Marina Albiol Guzmán (Diputada EUPV cortes valencianas, y candidata de IU al parlamento
europeo) y Carlos
Sánchez Mato (Economista)
Público.es, 05/04/2014.
Imaginemos que a cualquier
familia trabajadora que no pudiera pagar su hipoteca, el Banco de España
le diera un crédito para poder pagarla. De esa forma, dicha familia pasaría de
tener una deuda con una entidad privada, a tener su deuda con el Banco d
España. Sigamos imaginando que le aceptara como aval el coche, aunque supiera
que no vale lo mismo que el dinero prestado. Imaginemos más: que, a pesar de la
ayuda, esa familia no pudiera pagar el crédito, y entonces se le diera uno
nuevo, y le aceptara como aval los muebles de su casa. Si eso fuese así, nadie
hubiera sido desahuciado.
Pero la realidad supera la
ficción. Sólo que en lugar de “familia trabajadora” debéis poner “banquero” y
en lugar de “coche” o “muebles” podéis poner “activos”, y obtendréis una
descripción exacta de lo que están haciendo los Estados y el Banco Central
Europeo con la Banca Privada de toda la Unión Europea.
Entre 2011 y 2012, el BCE ha
prestado 1,018 billones de euros a unas 800 entidades financieras. A finales de
2013, las entidades bancarias europeas aún debían 718.407 millones de euros
(206.760 millones las españolas). Para facilitar el acceso de estas entidades a
los préstamos, el BCE les ha rebajado sustancialmente la calidad mínima exigida
de los activos que podían presentar como garantía. Si los bancos no pudieran
hacer frente a esos créditos, tendrían que cubrirlos los Bancos centrales de
cada Estado, lo que no hace sino evidenciar que estamos ante ayudas públicas
sin ninguna clase de discusión.
Además, en la medida que el BCE
tiene prohibido prestar a los Estados, le han brindado una excelente fuente de
financiación a los bancos privados. Tomar crédito del BCE al 1% y prestar a los
gobiernos a un tipo de interés muy superior. Una parte sustancial de los
beneficios de la banca española provienen ya de los diferentes títulos de deuda
soberana que tiene en sus balances. En el período 2000-2013, las
Administraciones Públicas han pagado 141 mil millones de euros más de gastos
financieros que los que hubieran pagado financiándose directamente desde el
BCE. En 2013 hemos pagado de más, una cifra similar a la que el Estado ha
dedicado a prestaciones por desempleo, 29 mil millones de euros.
A los préstamos del BCE, hay que
sumarle las ayudas directas de los Estados, que entre 2008 y 2010 ascendieron a
1,6 billones de euros, una cantidad que equivale al 13,11% del PIB de la
Unión Europea (UE-27).
La combinación de la ventanilla
del BCE con las ayudas de los Estados, han evitado la quiebra del sistema
financiero europeo. Pero el precio está siendo que, ahora, el hipotecado es el
erario público. Se recorta en Sanidad, en Educación, en Dependencia, se
despiden trabajadoras y trabajadores públicos, y se sigue sosteniendo a los
banqueros. Una cosa implica la otra.
Y hablamos de los banqueros
deliberadamente, puesto que lo que están salvando no es tanto los bancos como
el dominio de los grandes accionistas y directivos de estas entidades sobre el
ahorro de la sociedad. Los bancos siguen sin gozar de buena salud financiera,
manteniendo una situación que sería de quiebra si se retirasen las ayudas
públicas y que solo augura nuevas crisis en cualquier momento de los próximos
años. Su volumen de deuda ha dejado de crecer al ritmo que lo hacía en el
pasado, pero sigue siendo imposible de pagar. Y la morosidad continúa creciendo
en la medida que la crisis se prolonga.
Ahora son más dependientes de la
ayuda pública que nunca y se permiten, incluso, la especulación con la deuda
pública, con el riesgo aparejado que conlleva arrastrar a los estados a una
situación de quiebra.
Pero el capitalismo, el sistema
del que los banqueros sólo son su expresión más depurada, actúa como el adicto
a las drogas que cada vez necesita una dosis mayor para lograr el mismo efecto.
Lograr siempre el máximo beneficio implica llevar cada vez más lejos el expolio
de los trabajadores y trabajadoras, de la sociedad y del medioambiente. No es
casual que todos los planes de rescate a la banca vayan acompañados de nuevos
recortes salariales, del gasto social y de los derechos laborales y sociales.
En resumen, como en el cuento del
Rey desnudo, alguien tiene decir que el banquero, en este caso, está desnudo. O
mejor, alguien tiene que desnudarlo y denunciar que, sin el respaldo del erario
público cubriendo su desnudez, las entidades que los banqueros dirigen en su
propio beneficio y perjuicio de la mayoría de la sociedad, estarían en quiebra.
Hoy la banca quebraría sin las ayudas públicas y, viceversa, si quiebra la
banca el Estado sería arrastrado por ella.
Y, moraleja, si la banca privada
es inviable sin el apoyo del dinero público, pues que sea pública.
Hay voces que claman por la
necesidad de “controlar” a la banca, de “regularla” para que no cometa excesos,
no especule. Pero quien posee los bancos y los sectores estratégicos de la
economía posee un poder decisivo frente al que los Estados se limitan a
obedecer. Basta ver quiénes están al frente de las instituciones como el BCE o
quiénes son los ministros de economía, antiguos o futuros miembros de los consejos
de administración de la banca y las grandes empresas privadas.
Para que eso cambie no basta que
en los escaños del Parlamento europeo se siente una mayoría de izquierdas, y
más en un Parlamento sin competencias reales, sino que hace falta una movimiento
de la clase trabajadora a escala europea con un programa común, que ponga sobre
la mesa un cambio en las relaciones de propiedad de los sectores estratégicos
de la economía, empezando por la banca. Sobre esa base sí podemos cimentar unas
nuevas instituciones realmente democráticas en toda Europa.
Y ahí está el quid de la cuestión
que la izquierda debe atreverse a defender sin miedo: hay que nacionalizar las
principales entidades financieras europeas, y sustituir el actual Banco Central
Europeo por una verdadera Reserva Federal Europea, que sea el epicentro de un
sistema financiero público. Eso sí permitiría sanear los bancos de verdad a
costa de grandes accionistas y acreedores, y poner el sistema financiero, que
no es otra cosa que los ahorros de la sociedad, al servicio de una
planificación democrática de la economía.
Eso permitiría sustituir la
competencia entre los Estados y entre las empresas, y la explotación de la
clase trabajadora y la naturaleza, innatas en el capitalismo, por una
cooperación en beneficio mutuo. Ese sí sería un pilar sólido para construir una
Europa de los pueblos y mandar al museo de la historia la Europa de los
mercaderes (y los banqueros) que es la actual Unión Europea.
Disponible en:
http://blogs.publico.es/dominiopublico/9619/el-banquero-desnudo/
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