Por Emilio de la Peña
Contexto.es,
24/08/2018.
Pocas veces muestran los empresarios más preocupación por
los ciudadanos que cuando se habla de impuestos. Sobre todo, si han escuchado
que los impuestos se los pueden subir a ellos, no a los ciudadanos en general.
En cuanto el Gobierno de Pedro Sánchez anunció que pretende que las grandes
empresas paguen, en el Impuesto de Sociedades, como mínimo el 15 por ciento de
lo que ganan, la patronal advirtió de la preocupación que les invadía: si se
suben los impuestos a las empresas va a ser difícil cumplir con la subida de
salarios pactada con los sindicatos, avisaron los dirigentes de la CEOE. El
argumento, escuchado con distanciamiento, es infantil, pero lleva ya muchos
años dándoles resultado, porque cada vez pagan menos a Hacienda. En 2017
pagaron a la Agencia Tributaria un 48 por ciento menos que en 2007, a pesar de
que sus ganancias fueron mayores que hace 10 años. Además, es falso eso de que
afecte a los costes de producción. El Impuesto de Sociedades se paga por lo que
ha ganado la empresa, una vez realizados todos los gastos de producción e
ingresado todo el dinero de sus ventas. Si una empresa ganara menos porque
aumentaran sus costes de producción, pagaría menos a Hacienda.
Los banqueros también se ven afectados por ese sentimiento:
padecen por los ciudadanos si les suben a ellos los impuestos. Si ponen a los
bancos un pequeño tributo para costear gastos sociales, como el de las
pensiones, se va a resentir su aportación a la creación de empleo y el
crecimiento de la economía. La frase parece sacada de cualquier espacio de
humor. En los últimos diez años, los bancos han despedido al menos a 86.000
trabajadores y la sangría continúa. El Santander, por ejemplo, se cargará este
año a 1.100 empleados del Banco Popular, que adquirió por la importante suma de
un euro. Esto en una primera tacada: tiene programado otro ERE para el año que
viene. Bankia ya ha acordado despedir a otros 1.600 trabajadores. En fin…es
difícil seguir la cuenta. Esto, mientras los bancos recibían casi 60.000
millones de dinero público, de los que la grandísima mayoría no recuperará el
Estado. Son sólo dos pequeños detalles de cómo los bancos han contribuido a la
creación de empleo y al crecimiento.
No sé si esta ha sido la mejor manera de empezar a escribir
sobre los impuestos. Lo he hecho para exponer la reacción de los más afectados
por el debate sobre la necesidad de que los que apenas contribuyen al
sostenimiento de los gastos públicos lo hagan de una vez. Para mantener y
fortalecer el Estado de Bienestar no basta con proclamarlo. Hay que costearlo
con impuestos. De dos maneras. La primera es obvia: que se recaude dinero
suficiente o casi. Eso no ocurre. España es uno de los países de la zona euro
donde la presión fiscal es más baja, lo que significa que se pagan menos
impuestos en relación a la renta que se genera cada año. Y la segunda afecta a
los grupos a los que antes me refería: que se redistribuya el dinero generado
en el país, como medio para reducir las desigualdades. Es decir que los que más
tienen, más aporten. Ahora ocurre al revés.
Vamos con la insuficiencia recaudatoria. Lejos de lo que se
supone, España es uno de los países de la zona euro donde el volumen de dinero
recaudado con los impuestos es más bajo en relación con el Producto Interior
Bruto, PIB, es decir, con el dinero que se gana cada año. De 19 países, el
nuestro ocupa el puesto número trece. Todos los impuestos y las cotizaciones a
la Seguridad Social suman el 34 por ciento del PIB. La media de la eurozona
recauda el 41 por ciento. Podría pensarse que los que más presión fiscal sufren
son los países cuya economía es más débil y su crecimiento menor. Pero es al
contrario. Ningún país potente de la zona euro recauda menos que España. De
hecho, los que están por debajo del nuestro en presión fiscal son estados
pequeños y con nivel de bienestar más bajo.
Los que más recaudan son también los que más dinero público
por persona destinan a gasto social, con la excepción de Irlanda, cuya
recaudación es la más baja, o Grecia, obligada por la Unión Europea a subir los
impuestos a los ciudadanos y al mismo tiempo a recortar el gasto social. El
gasto social por habitante es en España la mitad que en Francia, Alemania,
Holanda o Bélgica. Lo mismo ocurre con las pensiones, cuyo gasto por habitante
es en España un 54 por ciento más bajo que en Francia u Holanda y un 41 por
ciento menor que en Alemania, Italia o Bélgica. Para justificar el aumento de
impuestos a empresas y bancos, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez,
afirmó que tenemos un Estado social de primera con un sistema fiscal de
tercera. No es del todo cierto: estos datos nos dicen que tenemos un Estado
social de segunda, como mucho, con un sistema fiscal de tercera.
¿Quién puede preferir pagar pocos impuestos a costa de tener
escasos servicios públicos? Pues bien mirado, si atienden a su interés
personal, los que ganan mucho y no necesitan de gran parte de los servicios
públicos, como la sanidad o la educación: se los pueden pagar ellos. Eso ocurre
en la mayor parte de los países atrasados. Es una forma estrecha y
cortoplacista de entender la economía, y contribuye a la desigualdad. Por
injusto que parezca, puede ser una postura en la vida cuando esta es acomodada.
Pero no se explica que políticos, que dicen trabajar por el interés de todos,
apoyen ese principio de pocos impuestos. Estoy pensando en Albert Rivera. ¿Por
el interés de quién mira? Se abre el debate de que hay que subir los impuestos
a las empresas, a los bancos y a los que más ganan, y el líder de C’s responde
que los españoles ya pagan muchos impuestos. ¿También las empresas, los bancos
y los ricos? Veamos. Escudriñamos los tres
grandes impuestos de este país: el IRPF, el IVA y el Impuesto de Sociedades, el
que les toca pagar a empresas y bancos. Es un ejercicio fácil de hacer con los
datos extraídos de la Agencia Tributaria. Es posible comprobar cuál es el
porcentaje de impuesto que se paga en cada uno de ellos, en relación a lo que
ganan los ciudadanos o las empresas. No el tipo impositivo teórico o nominal,
sino el tipo impositivo real, el tipo efectivo.
Es con el IRPF con el que se paga más. El tipo efectivo, es
decir el porcentaje de todo lo que se recauda anualmente con él en relación a
la renta del conjunto de los ciudadanos, fue en 2016 del 12,3 por ciento. Pero
el esfuerzo fue claramente mayor por los ingresos del trabajo, el 15,5 por
ciento, que por lo ganado con inversiones, es decir, con la venta de acciones,
o de casas, con dividendos o intereses de deuda o depósitos o con la ganancia
por alquiler de viviendas o locales. Son las rentas de capital, que puede tener
todo el mundo, pero que tienen en mucha mayor medida los más ricos. Su tipo
impositivo fue sólo del 9 por ciento. Es la primera diferencia que vemos entre
lo que se tributa por trabajar y lo que se tributa por disponer de riqueza.
El IVA es el segundo impuesto donde más se paga por
contribuyente y el que más ha subido durante la etapa de los ajustes. Lo subió
Zapatero y lo subió más aún Rajoy, que prometió que no lo haría. Es el impuesto
más injusto, más regresivo, porque aporta más, en relación con su capacidad
económica, quien menos tiene. Por ejemplo, suponemos dos personas. Una gana
3.000 euros al mes. Otra 1.000. Las dos van a una tienda y compran cada una un
ordenador, por el que pagan 500 euros. Además, cada una deberá abonar un IVA
del 21 por ciento, es decir, 105 euros. La primera, la que gana 3.000 euros,
habrá tributado el 3,5 por ciento de su salario. La segunda, la que gana tan
sólo 1.000 euros, tributará en cambio el 10,5 por ciento. Un vistazo a las
cifras reales indica que el tipo efectivo total del IVA, es decir, lo que se
recauda con él en proporción a la renta total de los hogares, es del 11 por
ciento. Si comprobamos los datos de 2010, los últimos disponibles diferenciados
por niveles de renta, resulta que el 20 por ciento de los hogares más pobres
paga un tipo efectivo con el IVA del 11,5 por ciento, y que el 20 por ciento de
los hogares más ricos paga un tipo de casi la mitad, del 5,6 por ciento. Es el
premio a su alto nivel de vida.
El caso más escandaloso viene ahora. El Impuesto de
Sociedades, el que pagan las empresas, no ha hecho más que bajar desde 2007,
momento en que el Gobierno de Zapatero les agració con una rebaja fiscal, a las
que siguieron otras del Ejecutivo de Rajoy. Se invertiría así más, argumentaban
sus defensores, lo que contribuiría a crear más empleo. El resultado lo conoce
todo el mundo, ni más inversión, ni más empleo, sino todo lo contrario. Ahora
tienen un tipo nominal del 25 por ciento, frente al 35 que tenían en 2006.
Pero, aplicadas las innumerables deducciones, se queda tan sólo en un tipo
efectivo, lo que de verdad se paga en relación a lo que se gana, de tan sólo el
10,2 por ciento. Esto, el conjunto de las empresas. Los grandes grupos
empresariales, los que más ganan y los más poderosos, pagan el 6,1 por ciento.
Increíble, pero cierto. Entre esas grandes corporaciones figuran lógicamente
los bancos. No acaba ahí la cosa. En la declaración del impuesto puede ocurrir
que tengan más cosas para desgravarse de las que les permite un solo año. Por
ejemplo, porque hayan registrado pérdidas en un ejercicio, o porque, como los
bancos, hayan tenido que destinar mucho dinero a provisiones, es decir, a
cubrir la caída del valor de algunos de sus activos. Eso que no se dedujeron
pueden guardarlo para el futuro. Son los llamados créditos fiscales. Acumulan
así una cuenta con Hacienda, pero a favor de las empresas. En la actualidad, el
conjunto de las empresas del IBEX acumula créditos fiscales que se acercan a
los 100.000 millones de euros. Es como si fuese dinero que les debe Hacienda y
que podrán utilizar un día para el pago de sus impuestos. Encabezan la lista
los grandes bancos: Santander, BBVA, Bankia y La Caixa, que, junto con el
Sabadell, totalizan 65.000 millones. Esos que se sienten alarmados porque el
Gobierno quiere imponerles un impuesto especial, cuya recaudación sería de unos
1.000 millones anuales. El año pasado, por cierto, ganaron más de 18.000
millones de euros.
Se entiende ahora que empresas y banqueros se sientan
preocupados por España, ante la perspectiva de que les vayan a subir a ellos un
poco los impuestos. Esperemos que esa preocupación no contagie al Gobierno… Por
la igualdad social y el Estado de Bienestar.
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