Por Ana I. Bernal
Triviño
Público.es,
20/08/2016.
Silvia toma aire para narrar el comienzo de todo. Es el año
2005. Ahí, confiesa, empezó su “odisea”. Esa sobre la que, según ella, parte de
la sociedad pasa de puntillas, pero que ignora las tremendas consecuencias de
una estafa cuando aparecen piedras por el camino. En su recuerdo se traslada al
momento en el que ella y su marido esperaban al notario. Estaban nerviosos. Por
fin, tendrían un hogar que compartir junto a su hijo, Adrià, de seis años. Pero
también se sentían seguros.
Les confirmaron que la hipoteca cumplía con lo que ellos
pedían: no pagar más de 900 euros al mes. Silvia trabajaba en un almacén. Su
marido, Alfonso, como carpintero. Aún así, hacía falta un aval: sus padres, con
su pisito de 60 metros cuadrados, de VPO, por un porcentaje y un tiempo
limitado.
El notario llegó y entre los papeles se coló una palabra
extraña. El padre de Silvia preguntó de qué se trataba. Era el IRPH. “El
notario nos repitió hasta la saciedad que el IRPH era un índice más estable que
el euríbor, que la cuota siempre sería la misma, que fluctuaba menos”, detalla
Silvia. Poco más le explicaron.
No les advirtieron que, en realidad, sería un índice menos
estable. Y mucho menos, le detallaron de dónde surgía. Tampoco, que había tres
tipos diferentes. “Nos aseguraron que el IRPH estaba pensado para personas que
no querían sorpresas en su hipoteca”. Silvia, su esposo y los padres de ella
confiaron en la palabra del notario. Firmaron. Y así, empezó la historia que
nunca hubiesen querido vivir.
La hipoteca “sin
sorpresa”
La pareja se trasladó a su nuevo hogar, pero la “sorpresa”
sólo tardó un año en llegar: la hipoteca subió 200 euros al mes. Al año
siguiente, otros 200 euros más… y así, hasta alcanzar los 1485 euros al mes.
Silvia y su marido se vieron acorralados. Las cuentas no salían. Recortaron en
todos los gastos que pudieron. Entre ellos, el comedor escolar de su hijo. “Su
abuela iba al colegio a por él, porque nosotros nos matábamos por trabajar…
Hacíamos hasta 18 horas diarias”.
¿De dónde salían esas subidas si les aseguraron que era un
índice más estable? El IRPH surge de calcular la media de los préstamos, que
tengan más de tres años, concedidos por las entidades bancarias. Ese es uno de
sus mayores agravantes y lo hace muy manipulable. Hasta octubre de 2013
existieron tres tipos diferentes: el IRPH de bancos, el de cajas y el de
entidades, que era una media de los dos anteriores. Y entre tanta cifra y
desconcierto, llegó la crisis.
Un niño sin fiestas
de cumpleaños
En 2009, después de seis años como trabajadora en un
almacén, Silvia es una de las afectadas por el ERE de su empresa. Es despedida
junto a sus 135 compañeros. “Salíamos nosotros por un lado y, por la otra
puerta, entraban los nuevos, que venían formados de Francia. Estuvimos un mes
sin producción sabiendo que nos íbamos a la calle. En la empresa de mi marido
bajó la demanda y, en 2010, dejaron de pagarle. Y en ese mismo año tuve un
accidente de moto y salí despedida por los aires… Ya no nos podía ocurrir nada
más”. A Silvia le cuesta relatarlo. Estuvo cuatro meses con yeso, con el brazo
roto por dos sitios, un mes con una férula y cuatro meses de rehabilitación. La
cuota de la hipoteca era muy elevada para ellos en esas condiciones y, en su
estado, no podía buscar trabajo.
La prestación por desempleo se agotaba. Por la noche, Silvia
no podía asumir tanta angustia. Desencadenó el síndrome de piernas inquietas,
llamada enfermedad de Willis-Ekbom, y empezó a tomar ansiolíticos. “Estaba
encerrada, entre la espada y la pared. Cada día me levantaba y acostaba con la
pregunta de qué hacer”, reconoce. Tan sólo le aliviaba ver el rostro de su
hijo, la parte más indefensa de esa historia. Dice Silvia que el pequeño creció
con la certeza de no poder pedir nada en casa. Nada de excursiones y apenas
cumpleaños: “Sus amigos lo invitaban en la puerta del colegio, pero él no podía
ir porque no les podía regalar nada. Poco a poco empezó a sentirse marginado,
hasta que dejaron de invitarlo”.
Había que arreglar la situación como fuese. Esperanzada,
Silvia llamó a su banco para explicar la situación. “No podíamos abonar esa
cantidad. Les comenté que podía pagar 400 euros cada mes. Su respuesta fue que
no, que lo mínimo serían 900 euros, que correspondían a intereses, y que me
buscase la vida. Lo hicimos un año. Como era una carencia, al año siguiente
volvió a subir la cuota. Si quieres carencia es lo que tiene… No es ningún favor”.
Por entonces, la UE instó al Gobierno español a retirar los índices IRPH por su
grado de manipulación. El PSOE marcó un régimen transitorio de un año y
advirtieron que los IRPH desaparecerían. Para Silvia estaba más cerca el “fin
de la pesadilla… Todo era cuestión de tiempo”.
Cuando el IRPH
condiciona el agua, la luz o la comida
Su marido empezó a cobrar de nuevo. Ese dinero iba directo a
la hipoteca, más elevada tras el periodo de carencia. Ella sólo estaba con sus
500 euros de paro y con eso, debían cubrir todas sus necesidades más básicas.
Su recurso, siempre, fueron sus padres. “No hacía falta pedirles nada. Ellos
veían nuestra cara. Han hecho todo por nosotros. Nunca hemos dejado de pagar
ningún mes. No debo ni una cuota. Mis padres han comprado ropa para mi hijo, lo
han recogido del colegio, lo han cuidado, le dieron de comer… Y con 500 euros
no hay para agua, luz, gas, comida… Lo básico nos lo daban ellos”, sentencia,
mientras revive la impotencia de aquellos días.
En diciembre de 2011, Silvia se dio de alta por el
accidente. Encontró pronto un trabajo de limpieza, en la casa de una familia. A
los diez días, una amiga le ofreció otro empleo como limpiadora en una
farmacéutica... Ella vio el cielo abierto. Y su padre mostró la mayor de las
sonrisas de alivio.
El Partido Popular ganó las elecciones, y marca otro año y
medio de transición para el IRPH. La familia aguanta con paciencia y el deseo
de que, esta vez, sí fuese la definitiva. Mientras, a pesar de la leve mejoría
laboral, aún dependen de la ayuda de sus padres. Silvia recuerda a su padre,
pensativo en el sofá… “Le habían engañado a él, al sindicalista… que lo había
sido toda su vida. Nos enteramos de que su aval fue por el importe total y
hasta final del vencimiento: 35 años”, explica con indignación. Es entonces
cuando, además, detectan a su padre un cáncer. “Es lo peor. Yo he visto la
preocupación en la cara de mi padre, estando enfermo, sin saber qué iba a pasar
al final con nosotros, y con su casa como aval. Eso no se lo voy a perdonar a
nadie en la vida”, sentencia su hija.
Preparar la demanda
La espera duró hasta el año 2013. “Para nuestra sorpresa, el
día que desaparecen los IRPH, eliminan el IRPH cajas y el IRPH bancos. Pero
queda vigente el IRPH entidades, que es el que tenemos como sustituto en las
escrituras. Aparece en la Ley de Apoyo a los Emprendedores, en la disposición
15. A día de hoy todavía sigo sin explicarme qué tiene que ver la velocidad con
el tocino…”, comenta, con sarcasmo.
Silvia recibió la indemnización por su accidente. La pareja
ve en ese dinero su oportunidad para luchar frente al Goliat de la banca. Se
informa. Contacta con grupos de trabajo y de afectados en Twitter y Facebook.
Acude a un bufete de abogados con ese dinero extra y demandan a la entidad UCI,
propiedad del grupo Santander.
En este tiempo descubren otro de esos “detalles” de la letra
pequeña de su escritura: las titulaciones. En una cláusula se habla de la
cesión del crédito a un fondo, sin tener que notificarlo. “Esto quiere decir
que mi hipoteca fue vendida a un fondo de inversores a los seis meses de
contratarla”, relata Silvia. “Por lo tanto, mi hipoteca no es de UCI. Es de un
fondo de inversión con 3000 hipotecas más, donde cada uno de los inversores
participa por un porcentaje de cada una de ellas. UCI es la parte demandada,
pero no son los propietarios reales de la hipoteca. Son sólo la parte
administradora. Los que recogen el dinero que yo pago y se lo pasan al fondo de
inversión”.
En marzo del 2015 la sentencia les da la razón. Condenan a
la entidad a anular la cláusula del contrato, a devolver todos los intereses
desde el momento de la firma, y amortizar únicamente el capital, sin intereses.
“Mi padre estaba muy malito por entonces. Llegué feliz para darle la noticia y
me respondió: ‘sé prudente, hija… es una buena noticia, pero van a recurrir’.
No se equivocó pero, para entonces, él ya no lo supo”. Los bancos no entienden
de duelos ni lutos. Su padre murió el 19 de mayo de 2015.
La sentencia fue recurrida en la Audiencia Provincial de
Barcelona y aún está pendiente de resolución. “Por ahora la demanda se ha
ejecutado de forma provisional, pero si yo perdiera en la Audiencia Provincial,
tengo que devolver todo. Es decir, por eso yo ahora pago 420 euros, pero si
pierdo debería pagar cada mes 1200 euros de hipoteca. Por lo que pueda pasar,
guardo cada mes ese dinero de más, como una hormiguita… Porque si ellos ganan,
imagina la deuda en la que me metería”.
Políticos y justicia
frente al IRPH
Silvia y sus compañeros afectados reconocen que esta lucha
es difícil. “Todos sabemos que la casa, en verdad, vale la mitad del precio de
compra; pero no voy a permitir la estafa dentro de la hipoteca. La impunidad
empieza por el mismo juzgado, los jueces y los políticos”. Una plataforma de
afectados acudió al Parlamento Europeo para proponer que esta cláusula fuese
nula de acuerdo con la normativa europea sobre protección del consumidor. En
las votaciones finales, PP, Ciudadanos, CDC y Unió votaron a favor de mantener
el IRPH. El PSOE se abstuvo. Sólo PNV, UPyD, Podemos y Bildu apoyaron los
argumentos de los afectados.
“Cuanto más se ve y se investiga, produce más asco. Entre
tanto, se han llevado millones de por medio”, apunta Silvia. Se ríe cuando se
le menciona la recuperación económica de la que tanto se habla. Por eso, pone
en primera línea a los que aún no han salido de esta crisis y de la estafa
financiera. “El gran problema es que la gente no sabe dónde tiene que acudir,
cómo encontrar las cláusulas que nos colocaron, qué es abusivo… y así, siempre
ganan los bancos. Hay que asumir la realidad. Unirse y hacia delante”.
Las pequeñas cosas de
la vida
Ahora le da vértigo rememorar todo lo vivido desde el año
2005, pero se siente orgullosa de hacer frente a la banca. “Una persona, cuando
lleva mucho tiempo en una situación tan mala, se deja vencer porque ya no puede
más. Son demasiadas llamadas de teléfono y amenazas. Siempre hay que pelear. No
queda otra. Yo tengo una familia preciosa, Ana. ¿Cómo no voy a pelear? ¿Qué
ejemplo daría a mi hijo si yo me rindiera? Yo he tenido padres peleones. Pero
ser fuerte no significa que no tengas sentimientos. Lo sufres igual”.
Silvia sigue con su síndrome de piernas inquietas de forma
puntual, algo menos intenso. Sabe que estas cosas requieren de paciencia.
Porque la angustia le caló por dentro poco a poco y tardará en desaparecer.
-“¿Qué has aprendido
en este tiempo?”, le pregunto.
Y ella responde, con determinación: “Que no puedo vivir como
hasta ahora, con esa ansiedad, porque me estoy negando a mí misma a ser feliz.
Me negaría y perdería las pequeñas cosas de la vida… el beso de mi hijo por las
mañanas, el abrazo de mi marido... ¿Tú sabes lo que vale eso? Eso es lo que
alimenta. Lo que me lleva a seguir… Y un índice no me lo va a impedir”.
Disponible en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario