Por Javier Guillenea
Diario Vasco,
17/08/2018.
Hubo un tiempo en el que trabajar en un banco no solo era
una actividad envidiada sino que también estaba bien visto. Buenos sueldos,
tardes libres y créditos casi sin intereses eran tres razones poderosas que
despertaron incontables vocaciones hacia el mundo de las finanzas. «Yo era
feliz en el banco cuando entré. El trabajo era cómodo y estaba muy bien pagado.
Además la gente te apreciaba porque les solucionabas los problemas».
El donostiarra Jesús María Cañas, 'Txus', comenzó a trabajar
en 1981 en un banco. Con los años llegó a ser director de una sucursal en
Trintxerpe, donde conoció los buenos tiempos: «había años en los que daba
créditos a manta. Todas las visitas eran para pedir dinero». Y también los
malos, «cuando te venía llorando un cliente con su mujer y los niños».
'Txus' tiene ahora 60 años y se prejubiló hace tres. Ya no
se muerde la lengua. Es su condición de pensionista la que le permite
desahogarse; porque lo suyo es un desahogo. Al primer atisbo de pregunta
empieza a hablar a borbotones de la banca que ha sustituido a la tradicional,
la que conocía por su nombre a los clientes y hasta los atracadores sonaban de
vista a los empleados. En la nueva banca, asegura, »están todos machacados».
«Tener labia»
El proceso es bastante conocido. Con la crisis económica y
el cierre del grifo de los créditos todos los bancos se vieron obligados a ser
cada vez más agresivos para mantener sus beneficios. Comenzaron a sacar al
mercado productos de riesgo como fondos de inversiones, aportaciones
subordinadas o las tristemente famosas preferentes. «Eran productos difíciles
de entender por el cliente y, además, si se lo explicabas todo no se vendía»,
admite 'Txus'.
Los empleados de banca se convirtieron de la noche a la
mañana en vendedores de ofertas casi milagrosas y altamente beneficiosas para
los compradores. «Por ejemplo, si el banco saca un fondo, te manda el folleto,
te lo lees y si eres gracioso te compran ese fondo, no hay más. Si vas a vender
seguros de vida te dan un cursillo no presencial y listo. Es como vender
crecepelos, necesitas tener labia, ser un charlatán. La dinámica es vender sí o
sí».
No hay término medio. Se trata de cumplir con los objetivos
fijados por las altas instancias de las instituciones financieras. En la nueva
banca quien no vende está condenado al fracaso. Y si vende puede que también;
depende de lo que hagan las sucursales de los alrededores. La consigna es
colocar el producto. «Tú no puedes opinar, lo tienes que vender te guste o no.
Muchos comerciales ni siquiera creen en el producto que ofrecen a sus
clientes», afirma Jesús María Cañas.
No creen pero no tienen más remedio que disimular y
enfrentarse a la disyuntiva de revelar o no toda la letra pequeña al cliente
porque, como dice 'Txus', «si dices que una preferente es a perpetuidad, ¿a
quién se la vas a vender?». «Si no vendes, cada día vas a casa y le das vueltas
a lo que no has hecho. Te pones a pensar en qué explicación vas a dar a la
mañana siguiente en la videoconferencia, sabes que el banco no se plantea que
tu objetivo no se puede cumplir». La presión continua lleva a muchos a la
disyuntiva de «hacerlo bien o mal». Hay quien no duda. «Siempre hay alguien que
vende más y no se sabe por qué. Igual es que engaña».
Esta carrera constante hacia el paraíso de los beneficios
tiene sus consecuencias sobre unos empleados que «trabajan de ocho de la mañana
a siete de la tarde y continúan trabajando en casa». «La presión del banco no
acaba nunca. Da igual que hayas sido el mejor comercial alguna vez, lo que se
mide es lo último que haces». El resultado es que «hay directores que vuelcan
su rabia sobre sus compañeros y estos sobre otros», en una cadena en la que
«todos machacan a todos». En este ambiente no es de extrañar que, según 'Txus',
abunden las depresiones. «Hay directores que han pedido la baja y están con
psicólogos, pero por cada uno que coge una baja hay otros dos que no se atreven
a hacerlo».
Antes de empezar a trabajar en Trintxerpe Jesús María Cañas
estaba muy ligado al barrio, a cuyo equipo de fútbol ha entrenado durante
muchos años. Era más conocido por el deporte que por la banca hasta que la
crisis comenzó a hacerse notar. «Muchos de mis clientes empezaron a tener
dificultades para pagar. Hasta ese momento los directores hacían lo que les
daba la gana pero eso había cambiado. Yo conocía a aquellas personas y no podía
solucionar sus problemas, por eso pedí el traslado. No aguantaba más».
Lo destinaron a una sucursal de Irun, donde se dedicó hasta
la jubilación a la tranquilidad de la gerencia de empresas. Atrás quedaron los
tiempos en los que las tripulaciones de los barcos hacían cola en la ventanilla
para cobrar en metálico su salario y en los que bastaba con dar un par de
detalles para que la Policía supiera quién había sido el que les había atracado
esa vez. Todos se conocían en el barrio.
Los atracos
«Un día de Santo Tomás estábamos con el bocata de txistorra
en el archivo cuando un tío con un abrigo austriaco marrón llamó a la puerta.
Cuando le abrí sacó una recortada y detrás apareció un hombre pequeño con un
pasamontañas». Lo curioso del caso es que mientras uno ocultaba su rostro como
un auténtico profesional, el de la escopeta iba a cara descubierta. «A mí me
sonaba de vista, de verle por el barrio», afirma 'Txus'. Por supuesto, no
tardaron mucho en ser detenidos.
Otro día el atracador entró tan rápido que nadie se percató
y tuvo que golpear una mesa para que se fijaran en él. En esa ocasión pudo
ocurrir una tragedia porque el encargado de la caja se quedó bloqueado cuando
el ladrón le ordenó que abriera la puerta. «Yo le decía que abriera, que le iba
a matar, pero él no se movía. Cuando lo hizo, el otro le metió dentro y le dio
una paliza».
Tras los atracos llegaron los vigilantes, algunos más
peligrosos que los propios atracadores. «Tuvimos uno que cuando cerraba el
banco sacaba la pistola delante de nosotros, apuntaba al aire y decía '¡pum!,
muerto'».
Nada fuera de lo normal en aquellos tiempos. En todo caso,
nada que le quitara el sueño. «Los días que me atracaban estaba tenso pero
podía dormir», recuerda 'Txus'. El cambio llegó después, cuando la banca mudó
de rostro. «Dejé de dormir», dice.
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