Por Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia
Diplomado en Estudios Avanzados en Economía
Muchos comentaristas a propósito de lo ocurrido estos días
en Chipre, destacan la ‘torpeza’ con la que las autoridades europeas y el FMI
han llevado este asunto, tratando de hacer recaer sobre todos los
ciudadanos chipriotas el peso económico del rescate bancario necesario para
reflotar el sistema bancario de su país. Con este fin se ha querido imponer una
tasa sobre los depósitos bancarios y, hasta que se aplicase la misma, la
imposibilidad de retirar el dinero de los bancos a partir de una modesta
cuantía. Un corralito financiero, en definitiva.
Pero estos comentaristas no
mencionan que desde que estalló la actual crisis financiera mundial en 2008,
los Estados han venido ayudando a sus respectivos sistemas bancarios con
generosas sumas económicas que, en última instancia, han pagado igualmente los
contribuyentes. La diferencia con respecto al caso chipriota es que aquí ha
sido posible disfrazar estas ayudas mediante la emisión de deuda
pública.
Creemos que si en los países en
los que se ha echado mano de la deuda pública para resolver esta cuestión no se
ha suscitado una respuesta tan airada es porque, como apuntan algunos
economistas, la ciudadanía padece de lo que se ha venido en denominar ‘ilusión
fiscal’: no tiene en cuenta la restricción intertemporal del Gobierno, es
decir, el hecho de que cualquier déficit que se corra hoy debe devolverse en el
futuro; más gastos en el presente debe traducirse en menos gasto o más
impuestos en el futuro.
¿Por qué no se ha querido hacer
lo mismo con Chipre? La respuesta hay que encontrarla en el documento de Jesús
Albarracín publicado recientemente, que nos dice lo siguiente sobre Chipre: “El
peso de la deuda pública sobre el PIB ascendió al 140% del PIB tras aquel
primer rescate bancario del año pasado, pero ya alcanza ahora el 150%, lo que
supone un riesgo de impago muy serio de la deuda chipriota.” Es decir, que
era materialmente imposible acordar un aumento de la deuda pues de otro modo se
convertía en impagable.
De uno u otro modo, ya sea
mediante la emisión de deuda pública o mediante la imposición fiscal y el
corralito financiero, se ha tratado de evitar la única solución justa y eficaz
al problema de la quiebra de los sistemas bancarios: la nacionalización de los
bancos y su funcionamiento como empresas de propiedad pública.
¡Si Keynes levantara la cabeza y
viera que la deuda pública, que él concibió como un instrumento para el
desarrollo de los pueblos, se ha convertido en un asunto de trileros!
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