Por Ana Carbajosa
El País, 31/12/
2018.
Será necesario que pase mucho tiempo para que la imagen de
la nube de furgones policiales a las puertas del Deutsche Bank en Fráncfort se
difumine de la memoria financiera de los alemanes. Hasta 170 agentes buscaron
en una aparatosa operación durante dos días pruebas en un supuesto delito de
lavado de dinero en paraísos fiscales hace tres semanas. La fiscalía de
Fráncfort prosigue su investigación, sin que de momento hayan trascendido
nuevos detalles de unas pesquisas que están lejos de constituir un caso
aislado. En el Deutsche Bank llueve sobre empapado.
El gran banco europeo encadena desde hace años escándalos
financieros, que han minado su credibilidad y su rentabilidad. La nueva
dirección del banco apura una reestructuración con la que aspira a desmarcarse
de un pasado plagado de multas y de desmesuradas ambiciones expansionistas, que
marcaron el inicio de su declive. Sin dejar de ser una banco global, quieren
poner ahora el foco en Europa e inclinar la balanza hacia banca tradicional.
Mientras, en Berlín las especulaciones sobre una posible fusión con el otro
gran banco, el Commerzbank cobran creciente intensidad.
Este penúltimo escándalo, el de los furgones a las puertas
de la entidad, está relacionado con los llamados Papeles de Panamá. Las autoridades
alemanas sospechan de que al menos dos empleados del banco no alertaron de
operaciones de lavado de dinero en paraísos fiscales pese a tener conocimiento.
Las operaciones las llevó a cabo una supuesta subsidiaria en las islas
Vírgenes, que gestionó al menos 311 millones de 900 clientes. Este caso se
solapa con el del Danske Bank. En esta ocasión, el Deutsche Bank actúo como
corresponsal de una filial estonia del danés, que presuntamente canalizó hasta
150.000 millones de dólares bajo sospecha, procedentes de clientes rusos y de
países de la antigua unión Soviética. El banco alega que no era su
responsabilidad vetar a los clientes de Danske y que se desvinculó de la
entidad en 2015.
Son solo los dos ejemplos más recientes, porque el nombre
del banco alemán aparece con insistente frecuencia cuando salen a la luz nuevos
escándalos financieros. La empresa ha pagado en la última década 17.000
millones de euros en multas y acuerdos judiciales. El año pasado por ejemplo,
las autoridades financieras de EE UU y Reino Unido multaron al banco con 553,5
millones de euros por no haber detectado e impedido el lavado de 10.000
millones de euros procedentes de Rusia.
El Deutsche Bank suspendió además el pasado verano los test
de estrés de la Reserva Federal estadounidense, que mostró preocupación por las
debilidades de la entidad en relación con su “capacidad y control de datos que
respaldan su proceso de planificación de capital, así como sus enfoques
utilizados para pronosticar los ingresos y las pérdidas bajo estrés”.
Nicolas Veron, investigador del Instituto Peterson para la
Economía Internacional, cree que “es evidente que los sucesivos equipos de
dirección han cometido muchos errores estratégicos y eso se nota en el precio
de las acciones”. Pero a la vez piensa que “los accionistas ven al Deutsche
Bank como un banco con muchos problemas, pero que no es insalvable. Es un banco
que todavía tiene un valor en bolsa”. No cree además, que la actual crisis sea
existencial. “Si los supervisores pensaran que atraviesa una crisis vital,
actuarían de otra manera”, sostiene.
Pero el precio de las acciones sigue a la baja y pese a la
esperanza que inyectan sus directivos, el banco no consigue superar el
descalabro y la herencia de la crisis financiera que estalló hace ya diez años.
El Deutsche Bank se había empeñado entonces en emular a los grandes bancos de
inversión de Wall Street de la mano del polémico Josef Ackermann y lo
consiguió. Pero su prometedor futuro se vio truncado por la crisis financiera,
que castigó al banco por su implicación en el manejo de productos tóxicos.
Aquellas ambiciones trasatlánticas marcaron el inicio de la desgracia del
gigante financiero, cuyas ensoñaciones como banco de inversión global nunca
terminaron de cuajar en tierras del capitalismo renano. Frente a la banca
tradicional alemana, más centrada en la banca minorista, el Deutsche Bank quiso
convertirse en el gran banco de inversión global y esa estrategia le ha
reportado en los últimos años pérdidas y multas multimillonarias.
A sus 148 años, el banco se esfuerza en virar el rumbo y en
mirar más hacia Europa y Alemania, donde cuenta con 20 millones de clientes y a
primar la banca tradicional frente a la de inversión. El nuevo consejero
delegado, Christian Sewing, nombrado en abril tiene por delante una tarea
titánica. Se ha propuesto reducir costes, enderezar la situación legal y sobre
todo, recuperar la credibilidad del banco.
Plan estratégico
En mayo, el Deutsche Bank anunció un plan por el que prevé
suprimir más de 7.000 puestos de trabajo en el marco de sus objetivos de
reducción de costes. Los resultados presentados en octubre indican que el banco
obtuvo un beneficio neto atribuido de 692 millones de euros, lo que supone un
58% menos que el año anterior. Aún así, Sewing ha considerado que están “en
buen camino para ser rentables en 2018, por primera vez desde 2014”. Sin
embargo, si su plan estratégico no funciona, la opción de la fusión con otro
banco –suena mucho el Commerzbank- podría pasar, según los analistas a ser una
opción más realista.
De momento, los mercados no han mostrado excesiva confianza
en la reestructuración. Este año, el banco ha registrado una caída de casi el
50% del valor de sus acciones y algo menos de dos tercios en los últimos tres
años. “Eso indica también que los analistas financieros son también escépticos
respecto a una posible fusión con Commerzbank”, interpreta Angelo Baglioni,
economista de la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán. Una fusión con
un banco minorista permitiría sinergias, es decir, abaratar costes, pero
Baglioni sin embargo no cree que “una fusión de dos bancos débiles vaya a
solucionar los problemas de falta de controles internos”, que han lastrado al
banco alemán. Commerzbank tampoco atraviesa un gran momento y se encuentra
inmerso en su propio proceso de reducción de costes y registra asimismo, una
caída del precio de las acciones.
Con o sin el Commerzbank, la deficiente salud del gran banco
alemán no tiene, según Veron, por qué pasar factura al resto del sector ni
desatar temblores financieros que puedan preocupar a Berlín. “No hay un
problema de estabilidad financiera, no creo que suponga un problema para la
economía alemana ni para la europea. El problema es para los accionistas”,
insiste Veron. Algo parecido le dijo recientemente el ministro de Finanzas
alemán, Olaf Scholz a la agencia Reuters: “Nadie en el ministerio de Finanzas
pasa noches en vela por el Deutsche Bank. Yo tampoco”.
Indicios de fraude
fiscal en el pago de dividendos
Hay “un montón de indicios” de que algunos directivos
discutieron “los riesgos de reputación” de la participación de Deutsche Bank en
un esquema de intercambio de dividendos en la mayor investigación de fraude
desde la posguerra de Alemania, concluye una auditoría interna a la que tuvo
acceso Reuters. Según este informe, Deutsche Bank emitió certificados de
impuestos y otorgó préstamos a clientes para permitirles participar en el
esquema para reclamar reembolsos de impuestos. La fiscalía alemana dice que
engañaron al Gobierno al simular que las acciones tenían múltiples dueños el
día de pago de dividendos para obtener créditos fiscales. Las autoridades dicen
que el fraude, bautizado como cum-ex, involucra a otros bancos.
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