Con motivo de la publicación de nuestro artículo titulado
“Rescates bancarios, deuda pública y corralitos financieros. Un asunto de
trileros”, publicado en el blog de la Plataforma Valenciana por la
Nacionalización de las Cajas de Ahorro y por una Banca Pública, en fecha de
19 de Marzo del presente, he mantenido un interesante debate privado por e-mail
con Jorge Amar, economista y miembro también de la Plataforma, quien no compartía
uno de los comentarios vertidos en dicho documento sobre la deuda pública.
Mi interés aquí no es reproducir el contenido de este
debate, que se sale del foco de interés de la Plataforma, sino más bien
reflexionar sobre el papel que deben tener los debates en nuestra Plataforma.
A menudo las personas que compartimos un mismo proyecto
discrepamos de los medios adecuados para realizarlo; o de las consecuencias que
tal proyecto tendrá; o incluso, sobre la conveniencia de realizar otros
proyectos y la compatibilidad entre los mismos. Todo ello es completamente
natural: siempre ha ocurrido y siempre ocurrirá. Sólo los espíritus sectarios,
amantes de las consignas y de las lealtades incondicionales, huyen de los
debates como los vampiros de la luz del día.
Pero también pueden surgir
discrepancias sobre la manera de encarar los debates. A este propósito la
ciencia de la retórica distingue, desde los tiempos de Aristóteles, tres modos
de debatir que denomina dialéctica: a) la dialéctica agonal, en la que
cada parte lucha por imponer su criterio, y de uso corriente entre los abogados
que pleitean, b) la dialéctica de indagación, que a través del consenso busca
mejorar las verdades establecidas o encontrar otras nuevas, y c) el debate didáctico, cuya finalidad es
enseñar y aprender.[1]
Hagamos ahora abstracción de la
tercera forma de debatir, que aparece cuando una persona goza de una reputación
intelectual superior a la del resto; quien considere la verdad como algo
perfectible y relativa a unas circunstancias dadas, encontrará la segunda
manera de debatir como la más acertada. De hecho toda verdad ‘acabada’ e
‘inamovible’ es casi una verdad muerta -por lo menos en el campo de las
ciencias sociales-, por no poder ser útil en un mundo en constante movimiento.
Permítaseme evocar aquí las
palabras del intelectual italiano Antonio Gramsci, que resultan del todo
adecuadas al caso: “En la discusión científica, puesto que se supone que el
interés está en la investigación de la verdad y en el progreso de la ciencia,
se manifiesta más ‘avanzado’ quien se sitúa en la postura de considerar que el
adversario puede exponer una necesidad que deba ser incorporada, aun con
ciertas limitaciones, al ordenamiento de ideas. Comprender y valorar
realísticamente posiciones y razonamientos del contendiente –y en ocasiones es
antagónico todo pensamiento pasado- significa haberse liberado de la limitación
del ciego fanatismo ideológico, haberse colocado en un punto de vista crítico,
único fecundo en la investigación científica”.[2]
Además, quienes nos esforzamos en trabajar por una
sociedad mejor desde Plataformas ciudadanas, que agrupan a colectivos más o
menos amplios de personas, no podemos permitirnos el lujo de debatir de otra
forma que no sea a través del consenso. Un consenso no como un fin en sí mismo
–como se da en ciertas organizaciones, donde someterse al consenso establecido
es la mejor forma de conseguir algún beneficio personal- sino como medio, como
decía antes, de alcanzar una verdad perfeccionada.
Hace varias décadas el poeta
Bertold Brecht escribió un poema titulado “Loa de la duda”, en el que expresaba
lo siguiente: “¡Loada sea la duda! Os aconsejo que saludéis /serenamente y
con respeto/ a aquel que pesa vuestra palabra como una moneda falsa. /Quisiera
que fueseis avisados y no dierais/ vuestra palabra demasiado confiadamente”.
Pero también nos prevenía este
poeta de aquellos que “No dudan para llegar a la decisión, sino/ para eludir
la decisión. Las cabezas/ sólo las utilizan para sacudirlas... ¿De qué le sirve
poder dudar/ a quien no puede decidirse?/ Puede actuar equivocadamente/ quien
se contente con razones demasiado escasas,/ pero quedará inactivo ante el
peligro/ quien necesite demasiadas”.[3]
En definitiva, entre nosotros discutir debe significar
comprometerse con la defensa de una tesis sin pretender imponérsela a los demás
a cualquier precio, y tratar de conquistar el acuerdo de la parte contraria sin
robarle la palabra y reducirla al silencio. Discutir/debatir debe ser ante
todo, argumentar.[4]
Y bienvenido sea el debate que se aplica a la acción para
orientarla o, como decía también Gramsci, para hacer la práctica más homogénea,
coherente y eficiente en todos sus elementos, es decir, potenciándola al
máximo.[5]
[1] Pablo Raúl
Bonorino Ramírez: Argumentación en debates, Vigo, Universidad de Vigo, 2012, p. 28. Disponible en <publicacions.uvigo.es/.../Argumentacixn_en_Debates_I_c...>
[2]
Antonio Gramsci: La formación de los intelectuales, Barcelona,
ed. Colección 70, 1974, p. 85. [4] Adelino Cattani: Los usos de la retórica, Madrid, ed. Alianza, 2003, pp. 53 y 66.
[5] Antonio Gramsci: Introducción a la filosofía de la praxis, Barcelona, ed. Planeta-Agostini, 1986, p. 66.
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