Por Joaquín Estefanía
El País,
19/01/2019.
El 12 de septiembre de 2008, justo tres días antes de que
comenzase la crisis, JP Morgan, seguramente la primera institución financiera
de EE UU, pronosticó que el crecimiento del PIB se aceleraría durante la
primera mitad de 2009. La opinión de la mayor parte de los analistas
profesionales y de los expertos en predicción era adecuadamente sintetizada en
diciembre de 2006 por The Economist: “El capitalismo de mercado, la máquina que
rige la mayor parte de la economía del mundo, parece estar haciendo muy bien su
labor”. Esta descripción de un tremendo error corresponde a un trabajo
publicado en 2013 por Alan Greenspan, el que fuera todopoderoso presidente de
la Reserva Federal (Fed). Es un ejemplo de los fallos de pronóstico que cometen
muchas veces los economistas en el ejercicio de su profesión.
Para comentar irónicamente estos yerros, la Harvard Business
Review publicó un artículo que tituló “Estos Nobel chiflados”, en el que bajo
el concepto de Premio Nobel se refería, en general, a los tantos economistas
reputados que se han equivocado una y otra vez. Cuando se analiza el papel de
cada uno de los sectores en la Gran Recesión se enumeran las responsabilidades
de los golfos apandadores (los que robaron, los que abusaron, los que se
enriquecieron), los reguladores y los políticos que lo consintieron, y las
ideas erróneas que los economistas pusieron en circulación durante las décadas
anteriores, que decían que era imposible que se reprodujesen los shocks del
pasado. Una crisis que pocos pronosticaron y que el Nobel de Economía francés
Jean Tirole —uno de los menos chiflados— describe del siguiente modo: nadie
había imaginado el 9 de agosto de 2007, fecha de la primera intervención
conjunta de la Fed y el BCE, que segmentos enteros del sistema bancario iban a
tener que ser rescatados por los Estados; que los cinco bancos de inversión más
importantes iban a desaparecer como tales; que otros de los principales bancos
comerciales del mundo iban a zozobrar por haber adquirido riesgos disparatados;
que una gigantesca compañía de seguros y dos entidades garantes de préstamos
inmobiliarios iban a movilizar 350.000 millones de dólares; que los Gobiernos
europeos y de EE UU iban a prestar directamente sumas importantes a la
industria, y que los bancos centrales iban a utilizar políticas monetarias no
convencionales e ir mucho más allá de su mandato acudiendo en socorro de los
Estados y del sistema financiero (La economía del bien común; Taurus).
Buen resumen. Ahora aparece un muy interesante libro (Los
economistas y la crisis financiera; Marcial Pons) en el que el profesor Antonio
Torrero adquiere una posición “bastante crítica” del papel que han desempeñado
los economistas en la crisis. Entre otros, por los siguientes aspectos: 1)
porque nadie predijo la crisis (los que más se acercaron fueron economistas
heterodoxos que advirtieron de los excesos, disfunciones y tendencias
insostenibles en las finanzas); 2) porque la profesión de economista es muy
gregaria (Tirole dice que la gente opina que todos los economistas piensan
igual), y nadar en contra de la corriente no es fácil y conlleva costes: la
asunción de la postura mayoritaria refuerza la solidaridad del grupo dominante
y acentúa la marginalidad del minoritario; y 3) la dificultad de ser
independientes en el momento de emitir juicios y proponer reformas (tan bien
reflejada en el documental Inside Job). Recuerda Torrero que el novelista Upton
Sinclair ha expresado una profunda intuición sobre la relación entre el mundo
de las ideas y el pragmatismo de los profesionales: “Es difícil que un hombre
entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda”.
Tener en cuenta estas limitaciones, además de que a la
ciencia económica no se le puede pedir lo que no puede dar, es imprescindible
para entender que en marzo de 2008, en plena crisis, el secretario del Tesoro
americano, Henry Paulson, se pronunciara en estos increíbles términos: “Tengo
una gran confianza en nuestras instituciones financieras y en nuestro mercado
de capitales. Nuestras instituciones financieras y bancos de inversión son
fuertes. Nuestros mercados de capitales son resistentes. Son eficientes. Son
flexibles”. Premio.
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