y de desactivación de las
potenciales efervescencias populares, anestesiadas con la falsa expectativa de
realizar cambios en el statu quo. Implica asimismo ignorar la evidencia de la
desaparición definitiva del capitalismo keynesiano, fenecido cuarenta años
atrás, cuando el embate neoliberal hizo saltar por los aires el sueño
reformista-socialdemócrata de pacto social basado en la redistribución de
rentas, el pleno empleo y la ampliación del Estado del bienestar.
Habrá que buscar pues otras vías, ya que debería resultar
meridianamente claro que sin un sistema económico radicalmente diferente será
imposible evitar el lúgubre pero certero diagnóstico del filósofo greco-francés
Cornelius Castoriadis: “La sociedad capitalista es una sociedad que corre hacia
el abismo, desde todos los puntos de vista, porque no sabe autolimitarse. Y una
sociedad verdaderamente libre, una sociedad autónoma, debe saber
autolimitarse”.
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