Por Carles Manera
Economistas Frente a
la Crisis, 09/04/2018.
La economía como disciplina científica se encuentra en un
terreno difícil. Se ha revelado su incapacidad para hacer lo que, de alguna
forma, los diferentes mainstream existentes a lo largo de la reciente historia
del pensamiento económico habían dicho: la disponibilidad tangible para
predecir las tendencias del futuro, a partir de modelizaciones matemáticas que
facilitaban dichos augurios.
En este contexto, los economistas convencionales se
encontraron atrapados por sus discursos teológicos, que se han convertido en
posicionamientos y diagnosis más vinculadas a la fe que a la demostración
científica. Las voces discordantes con todo ello son cada vez más numerosas,
aunque no se ven avaladas por los académicos del mainstream: éstos siguen
prolongando, en planes de estudio y programas de investigación, las viejas
recetas fallidas, los discursos y manuales que se han revelado, demasiado a
menudo, inútiles para hacer frente a los grandes retos de la economía y de la
sociedad. Continuamos enseñando a los estudiantes de Económicas
replanteamientos de los textos canónicos –abonados con nuevo instrumental
econométrico– que fluyen de los Journals y editoriales que marcan la doctrina:
que determinan cómo y qué enseñar, estudiar y analizar en el mundo económico. Y
siempre por este orden, sin romper las balizas del microcosmos neoliberal.
Pero existen visiones heterodoxas, que beben de las fuentes
de los clásicos en el pensamiento económico. [1] Estas visiones mantienen,
entre otros aspectos, focos de atención crítica.
Sin ánimo de exhaustividad, no es arriesgado apuntar un
factor de fuerte controversia en la idea de competencia perfecta. Ésta forma
parte de un mundo de abstracción irreal, hipotético. Se nos ha dicho con
reiteración que la economía funciona en competencia perfecta, donde
consumidores y empresas trabajan para conseguir resultados positivos para
ambos. Pero la competencia que realmente se produce es definida como una guerra
de todos contra todos, tal y como señala el economista norteamericano de origen
paquistaní Anwar Shaikh. [2] La lucha
entre trabajo y capital, entre capital y capital, entre trabajo y trabajo; una
pugna, pues, recíproca, que no se aviene con la lectura edulcorada de la
economía de mercado.
En este escenario, las empresas se abocan a reducir costes
para contribuir a fijar precios más competitivos. Este hecho afecta a todos los
segmentos empresariales –los más modestos o medios, pero también los más
poderosos–, toda vez que siempre entran nuevos jugadores en el mercado, con
costes más bajos y, por tanto, con nuevas tensiones en los mercados ya
existentes. Esto no son puras “imperfecciones”, toda vez que se trata de un
factor esencial en el funcionamiento del capitalismo. Pero la competencia
existe, probada por datos empíricos. Y provoca turbulencias en los mercados,
inherentes a las contradicciones que surgen en las relaciones que se operan en
los mismos. Aquí adquieren gran relevancia las diferencias en los
comportamientos de los agentes económicos, tanto los individuales como los
colectivos.
Esto infiere que existan monopolios con tasas de beneficio
persistentemente elevadas; pero cada empresa acaba por definir sus márgenes de
ganancias. La pregunta que cabe formularse entonces es si la economía se
encarrila hacia un proceso de convergencia en una tasa “común” de beneficio
empresarial; o, si, por el contrario, la propia realidad individual –por la
complejidad que encarna– no facilita esa convergencia.
En tal aspecto, cabe relacionar salarios y productividad.
Los ingresos que se generan en la producción provocan tensiones y conflictos
entre los trabajadores y los poseedores del capital. Siguiendo a Shaikh, el
salario real se ha de situar entre dos límites, uno inferior –que está de
alguna forma determinado históricamente– y otro superior –relacionado de manera
directa con la productividad del trabajo–. Las luchas individuales entre
capital y trabajo portan a una relación particular entre salario medio y
productividad, en el marco de una situación de estabilidad en el conflicto
capital-trabajo de cada empresa. Y esas luchas rompen con la tesis de los
principios de igualación de precios y ganancias: en ambos casos, los resultados
forman parte de un conflicto y no son una convención o una premisa dada (como
defiende la teoría neoclásica).
En la base de estos factores se encuentran la conflictividad
social, el enfrentamiento por las contradicciones que se generan entre el
capital y el trabajo que las explicaciones más convencionales dan como
supuestas de entrada: una cierta armonía en la fijación de precios –fruto de
sucesivos encuentros en los mercados por parte de los agentes económicos–, y
unas tasas de ganancias que vienen pre-figuradas en la mente de los
empresarios.
Aquí aparece entonces un segundo parámetro importante a
considerar: la evolución de la tasa de ganancia. La cuestión de la competencia
tiene esta derivada crucial, que puede interrelacionarse con la tasa de interés
e, igualmente, con la inversión y el crecimiento económico. Recuérdese que el
tipo de interés es la referencia que incumbe a la rentabilidad del capital que
se deposita en los bancos en lugar de ser activado en procesos de inversión.
Esta es una señal clara que puede cotejarse con las expectativas reales de
beneficios en los mercados: ese diferencial entre tipo de interés y tasa de
ganancia neta acaba por impulsar –o no– la inversión (tal y como preconizaban
Marx y Keynes). Pero en la economía coexisten diferentes perfiles
empresariales, de forma que el beneficio neto de cada uno de ellos puede
variar, en función de su situación particular. Con todo, puede anotarse –como
hace Shaikh– la idea de un nivel “normal” que se aplica a la igualación en las
tasas de beneficio neto sólo a las empresas más rentables del mercado. Esto
constituye una crítica a la microeconomía neoclásica, en la que deben
subrayarse las contribuciones recientes de Steve Keen, con su crítica
demoledora hacia los extendidos preceptos microeconómicos del mainstream.[3]
El ahorro de la empresa se relaciona con su estrategia de
inversión, con su tasa inversora. Según Shaikh, se constata que en Estados
Unidos la tasa de ahorro empresarial –que afecta a los negocios– se
correlaciona con la tasa de inversión. En ese contexto, el desarrollo del
gasto, que implica la demanda efectiva, es posible si se amplia y extiende el
crédito bancario. Esto infiere un incremento de la deuda comercial –alimentada
por las nuevas inversiones provenientes de la expansión financiera–, lo cual
supone a su vez una mayor demanda de fuerza de trabajo. Se estaría entonces
ante una caída del denominado por Marx “ejército de reserva”. Lo cual, a su
vez, puede condicionar el crecimiento futuro: más expansión inversora, más
demanda de crédito –influida por la capacidad de ahorro de las empresas–, más
necesidades de contratar trabajadores, salarios tal vez más elevados y, en su
conjunto, un impacto relevante sobre la rentabilidad de las empresas.
A partir de aportaciones teóricas como estas y de la propia
investigación empírica,[4] pueden identificarse unos rasgos económicos
estilizados que desembocan en un hecho clave: la tendencia decreciente de la
productividad del capital, como trayectoria dominante del capitalismo, sobre
todo a partir de mediados de los años 1960. Esto comenzó a presionar a la baja
la tasa de ganancia. La espiral precios-salarios de esos años, que se acentuó
en la segunda mitad de la década de 1960, es una de las consecuencias de la no
resolución de aquella contradicción principal.
La crisis de los setenta cederá paso a un nuevo sistema de
regulación neoliberal, que conlleva enlazar dos elementos, para estabilizar la
caída de la tasa de ganancia: aumentar, por un lado, la desigualdad vía la
recuperación de los excedentes brutos de explotación; e incrementar la
financiarización de la economía, por la participación dentro de la tasa de
ganancia global de la economía de las actividades procedentes de la
especulación en los mercados financieros. Esto ha permitido mantener más o
menos estable la tasa de ganancia global a partir de 1980; pero no ha eliminado
la contradicción principal, es decir, la caída de la productividad del capital.
Un supuesto puede formularse. Los excedentes brutos de
explotación podrían mantenerse estables para un nuevo consenso social, con la
recuperación de la productividad física
del capital en esta fase de la presente revolución tecnológica. Pero dicha
recuperación de la productividad del capital, en términos monetarios, no se
produciría mientras no se corte la especulación en los mercados financieros y
la inflación de los precios de los activos. La fuerza de la especulación
financiera es tan brutal hoy en día que, incluso, es capaz de abortar la
recuperación económica que se debería haber producido gracias a la revolución
tecnológica.
Nos encontramos con la continuación de los niveles de
rentabilidad de antes de la crisis, de forma que no se ha producido, con la
Gran Recesión, una caída disruptiva de la tasa de ganancia. Y, por tanto, la
posibilidad que la actual regulación neoliberal, en su fase de fuerte
financiarización, no se plantee por el momento la necesidad urgente de cambiar.
El corolario: esto aumenta la probabilidad de iniciar un
ciclo recurrente de crisis financieras seguidas de fases de escaso crecimiento,
dando lugar a una estagnación económica.
Notas:
[1] Son imprescindibles los recientes libros de José Tapia,
Rentabilidad, inversión y crisis. Teorías económicas y datos empíricos, Maia,
Madrid, 2017; y Rolando Astarita-José Tapia, La Gran Recesión y el capitalismo
del siglo XXI, Catarata, Madrid, 2011.
[2] Anwar
Shaikh, Capitalism: competition, conflict, crises, Oxford University Press,
2016.
[3] Steve Keen, La economía desenmascarada, Capitán Swing,
Madrid 2017.
[4] Carles
Manera-Ferran Navinés-Javier Franconetti, “Going out of the Great Recession?
Contrast between the United States and Europe: proposed work from economic
history, 1960-2014”, Journal of Postkeynesian Economics, 2018, forthcoming;
“United States of America, European economy and inequality: a perspective fromt
he economic history, 1910-2010”, The European Journal of Comparative Economics,
vol. 14, 2017, núm. 1, pp. 57-85; “Distribución de la renta, beneficio y
desigualdad: una aplicación a la historia económica de Estados Unidos, 1910-2010”,
Revista de Economía Mundial, núm. 42,
2016, pp. 89-108; “Income distribution, profit and inequality: their
role in US economic history, 1910-2010”, Économies et Sociétés, núm. 50,
6/2015, pp. 877-903. Carles Manera, “Economía española y desigualdad
social: una visión del impacto de la Gran Recesión, 2007-2015”, Sistema, núm.
246, 2017, pp. 3-42.
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