Por Paco Rodríguez de
Lecea
Nueva Tribuna.es, 07/08/2018.
«El sector financiero proclama que forma parte de la
economía, pero no es verdad. Es algo externo, un parásito.» Lo dice Michael
Hudson, economista a contrapelo. No es una idea peregrina, es algo que todos,
expertos y no expertos, podemos advertir a simple vista. Los expertos, sin
embargo, prefieren no verlo. Miran a otra parte, detectan brotes verdes en
algún lado, nos aseguran con énfasis que no hay alternativa. «Es
ciencia-ficción, viven en un mundo paralelo en el que todo el mundo paga sus
deudas», comenta Hudson.
El resultado: la economía enflaquece, la banca engorda.
Tenemos organizaciones que vigilan un orden mundial impuesto por la banca: el
Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial. Vivimos en el delirio
financiero; nunca tantos habíamos debido tantas penurias a la acción de tan
pocos.
Todo empezó cuando la economía productiva y la economía
financiera, que se suponía formaban parte del mismo orden “natural” de las
cosas, intercambiaron sus papeles. La economía productiva era la locomotora que
tiraba del tren. A las finanzas, que entonces tenían la connotación de
públicas, se les atribuía el papel de control, de amortiguador o de freno, para
evitar las tremendas sacudidas de los ciclos económicos. En algún momento a
alguien se le encendió la bombilla de la privatización de la banca. Se supuso
que una banca privada fuerte sería más capaz de asignar sensatamente los recursos.
Que las finanzas ilustradas serían la nueva locomotora de la economía,
dirigidas por algoritmos infalibles.
Este ha sido el resultado de la gigantesca operación. La
intervención de las entidades globales en las jóvenes economías africanas ha
sembrado el mar de pateras; su asesoramiento a las naciones europeas y
americanas ha hecho retroceder la democracia, impulsado los populismos,
exacerbado las desconfianzas y los rencores duraderos, disparado la corrupción.
«El sector financiero ha tomado el control de la economía, y
la oprime hasta asfixiarla,» afirma Hudson. La banca ha provocado ya la mayor
crisis de la época aún incipiente de la globalización. El remedio impuesto por
los expertos ha sido reflotar la propia banca mediante préstamos a fondo perdido.
En un mundo amenazado por la espada de Damocles de la Deuda, la banca se ha
constituido como único deudor insolvente impune.
Y sigue engordando sus activos. Vamos de cabeza a la
siguiente crisis global.
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