Por Aníbal Malvar
Diario Público.es, 13/3/2013.
El mal nunca vence en el
ecosistema neoliberal, como todo el mundo sabe. Nos acabamos de enterar, con
regocijo libertario, de que los ex directores de las cajas gallegas empiezan a
pagar muy caras sus fechorías, sus estafas con las preferentes y los desahucios
eutanásicos a los que amablemente invitaron a sus clientes. A José Luis Méndez, ex director
general de Caixa Galicia, están en trámites de arrebatarle el título de hijo
predilecto de A Coruña. ¡Qué horror! Julio
Fernández Gayoso, su homólogo en Caixa Vigo, ha mandado a su
hijo al ayuntamiento olívico a devolver la medalla de la ciudad que le dieron
en 1997 y le retiraron este 26 de febrero por razones ignotas. ¡Qué el Señor
pronto me lleve!
Fuentes cercanas a ambos
personajes (o sea, el mismísimo diablo) han confirmado a Público que los dos ex banqueros se
encuentran desolados ante tan contundentes represalias. Que las lágrimas anegan
los ladrillos de billetes de 500 pavos que habitan sus almas y sus sótanos. Que
viven sin vivir en sí y mueren porque no mueren en cuanto tienen un momentito.
Uno es partidario, ante ciertas
equívocas conductas financieras, de condenas ejemplarizantes y suasorias. Pero
yo creo que esta vez los ayuntamientos de Vigo y A Coruña se han pasado.
Quitarles lo de hijo predilecto y la medallita es castigo excesivo y
humanamente nada sobrellevable. Que no son etarras los banqueros, coño. Que los
preferentistas y los desahuciados se asesinan ellos solos, no de un tiro en la
nuca. Que un timo se le escapa a cualquiera sin querer. Que una cosa es ser muy
poco honrado y otra que le arrebaten a uno las honras.
Los políticos españoles, con ese
complejo de botarates que inexplicablemente les entra cuando hablan entre sí,
siempre han sido dados a buscar el chivo expiatorio más débil cuando les atizan
las encuestas. Uno, que es el quinto hijo predilecto de su madre, comprende el
dolor candente que ha de sufrir en sus carnes el banquero Méndez, que ya no es
hijo predilecto de nada ni de nadie. ¿De qué te sirven los millones si no eres
ya hijo dilecto? ¿De qué las glorias pretéritas? ¿De qué los palacetes y los
fulgentes jaguares? ¿De qué las secretarias rubias, los criados rumanos y los
amables guardaespaldas rusos? ¿De qué?
Ahora vendrá, para más ignominia,
el circo goyesco de los preferentistas y los desahuciados celebrando por las
calles, chusma satisfecha y feliz, este varapalo crudelísimo y sanguinario
contra Méndez y Gayoso, que nadie sabe qué va a ser de ellos sin medallita. El
15-M y sus innumerables epígonos se disolverán una vez cumplida su labor
vengativa. Y los que vivieron por encima de sus posibilidades, ay, los que
vivieron por encima de sus posibilidades oficiarán aquelarres montunos y
salvajes en loor de la caída irrevocable de los dos respetables banqueros. Ya
lo dijo un húngaro, Sándor Marai:
“Nunca son tan peligrosos los hombres como cuando se vengan de los crímenes que
ellos mismos han cometido”. Pues eso.
Y, mientras, estos dos
ciudadanos, estos banqueros, estos Sacco
y Vanzetti de las
finanzas españolas, habrán de retirarse a su Elba de las inhóspitas Islas
Caimán en busca del caribeño olvido. No se me ocurre destierro más atroz.
Yo, como soy un tío civilizado,
preferiría que en vez de arrebatarles las medallitas y las hijuras predilectas,
o como se diga, les hubieran quitado el dinero ganado menos que más dignamente.
Hubiera sido menos doloroso para ellos. Méndez y Gayoso, de esta forma, no hubieran
sufrido tan injusto oprobio y no se sentirían atacados en su honra, que es lo
que más les importó siempre, muy por encima del dinero y el oropel, como todo
el Planeta Tierra reconoce. De honra viene honradez, y si te privan de la una
te arrebatan la otra. Nadie es ajeno al hecho de que Méndez y Gayoso hubieran
preferido perder la fortuna dineraria a las medallitas, como ya ha quedado
comprobado en este artículo. Pero este es un país de enconos navajeros y sangre
temeraria, y siempre nos pasamos a la hora de la venganza y el diente por
diente. Es nuestro Talión de Aquiles. Ya
se sabe, Don Mendo y
tal.
(Que la risa nunca empañe tu ira,
compañero, compañera).
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