jueves, 28 de marzo de 2013

Elogio de la duda

Por Carlos Javier Bugallo Salomón

Con motivo de la publicación de nuestro artículo titulado “Rescates bancarios, deuda pública y corralitos financieros. Un asunto de trileros”, publicado en el blog de la Plataforma Valenciana por la Nacionalización de las Cajas de Ahorro y por una Banca Pública, en fecha de 19 de Marzo del presente, he mantenido un interesante debate privado por e-mail con Jorge Amar, economista y miembro también de la Plataforma, quien no compartía uno de los comentarios vertidos en dicho documento sobre la deuda pública.

Mi interés aquí no es reproducir el contenido de este debate, que se sale del foco de interés de la Plataforma, sino más bien reflexionar sobre el papel que deben tener los debates en nuestra Plataforma.

A menudo las personas que compartimos un mismo proyecto discrepamos de los medios adecuados para realizarlo; o de las consecuencias que tal proyecto tendrá; o incluso, sobre la conveniencia de realizar otros proyectos y la compatibilidad entre los mismos. Todo ello es completamente natural: siempre ha ocurrido y siempre ocurrirá. Sólo los espíritus sectarios, amantes de las consignas y de las lealtades incondicionales, huyen de los debates como los vampiros de la luz del día.

Pero también pueden surgir discrepancias sobre la manera de encarar los debates. A este propósito la ciencia de la retórica distingue, desde los tiempos de Aristóteles, tres modos de debatir que denomina dialéctica: a) la dialéctica agonal, en la que cada parte lucha por imponer su criterio, y de uso corriente entre los abogados que pleitean, b) la dialéctica de indagación, que a través del consenso busca mejorar las verdades establecidas o encontrar otras nuevas, y c) el debate didáctico, cuya finalidad es enseñar y aprender.[1]

Hagamos ahora abstracción de la tercera forma de debatir, que aparece cuando una persona goza de una reputación intelectual superior a la del resto; quien considere la verdad como algo perfectible y relativa a unas circunstancias dadas, encontrará la segunda manera de debatir como la más acertada. De hecho toda verdad ‘acabada’ e ‘inamovible’ es casi una verdad muerta -por lo menos en el campo de las ciencias sociales-, por no poder ser útil en un mundo en constante movimiento.

Permítaseme evocar aquí las palabras del intelectual italiano Antonio Gramsci, que resultan del todo adecuadas al caso: “En la discusión científica, puesto que se supone que el interés está en la investigación de la verdad y en el progreso de la ciencia, se manifiesta más ‘avanzado’ quien se sitúa en la postura de considerar que el adversario puede exponer una necesidad que deba ser incorporada, aun con ciertas limitaciones, al ordenamiento de ideas. Comprender y valorar realísticamente posiciones y razonamientos del contendiente –y en ocasiones es antagónico todo pensamiento pasado- significa haberse liberado de la limitación del ciego fanatismo ideológico, haberse colocado en un punto de vista crítico, único fecundo en la investigación científica”.[2]



Además, quienes nos esforzamos en trabajar por una sociedad mejor desde Plataformas ciudadanas, que agrupan a colectivos más o menos amplios de personas, no podemos permitirnos el lujo de debatir de otra forma que no sea a través del consenso. Un consenso no como un fin en sí mismo –como se da en ciertas organizaciones, donde someterse al consenso establecido es la mejor forma de conseguir algún beneficio personal- sino como medio, como decía antes, de alcanzar una verdad perfeccionada.

Hace varias décadas el poeta Bertold Brecht escribió un poema titulado “Loa de la duda”, en el que expresaba lo siguiente: “¡Loada sea la duda! Os aconsejo que saludéis /serenamente y con respeto/ a aquel que pesa vuestra palabra como una moneda falsa. /Quisiera que fueseis avisados y no dierais/ vuestra palabra demasiado confiadamente”.

Pero también nos prevenía este poeta de aquellos que “No dudan para llegar a la decisión, sino/ para eludir la decisión. Las cabezas/ sólo las utilizan para sacudirlas... ¿De qué le sirve poder dudar/ a quien no puede decidirse?/ Puede actuar equivocadamente/ quien se contente con razones demasiado escasas,/ pero quedará inactivo ante el peligro/ quien necesite demasiadas”.[3]

En definitiva, entre nosotros discutir debe significar comprometerse con la defensa de una tesis sin pretender imponérsela a los demás a cualquier precio, y tratar de conquistar el acuerdo de la parte contraria sin robarle la palabra y reducirla al silencio. Discutir/debatir debe ser ante todo, argumentar.[4]

Y bienvenido sea el debate que se aplica a la acción para orientarla o, como decía también Gramsci, para hacer la práctica más homogénea, coherente y eficiente en todos sus elementos, es decir, potenciándola al máximo.[5]


[1] Pablo Raúl Bonorino Ramírez: Argumentación en debates, Vigo, Universidad de Vigo, 2012, p. 28. Disponible en <publicacions.uvigo.es/.../Argumentacixn_en_Debates_I_c...>
[2] Antonio Gramsci: La formación de los intelectuales, Barcelona, ed. Colección 70, 1974, p. 85.
[3] Bertold Brecht: “Loa de la duda”, en Poemas y canciones, Madrid, ed. Alianza, 1968, pp. 66-9.
[4] Adelino Cattani: Los usos de la retórica, Madrid, ed. Alianza, 2003, pp. 53 y 66. 
[5] Antonio Gramsci: Introducción a la filosofía de la praxis, Barcelona, ed. Planeta-Agostini, 1986, p. 66.

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