Por Juan Torres López
Público.es, 10/03/2014.
Mientras que el gobierno español
sigue empeñado en hacernos creer que la economía española levantará cabeza este
año se vuelven a recrudecer los peores pronósticos sobre el futuro inmediato
del sistema financiero y de la economía mundial.
En realidad, no tiene mucho
mérito anticipar que se está gestando un crash mucho peor que el que provocó la
crisis de las hipotecas subprime cuyos coletazos todavía sentimos con
casi toda intensidad.
No puede ocurrir otra cosa cuando
prácticamente no se ha hecho nada para bloquear los factores de riesgo que
ocasionaron esta última crisis y que, por tanto, van a volver a provocar otras
sucesivas, cada vez de mayor envergadura y peligrosidad.
Las principales circunstancias
que permiten augurarlo son las siguientes:
1) El volumen
materialmente impagable que ha alcanzado la deuda pública y privada en todo el
mundo.
Es inevitable que, antes o
después, se produzcan suspensiones de pagos en casos concretos o en serie
y, además, de modo muy desordenado, por dos razones principales. En primer
lugar, porque no existen instituciones ni mecanismos de arbitraje a nivel
mundial que pudieran abordar el problema estableciendo quitas o
reestructuraciones equilibradas. Y, en segundo lugar, porque es imposible que
la deuda acumulada se pueda metabolizar por el sistema, ni siquiera a muy largo
plazo, sin producir un bloqueo fatal de la actividad productiva, dada su
magnitud.
Los conflictos por esta causa
pueden comenzar a darse muy pronto, en el mismo momento en que se produzcan
subidas, que ni siquiera tendrían que ser muy grandes, en los tipos de interés,
bien generalizadas o incluso solo en algunos países. A partir de ahí, muchos
países entrarían en situación de default, al no poder hacer frente a los
pagos de sus obligaciones por deuda y eso arrastraría a los demás sin remedio.
La deuda mundial y la de los
diferentes países se viene duplicando cada siete o diez años más o menos (en
algunos incluso en la mitad de tiempo), lo que indica que no es posible “digerirla”
esperando a que lo haga el crecimiento de la actividad económica y del ingreso,
no solo porque éstos serán siempre globalmente insuficientes sino porque,
además, se concentran cada vez más.
Y las suspensiones de pagos no
vendrán solas sino acompañadas de movimientos de capital muy rápidos y
caóticos, como los que han surgido en las últimas semanas en torno a algunos de
los llamados países emergentes y que llevarán consigo crisis cambiarias y
perturbaciones grandes y graves con efectos inevitables sobre la economía real.
2) La insolvencia
generalizada de la banca internacional que provocará otro estallido del sistema
financiero.
El salvamento de los bancos ha
consistido en permitir que vuelvan a actuar “como si”, es decir, aparentando
que han saneado sus balances gracias a mentiras y trampas contables y a las
ayudas regulatorias que permiten registrar beneficios con independencia de su
verdadera situación patrimonial y, más concretamente, sin contabilizar los
verdaderos quebrantos que han sufrido sus activos.
Gracias a las ayudas
multimillonarias de los bancos centrales y de los gobiernos se ha podido
reciclar una parte de los activos tóxicos que habían contaminado hasta la
parálisis a la inmensa mayoría de las grandes entidades financieras, pero aún queda
una buena parte de ellos en los balances, disimulada gracias a que se siguen
valorando a precios de adquisición como si no hubiera ocurrido nada en estos
últimos años. La prueba es que prácticamente en ningún sitio se ha
recuperado la financiación a la economía.
Y no solo no han desaparecido los
activos tóxicos de los bancos sino que éstos ha aumentado su exposición a los
peligros de los derivados financieros con los que se alimentan un buen número
de burbujas que siguen produciendo beneficios ingentes de la nada a las
entidades financieras. El gigantesco saco sin fondo de donde procederá la
chispa que provoque de nuevo una crisis financiera.
3) La falta de regulación
de las finanzas internacionales que multiplica la inestabilidad y las crisis.
Tampoco se ha hecho nada por
evitar que la especulación y la generación de burbujas se siga generalizando en
la economía internacional, consumiendo recursos y desestabilizando todo lo que
hay a su alrededor. Las tensiones en las bolsas son constantes y están apuntando
a una caída vertiginosa que puede ir acompañado del estalido de las burbujas
que se vienen generando en diversos ámbitos y países.
Además de estos factores que son
de carácter más coyuntural, es decir, que pueden provocar un estallido en
cualquier momento, hay que tener en cuenta otros tres estructurales que crean
un permanente caldo de cultivo para la inestabilidad y las crisis, pues empujan
y dan fuerza a los anteriores.
El primero es la desigualdad
creciente que tiene tres efectos: deteriora la actividad productiva por falta
de recursos, alimenta el ahorro que se dirige a la especulación financiera y
desincentiva la innovación y el equilibrio social que podría llevarnos hacia
modelos productivos más estables y menos dados a la crisis.
El segundo, son los límites
insuperables que impone la naturaleza y el uso que hacemos de los recursos. El
capitalismo podría hacerse más estable, como ocurriera tras la larga época de
crecimiento posterior a la segunda guerra mundial, pero eso solo sería viable
(en el marco del actual sistema de propiedad y bajo el imperativo del lucro) a
costa de intensificar aún más la explotación de la naturaleza y de las fuentes
de energía, lo cual es también ya materialmente imposible sin provocar un
destrozo de consecuencias verdaderamente incalculables.
Finalmente, hay que tener en
cuenta que las crisis que estamos viviendo casi sin cesar en los últimos
doscientos años no son episodios resultantes de fenómenos naturales o de meras
incidencias casuales sino el efecto de una sociedad que se organiza sin
organizarse, que se deja llevar por la ganancia y no planifica, que no respeta
los límites de la naturaleza, que separa la necesidad de las estrategias de
producción, que concibe la propiedad como una frontera, que entroniza el dinero
y lo convierte en el eje alrededor del cual ha de girar la vida y que, así,
está condenada a sufrir recurrentemente el divorcio entre la oferta y la
demanda, entre lo que necesitan los seres humanos y lo que éstos producen con
los recursos.
Y por si todo esto fuese poco no hay que olvidar que
vivimos en una situación política y social extraordinariamente inestable, con
democracias (donde las hay) limitadas y vigiladas, sin gobierno mundial y
sometidos al dictado de los grandes poderes económicos, bajo la amenaza
constante de guerras y en medio de continuos conflictos de baja o media
intensidad. En otros momentos de la historia, las guerras solucionaban
situaciones de deuda impagable o de insuficiencia de demanda y falta de
rentabilidad pero hoy día la magnitud de los problemas que he mencionado es tan
grande que ni una guerra de dimensiones colosales podría solucionarlos.
Nos encontramos al borde del
abismo y lo comprobaremos muy pronto.
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