Por Costas Lapavitsas
El Salmón
Contracorriente, 10/05/2015.
(Costas Lapavitsas ha sido el principal economista de la
Corriente de Izquierda dentro de Syriza antes de la salida/expulsión de los
críticos de esa organización. Es profesor de Economía en la School of Oriental
and African Studies de la University of London y miembro del Research of Money
and Finance. En este artículo resume sus tesis prinicpales sobre la
“financiarización”, que ha desarrollado en profundidad en su libro “Beneficios
sin producción. Cómo nos explotan las finanzas” recientemente publicado en
castellano por Traficantes de Sueños.)
“Financiarización” es una palabra rara, pero captura uno de
los aspectos más importantes del capitalismo contemporáneo: durante las ultimas
décadas, el sector financiero ha crecido de forma extraordinaria hasta llegar a
dominar la economía.
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Algunos consideran que el ascenso de las finanzas es
resultado de políticas gubernamentales. No hay duda de que en EEUU, el país que
mejor ejemplifica la financiarización, la desregulación llevada a cabo por el
gobierno ha beneficiado a Wall Street. Sin embargo, el fenómeno de la
financiarización está tan extendido a nivel global que merece una explicación
más compleja. Sin duda, es más lógico pensar que las políticas de los gobiernos
han favorecido a las finanzas una vez ciertas tendencias sociales y económicas
ya habían convertido a la financiarización en una realidad.
La “financiarización” se entiende mejor como un gran
desplazamiento en el desarrollo del capitalismo que empieza en la década de
1970 y se ha desarrollado poco a poco en los últimos cuarenta años. Procede de
profundos cambios en la tecnología y en las formas laborales. Concretamente, se
ha producido una revolución en las telecomunicaciones y la informática, que no
ha conseguido mantener un crecimiento sostenido de la productividad por razones
que todavía no se conocen en profundidad. Al mismo tiempo, el trabajo se ha
intensificado y el empleo se ha precarizado, mientras crecía enormemente la
desigualdad salarial. En este contexto, la esfera de la producción en los
países desarrollados anda a trompicones mientras la esfera de las finanzas está
inflada. Este desequilibrio marca el capitalismo contemporáneo.
Estos cambios subyacentes han llevado a tres tendencias
características de la financiarización, perfectamente visibles en EEUU. En
primer lugar, grandes empresas no financieras, por ejemplo, grandes compañías
automovilísticas o del petróleo, se han “financiarizado”, esto es, obtienen
sustanciales beneficios de operaciones financieras y se han independizado
relativamente de los bancos, ya que cuentan con amplios recursos para financiar
sus inversiones. Al contrario de lo que a veces se imagina, la financiarización
no conlleva que los grandes bancos dicten órdenes a los grandes negocios; lo
que sí sucede es que tanto los grandes bancos como las grandes empresas están
más implicados en actividades financieras, sin que esto se traduzca en
relaciones de dominio entre ellos.
Como consecuencia, los grandes bancos ya no centran su
modelo de negocio en el préstamo de dinero y la provisión de servicios financieros
a empresas no-financieras, sino sobre todo en transacciones en los mercados
financieros y en los préstamos y servicios a personas y familias.
Por último, las unidades domésticas también se han
“financiarizado”, están totalmente expuestas a instituciones financieras
formales (bancos, compañías de seguros, otras compañías financieras) ya que los
préstamos, el ahorro, las pensiones, los seguros, etc., han crecido de una
forma sin precedentes en los últimos años. En la actualidad, los ingresos personales
son una fuente significativa de los beneficios bancarios.
La naturaleza histórica de esta transfomación es visible en
el crecimiento de los beneficios financieros en las últimas décadas. El gráfico
muestra los beneficios alcanzados por instituciones financieras formales como
porcentaje del PIB en EEUU entre 1955 y 2015, que comprende sobre todo los
beneficios empresariales de las industrias nacionales. Estas cifras serían en
realidad todavía mayores ya que no se incluyen los bonus de los altos ejecutivos,
los beneficios financieros obtenidos por empresas no-financieras y otros. Pero
sin duda son reveladoras.
Desde el inicio de la década de 1960 hasta los primeros años
de la de 1980, los beneficios financieros supusieron una proporción estable del
total. La financiarización comienza en la década de 1970 y se desarrolla desde
el inicio de los años ochenta hasta los años dos mil. En estas dos décadas, el
beneficio financiero se dispara en relación con el total. Son años de burbujas
que terminan sistemáticamente en crisis financieras marcadas por la caída de
los beneficios financieros, como la “crisis de ahorros y préstamos” de finales
de la década de 1980 y principios de la de 1990. La tendencia alcista se
recuperó poco después.
No debería sorprendernos la pronunciada inestabilidad de la
financiarización. Las finanzas están relativamente desconectadas de la
producción, y cuando están suficientemente desarrolladas, tienden a crear
montañas de préstamos y deudas, obligaciones y contra-obligaciones, que solo
tienen una débil conexión con los procesos de creación de valor. Suele acabar
en un crash.
La crisis más profunda tuvo lugar sin duda en 2007-2009 como
consecuencia de la burbuja inmobiliaria de los años 2000 que trajo una enorme
expansión del endeudamiento de los hogares. La crisis produjo una catastrófica
caída de los beneficios financieros. La recuperación fue rápida pero, desde
2009, la proporción de las ganancias financieras se ha reducido ligeramente. La
gigantesca deuda contraída en la burbuja previa parece haber detenido la
financiarización, mientras que en EE.UU. la economía se ha atascado en un
(ahora habitual) estancamiento.
El camino que tome EE.UU. determinará en buena medida el del
resto de países. Tiene delante una oportunidad histórica para abandonar el
callejón sin salida donde se encuentra a través de un proceso de
“des-financiarización”, es decir, de re-equilibrar la economía a favor de la
esfera de la producción en relación con la esfera de las finanzas.
Para que esto suceda, no basta con regular Wall Street. Una
política pública integral tendría que hacer frente a las tendencias
características de la financiarización: fomentar que las empresas
no-financieras incrementen su inversión en actividades productivas y abandonen
las financieras, redirigir la actividad de los bancos hacia el sector
productivo de la economía y reducir la dependencia de los hogares de
instrumentos financieros complejos e intangibles.
Ninguna de estas acciones es sencilla y todas ellas
supondrían profundos cambios en las formas de vida, trabajo y estudio de la
población. Pero sin duda merece la pena.
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