Por Juan
Barredo-Zuriarrain y Javier Moreno
Zacarés
Público.es, 28/12/2015.
La economía es cíclica; las fases de crisis suceden a las de
crecimiento y viceversa. Generalmente, a esta dinámica le acompaña un
movimiento similar en los niveles de deuda: en recesión, familias y empresas
buscan reducir los niveles de la deuda que adquirieron en la fase de
crecimiento, y tras haberse desendeudado, resulta más fácil volver a empezar
una nueva fase de crecimiento. Esta premisa inicial no debe ser interpretada,
en ningún caso y menos para la economía española, como un llamado a la
resignación, a esperar a que se den las condiciones para volver a crecer. Todo
lo contrario, hay mucho margen para aliviar la crisis desde las políticas
públicas, aún dentro del corsé de la Eurozona.
Llegada la situación de crisis, las dos grandes líneas de
actuación más frecuentemente demandas son, 1) la activación del gasto público
para sostener el consumo y la inversión productiva y 2) el salvamento del
sistema financiero. ¡Ojo! Las ayudas multimillonarias a los bancos realizadas
en el caso de la crisis española no pueden ser, en ningún caso, consideradas
como métodos eficaces para salvar el sistema financiero. Un programa sólido de
asistencia tenía que haber integrado a empresas y familias – llegando a aplicar
programas de quita de deuda – y a las mismas administraciones públicas, cuyos
títulos de deuda estuvieron sometidas a fenómenos de especulación de grandes
inversores privados. Además, la asistencia con dinero público a los bancos
tenía que haberse acompañado por una condicionalidad sobre el tipo de
operaciones financieras permitidas, reorientando la actividad bancaria al
financiamiento de actividades productivas estratégicas.
Nótese que, desgraciadamente, desde aquí no planteamos estas
dos líneas de acción desde una perspectiva de justicia social o de lucha contra
la desigualdad, ni siquiera ‘progresista’ en su sentido más genérico. Asumiendo
que la balanza de fuerzas está en nuestra contra, las alternativas aquí
formuladas son perfectamente compatibles con un enfoque conservador, centrado
en aliviar, no en trascender, la crisis del sistema capitalista. Pues bien, a
pesar de la existencia de tales alternativas, el Gobierno ha optado por
convertirse en el alumno aventajado de la Troika y esperar, sin resultados
aparentes, que las drásticas reducciones de salarios conviertan a España en una
potencia exportadora.
Desde hace unos meses los discursos cercanos al poder
inciden en que la economía nacional ha vuelto a la senda del crecimiento
gracias al empuje del consumo y la inversión internos. Tal realidad estadística
ya es suficiente para que alguno se lance a pronosticar una nueva etapa de
crecimiento para España, una luz al final del túnel. Sin embargo, hay un
elemento que nos hace desconfiar de tales vaticinios: la todavía altísima carga
de deuda que soporta la economía española tras años de financiarización. Tal carga
hace que cualquier episodio de crecimiento en los próximos años sea altamente
vulnerable.
La resaca de una
España financiarizada
El fenómeno de financiarización afecta de múltiples formas a
las economías nacionales. Aquí sólo señalaremos un elemento: todos los sectores
– empresas, hogares, sindicatos y en menor medida las administraciones públicas
– han incrementado fuertemente su participación y sus posiciones en mercados
financieros.
Así, entre los años 1994 y 2008 la cantidad de pasivos de
los residentes españoles se quintuplicó. Este crecimiento fue especialmente
intenso en los años de burbuja financiera, cuando era corriente pedir
financiación para comprar activos con la esperanza de que se reevaluasen con
rapidez. Si a principios del año 2000 el pasivo acumulado representaba 25 veces
el PIB trimestral, en 2009 este ratio se elevaba al 43. El sector que mejor
representa esta evolución es el empresarial, que entre 2001 y 2008 triplicó el
dinero debido en forma de préstamos. Pero incluso los hogares – sector
institucional históricamente ahorrador – incrementaron en la misma proporción
el valor de los préstamos a largo plazo contraídos con las sociedades
financieras también entre 2001 y 2008.
Desde el comienzo de la crisis, con la actividad económica
ralentizada, no han bajado de forma significativa los niveles de deuda
existentes. Además, a pesar de que el volumen total de pasivos no aumenta,
debido a la caída del PIB en los últimos años, su carga relativa sí lo ha
hecho, dejando a la economía española en una situación especialmente
vulnerable, donde las dificultades puntuales de algunos agentes para reembolsar
sus deudas pueden provocar un efecto en cadena. El resultado sería asomarnos,
de nuevo, al precipicio del caos financiero y la crisis en términos de
crecimiento.
A esto hay que añadir, por último, la fuerte dependencia de
la economía española hacia el capital extranjero: desde la entrada en el Euro,
al menos la quinta parte de la financiación de los residentes españoles
proviene del resto del mundo. Cualquier episodio de salida de capitales haría
aumentar los tipos de interés, haciendo inviables muchos de los proyectos de
inversión y consumo planeados o ya iniciados. La fragilidad persiste en la
economía española.
Alternativas de
futuro
Recordando que este artículo obvia completamente la
dimensión social y se limita a analizar los riesgos de la deuda en el
crecimiento futuro español cabe preguntarse ¿cuáles son las alternativas en materia
de política económica para continuar con las cifras positivas en términos de
PIB? Dentro de este marco caben tres posibles caminos.
El primero consiste en negar las tensiones existentes con el
objetivo de asegurar, al menos temporalmente, una estabilidad financiera que
permita iniciar una nueva dinámica de endeudamiento sobre la vieja deuda
acumulada. Lo ‘ideal’ sería incluso alentar la formación de una nueva burbuja
financiera, facilitando el proceso de endeudamiento-inversión para que estimule
a todos los sectores. Pero de este camino lo único que cabe esperar en el largo
plazo es una crisis con niveles de deuda acumulados mayores a los actuales.
El segundo camino, con mayor potencial que el primero,
consistiría en gestionar una reducción coordinada de los niveles de deuda con
programas de quita, tanto para el sector público como para el privado. Seguido
a esto, el consumo interior debería ser impulsado por aumentos en los salarios
y no por la deuda privada.
El tercero es un programa más ambicioso todavía (si bien aún
conservador). Estaría orientado a evitar que en el futuro se sucedan periodos
de fuerte crecimiento con periodos de profunda crisis. En este sentido, se debe
recuperar el debate en torno a una reforma que probablemente ha sido la gran olvidada
estos últimos años: una más estricta regulación financiera. Asumiendo que las
entidades financieras tienen un rol central en las economías capitalistas, el
intento de reorientar sus operaciones hacia sectores productivos estratégicos
no debe ser considerado en absoluto una aspiración revolucionaria. Al
contrario, tal reforma, es para las clases dominantes, un imperativo en pro de
mantener el sistema económico del que se benefician.
Por supuesto hay otros caminos pero, por hoy, se salen del
mapa.
Disponible en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario