Por Vicente Clavero
Público.es, 18/0472014.
- Lo siento, pero la central no
ha autorizado la hipoteca que ustedes habían pedido. Ya saben que nos hemos
vuelto bastante estrictos después de todo lo que ha pasado.
Muchos españoles reciben
diariamente esta respuesta a la solicitud de un crédito para financiar la
compra de su vivienda. Tienen trabajo y solvencia suficiente para pagarlo. Pero
chocan con la inconmovible negativa de los bancos.
Por eso su sorpresa es grande
cuando, en el mismo momento o pocos días después, el empleado que les atiende
se deja caer con una inesperada propuesta:
- Hay otra posibilidad, aunque no
sé si estarían ustedes interesados. Buscan un piso de tres dormitorios, con
plaza de garaje, en una zona residencial, ¿verdad? Pues el banco puede
ofrecerles uno de esas características y a buen precio. Una ganga, de verdad.
La perplejidad reflejada en la
cara de los clientes obliga al empleado a ofrecer una explicación:
- Al tratarse de un activo al que
queremos dar salida, podemos valorar la operación con más benevolencia. Seguro
que en la central entienden que es buena para todos. Para ustedes y para
nosotros.
Lo que hasta poco antes eran
pegas, a partir de entonces se convierten en una abrumadora avalancha de
facilidades.
- Y si creen que al principio
pueden ir muy pillados por los gastos habituales en la compra de una casa (los
impuestos, el notario, los muebles), no se preocupen. Yo creo que soy capaz de
sacarles la hipoteca hasta por el 100% del valor de tasación.
En el caso de que los clientes
alberguen todavía alguna reserva, el empleado no tendrá reparo en ablandarles
con un par de deferencias más:
- Podemos poner la hipoteca a
cuarenta años. Y, por supuesto, olvídense de la comisión de apertura, que corre
por cuenta nuestra.
Escenas como ésta se repiten
todos los días en nuestro país. Y no sólo ahora, sino desde hace ya algún
tiempo. Habrá bancos que lo nieguen y que digan que golferías así son más
propias de su competencia. Pero quien esté libre de pecado que tire la primera
piedra.
El motivo es muy simple: según
las últimas estimaciones conocidas, las entidades financieras españolas siguen
teniendo en sus carteras inmuebles procedentes de embargos por valor de 100.000
millones de euros. Y necesitan quitárselos de encima como sea.
Por eso han desempolvado viejas
prácticas, que parecían conjuradas para siempre tras los fatales resultados de
la experiencia anterior. Pero se ve que no. Quizás porque la factura de la
última fiesta la pagamos entre todos. Y nadie escarmienta en cabeza ajena.
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