Por Emir Sader
Público.es, 14/12/2015.
Desde que Ronald Reagan acuñó la frase “El Estado dejó de
ser la solución y se ha vuelto el problema”, se ha ido agudizando la lucha por
el Estado. Para minimizarlo o para hacer que siguiera asumiendo un rol activo
en la economía y en la sociedad.
A partir de ese momento, el Estado se ha posicionado como un
aspecto crucial en los debates. Fue puesto en tela de juicio y responsabilizado
por la inflación, la ineficiencia de los servicios públicos, la corrupción, el
drenaje de los recursos de las personas mediante impuestos y todo lo negativo
que ocasionar en la sociedad. Como contrapunto, se ha pasado a exaltar a la
empresa como una iniciativa dinámica; de igual forma que a los empresarios como
los nuevos héroes de la economía, con biografías y autobiografías.
Esta es la forma en la que se asumió la polarización
público-mercantil en la era neoliberal. El Estado pasó a ser víctima de las
campañas que actuaban en su contra por su capacidad de regulación de la
economía, por su poder de afirmar y garantizar los derechos sociales de todo el
mundo, por ser el sujeto de políticas externas soberanas y, por personificar la
nación y los proyectos nacionales.
El Estado mínimo pasó a significar mercado máximo o
centralidad del mercado, que recuperaba su vieja calidad por acaparar los
recursos a través de su mano invisible. La recuperación de la democracia
liberal frente a la crisis del socialismo ayudaba a la recuperación del
liberalismo económico. Una pareja perfecta que pretendía protagonizar el happy
end de toda la polémica creada.
Los Estados latinoamericamos, en particular, fueron
destrozados por la avalancha neoliberal. Las empresas estratégicas pasaban en
tan sólo una semana de ser patrimonio público —en manos del Estado— a ser
patrimonio privado, a menudo de empresas extranjeras. Los derechos conquistados
mediante duras y prolongadas luchas populares han sido abolidos de repente. Se
echó por la borda la dignidad nacional debido a las políticas de subordinación
nacional de gobiernos y entidades financieras internacionales.
Surgieron posiciones de rechazo del Estado por parte de
algunos sectores populares, a favor de la sociedad civil y sumándose también,
en la práctica, a las posiciones liberales en un frente anti-estatal. Pero
estas posiciones fueron perdiendo fuerza, hasta volverse, prácticamente,
intrascendentes, dejando en manos de la derecha estas posiciones contra el
Estado.
Desde entonces, el Estado ha recuperado el prestigio, ya que
los gobiernos latinoamericanos lo han rescatado para desarrollar políticas sociales
que han sido reivindicadas por los mismos candidatos de la derecha. Al mismo
tiempo, la profunda y prolongada crisis económica en el capitalismo fue
producida por un mercado sin control. Tanto es así que la derecha no ha podido
seguir avalando el mercado. Sin embargo, lidera la idea del intervencionismo
económico en el Estado y de ahí, nace la corrupción.
La disputa por el Estado, para la izquierda, no es
simplemente para rescatar el Estado tal cual se encuentra, sino para fortalecer a las políticas sociales
y a los bancos públicos. Asimismo, sirve para afirmar proyectos nacionales,
para democratizar el proceso de formación de la opinión pública, para apoyar
las políticas culturales de carácter pluralista y, en última estancia, para
desarrollar un discurso democrático, público, popular y soberano.
Los que descalifican al Estado aún, quieren apropiarse de él
para actuar en función de sus planteamientos y de los intereses de los que los
apoyan. Tratan de que sea un Estado mínimo para las grandes masas populares y,
por el contrario, un Estado rentista para las minorías.
De esta forma, la disputa no se produce por tener o no tener
el Estado, sino por la naturaleza social y política que este implica. A favor
de algunos y de sus intereses.
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