Por Ricardo Chiva
Gómez
El Diario.es,
01/01/2019.
La decisión del Tribunal Supremo sobre el impuesto de las
hipotecas, o, mejor dicho, la presión evidente que ha ejercido y ejerce la
banca sobre las instituciones y sus decisiones en este país; o el caso
Volkswagen, en el que el exministro Soria prefirió no sancionar a esta gran
empresa, aun implicando una multa posterior sobre el Estado por parte de la
Unión Europea, para luego empezar a formar parte de su consejo de
administración; entre otros muchos casos similares, dejan clara una cosa: los
intereses de la gran empresa se oponen a los de la ciudadanía.
Cuando empecé a estudiar al mundo de la empresa, hace ya
algunos años, resultaba menos obvio o palpable lo que hoy día es más que
evidente. Quizá ciertas redes sociales, o la existencia de medios de
comunicación financiados por la ciudadanía, en vez de por las grandes empresas,
ayuden, pero lo que también está claro es que a las grandes empresas o a la
banca no parece importarles mostrar su poder e intereses, e incluso lanzar un
discurso amenazante a la población: si les toca pagar ese impuesto, buscarán
formas para recuperar ese mayor coste, es decir, lo pagará la ciudadanía; o si les hacen pagar los impuestos justos o
lo que proporcionalmente paga un asalariado, sus fábricas se irán de España o
del país que sea, con lo cual aumentará el paro. Ese discurso además se inocula
y transmite continuamente, por parte de ciertos partidos políticos y medios
neoliberales y conservadores, para convencernos de que las cosas son así, que
no hay nada que hacer; y que quien nos trate de convencer de lo contrario es un
populista, un inocente o un "buenista". Sin embargo, esto no tiene
por qué ser así, ya que los gobiernos tienen o deberían tener instrumentos para
frenar o desarticular tales amenazas o chantajes. Pero para ello, tales
gobiernos no pueden ser chantajeados a su vez por dichas empresas, con lo cual
éstas, incluida la banca, no deberían financiar a los partidos políticos.
Por otro lado, el propósito de toda empresa no debe ser
maximizar los beneficios, sin importar cómo. Obviamente, esta idea responde a
una conciencia muy limitada de la empresa, pero parece que buena parte de la
sociedad la acepta sin más. "Un buen directivo o empresario hará lo que
sea para que la empresa maximice su rentabilidad; lo que sea". Esta frase
parece socialmente admitida y hasta se tacha a estos directivos de
"listos".
Una empresa debe ser rentable al igual que un ser humano
debe comer o beber; es algo necesario, pero no es o debe ser su propósito o fin
último, sino el ofrecer productos o servicios de calidad, generando empleo y
calidad de vida tanto para los que trabajan en la empresa como para los que
consumen sus productos o servicios. Es verdad que hay pocas empresas así, pero
las hay, y cada vez más. Así que basar la existencia de una empresa en pagar
salarios ínfimos a los trabajadores, u ofrecerles jornadas extenuantes, u
ofrecer productos dañinos para las personas o el planeta, entre otras cosas, es
un grave error, porque no están cumpliendo su función social y económica, sino
que más bien están abusando de los ciudadanos. Así que todo el debate sobre el
incremento del salario mínimo debería zanjarse con este argumento.
Se trata de decidir entre entrar en un círculo vicioso o en
uno virtuoso. El primero es competitividad basada en costes, baja calidad,
salarios bajos, explotación, baja motivación, toxicidad directiva, etc. El
segundo es competitividad basada en calidad e innovación, salarios justos o
altos, jornadas reducidas, motivación, dirección participativa y formativa etc.
Si bien es verdad que el sistema no deja de recordarnos que
los intereses de las grandes empresas son "así" y que nada o casi
nada va a cambiarlos, al menos desde arriba, también procura ofrecernos un hilo
condescendiente de falsa esperanza que no es más que un engaño: cambia tú o,
quizá ¿es tu culpa? Así que ponte las pilas: deja de consumir el producto de
esa empresa si no te gusta lo que hace con la mano de obra, o recicla y
mejorarás el planeta, o preocúpate tú de comer productos sanos o de elegirlos
bien, o fórmate mucho y en todo y te pagarán bien o te darán un buen trabajo.
Con este discurso, una vez más, la culpa y responsabilidad recae en las manos
equivocadas. Y la idea es que si las cosas van mal es porque todos lo hacemos
mal o porque nos lo merecemos. Aunque este discurso es cínico y falso puede que
consiga adormecer a la población. Como consecuencia, la mayoría permanece
inmóvil ante subidas eléctricas, legislaciones laborales abusivas, corrupción,
etc. Si esa mayoría se movilizara, puede que las cosas cambiaran.
Así pues, la cuestión es que las grandes empresas y sus
dirigentes tomen conciencia de su abuso, o de que los gobiernos les paren los
pies. Para eso es necesario que nuestros representantes gobiernen defendiendo
los intereses de los ciudadanos, y no de las grandes empresas. Supongo que
pensar críticamente y elegir a los representantes adecuados, sí que es nuestra
responsabilidad.
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