Por Luis Gómez
Diario El
País, 17/3/2013.
No especularás no es un
mandamiento, por lo que las finanzas de la Iglesia pueden tener orígenes muy
diversos. El número dos de la economía del Vaticano es un español,
monseñor Lucio Vallejo, un religioso de 51 años, procedente de Astorga (León), en cuya
diócesis ejerció de ecónomo durante 20 años. Miembro del Opus Dei y
protagonista de una carrera tan eficaz como discreta, algunos analistas se
preguntan si su perfil será del agrado del nuevo papa
Francisco, un jesuita. Porque si en algún punto un jesuita tiene
poco que ver con un miembro del Opus Dei es en su forma de
interpretar el mundo a través de la economía. Y, dado el caso, las operaciones
en Bolsa y la especulación (inmobiliaria) han sido dos de los ejes capitales de
la gestión de monseñor Vallejo.
Cuando en el verano de 2001 se
supo que algo más de 300.000 euros confiados al ecónomo de Astorga habían caído
en Gescartera, alguien pudo pensar que la sólida trayectoria del padre Lucio
Vallejo estaba a punto de tocar a su fin. Gescartera
era un chiringuito financiero de dudosa honradez que resultó ser el
primer escándalo del Gobierno de Aznar. Varias diócesis
españolas fueron sorprendidas jugando a la renta variable, con fondos propios o
confiados por los feligreses, en un asunto que la Iglesia resolvió sin
explicaciones, como viene siendo habitual. Vallejo tampoco se vio obligado a
dar alguna respuesta en público.
Diez años después de ese episodio
negro en su rampante carrera (fue nombrado ecónomo con 29 años en 1991, el más
joven en su momento), Vallejo era reclamado por Roma para ocupar la secretaría
de la Prefectura de Asuntos Económicos, que controla los bienes que dependen de
la Santa Sede. Por entonces, monseñor presidía una Sicav (Vayomer, ahora
Naujirdam), un producto financiero que tributa al 1%, donde gestionaba más de 7
millones de euros en Bolsa, generalmente en empresas españolas.
¿Eran fondos de la Iglesia?
¿Ahorros de feligreses confiados al padre? El actual ecónomo de Astorga, Víctor
Manuel Muría Borrajo, sentado ante una mesa pulcra y sin un solo papel,
responde muy tajante a la pregunta: “En nuestra diócesis no hay ninguna Sicav
en estos momentos”.
El currículo del Vaticano sobre
Lucio Vallejo ofrece este dato (su presidencia de la Sicav, que abandona en
2012) así como su pertenencia al Consejo de Administración de la Mutualidad del
Clero español, la mutua de los sacerdotes, algún cargo de administrador de
colegios diocesanos y el puesto de ecónomo de Astorga. Pero nada más. Es poco
equipaje para ascender a Roma y encargarse de sus finanzas: una licenciatura en
Teología, unos cursos inacabados de Derecho por la Universidad a Distancia, una
actividad como profesor, consultor religioso en colegios y párroco en 13
pueblos limítrofes de Astorga. De su labor pastoral no hay documentación que
pueda aportar el servicio de prensa del Obispado: monseñor no tiene obra
escrita sobre asuntos entre el cielo y la tierra. Además de su pertenencia al
Opus Dei, no hay más indicios sobre sus cualidades para gestionar una economía
del tamaño del Vaticano (con un presupuesto de 750 millones entre Santa Sede, Curia y obras
misionales).
¿Cuál ha sido el mérito que ha
conducido a Vallejo a Roma? Si nos atenemos al testimonio popular, muchos son
los elogios y muchos los silencios en Astorga y alrededores sobre su buen
juicio para los asuntos del dinero, pero no hay detalles al respecto. Entre sus
admiradores se encuentran hasta los gestores municipales socialistas, que profesan
respeto y admiración por el ecónomo. Vallejo es un sacerdote de buena planta
(casi 1,80), bien parecido, agradable en el trato y con las dosis suficientes
de seducción para conseguir sus propósitos.
A Vallejo se le atribuye, por
encima del propio obispo, la modernización de la diócesis, una de las más
grandes de España (ocupa parte de León, Zamora y Ourense) con sus 960
parroquias y cerca de 250 sacerdotes para realizar tareas pastorales y más de
1.500 lugares de culto. Gracias a su impulso, hay un ordenador en cada despacho
del Obispado (remozado hace unos años) y museos (el Palacio de Gaudí) que se gestionan
con criterios de empresa. Su carisma y sus modales de hombre de este tiempo
(usa tableta y teléfono inteligente) han sido ampliamente divulgados, pero no
otros detalles de su conducta. Como cuando mostraba un bello retablo a unas
visitas y manifestaba: “Está hecho para rezar frente a él, no frente a las
cuatro viejas de costumbre”.
No demasiada gente conocía sus
gustos refinados. Así que sorprendió en la comarca algún detalle de monseñor
difundido en sendos artículos publicados por el Diario de León (“un
bróker con sotana” y “galáctico monseñor”). No eran los habituales textos de un
periódico local, generalmente conservador y cuidadoso con las cosas de la
Iglesia. A través de este diario se conoció que era el propietario de una
vivienda de diseño en Celada de la Vega, merecedora del Premio de Arquitectura
de Castilla y León en 2007.
Conocida como Casa de Descanso había costado apenas 41.480 euros. “El encargo
lo hizo un cliente especial”, comentaba en una revista la autora, la arquitecta
Virginia González Rebollo, “que llegó con un libro debajo del brazo, un libro
de Le Corbusier donde aparece una casa en el lago de Ginebra, que él mismo
realizó para sus padres”. Ese cliente especial era monseñor.
En otros puntos de la comarca se
interpretó la casa de descanso como un ejemplo significativo de los
equilibrios de Vallejo con los principales constructores de la región. No pasó
desapercibido que la vivienda fuera diseñada por la hija de Victoriano González,
propietario de la constructora La Cepedana y expresidente de Caja España, además de
socio de José Luis Ulibarri, otro constructor, propietario del Diario de
León. La habilidad de monseñor Vallejo para repartir obras ha sido
manifiesta (alguna de ellas de gran calado, como la imponente iglesia del Buen
Pastor, en Ponferrada, que costó 2,5 millones de euros). Basta conocer el
balance de la diócesis de Astorga para advertir que, probablemente, sea la
primera empresa de la comarca. En 2011, el Obispado tuvo unos gastos de
7.656.000 euros, de los cuales casi la mitad (3,5 millones) se destinaron a
obras en templos y centros de atención pastoral, una partida muy superior a la
de “sustentación del clero” (2,2 millones).
Vallejo supo mover ese
presupuesto, pero fue eficaz para el Obispado en otro punto: contrató una
aparejadora y montó un eficaz servicio que fue poniendo a nombre del Obispado
todas cuantas ermitas, casas del cura, fincas y un sinfín de bienes inmuebles
sin escriturar abundaban por la extensa geografía de la diócesis. Algún testigo
habla de 300 carpetas. Esa labor de patrimonialización permitió algunas jugosas
operaciones urbanísticas, al vender las casas del cura o sus terrenos para edificar
viviendas a pesar de la oposición de los vecinos afectados. Por ejemplo, en San
Andrés de Montejo, donde no se olvidan de él.
Sus parroquianos, sin embargo, le
adoran, porque a sus pueblos no les falta de nada. Sirva como ejemplo la
restauración de la iglesia de San Juan Bautista, en Magaz de Cepeda, gracias a
125.000 euros invertidos en una población de 400 habitantes.
La sabiduría para dar y recibir
(por ejemplo, unos espaciosos estudios que regaló a la Cope en Ponferrada en un
edificio anexo a una iglesia) ha sido la clave de su gestión como ecónomo. La
burbuja inmobiliaria hizo el resto y elevó, de alguna manera, a monseñor a las
alturas.
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