Por José Precedo
El Diario.es, 03/10/2018.
La bomba estaba en un correo
electrónico que ni siquiera intentó disimular. El asunto se encabezaba como
"Confidencial" y en el texto el secretario del consejo de
Administración de Bankia, Enrique de la Torre, que dejaba el cargo, ilustraba a
su sucesor, Jesús Rodrigo, sobre las retribuciones en el órgano de gobierno de
la entidad.
El 1 de septiembre de 2009 el
directivo saliente detalló por escrito las dietas de 1.350 euros por asistencia
a cada reunión y reveló el secreto mejor guardado del banco: "Además,
tiene cada uno una tarjeta visa de gastos de representación, black a efectos
fiscales hasta ahora (no está nada claro que la nueva jefa de inspección
mantenga este criterio sobre todo teniendo en cuenta que Cipriano no conocía
los nuevos importes), de 25000 € anuales excepto su Presidente que tiene una
cobertura de 50000 €".
La publicación en eldiario.es de
ese correo electrónico el 13 de diciembre de 2013 provocó un cataclismo en las plantas nobles
del rascacielos de Plaza de Castilla, la sede de Bankia, en el distrito
financiero de la capital, que ya había sufrido la peor de las sacudidas año y
medio antes. En mayo de 2012, el Gobierno de Mariano Rajoy había decidido
nacionalizar el banco y enseñar la puerta de salida a un viejo conocido: el
expresidente del Fondo Monetario Internacional
y compañero de gabinete en los Ejecutivos de Aznar, Rodrigo Rato.
En el piso 18 de la torre un
gabinete de urgencia se conjuró para hacer frente a otra crisis de reputación:
tras el hundimiento de la entidad y el escándalo de las preferentes,
trabajadores, clientes y accionistas conocían que los gestores que habían
llevado al desastre al banco habían tenido barra libre para gastar durante años
en tiendas de lujo, restaurantes, salones de belleza y firmas de lencería. Los
extractos de las tarjetas de crédito hicieron palidecer a la nueva dirección,
encabezada por José Ignacio Goirigolzarri.
El banquero había aterrizado en
la entidad sin paños calientes: en las semanas posteriores a su llegada, en
marzo de 2012, destituyó al comité de dirección, al consejo de administración y
puso en la calle a 1.000 consejeros (todos los que estaban en la gestión y los
de las empresas participadas). Se desalojaron casi todos los despachos y se
remitieron 40 expedientes a la Fiscalía.
Fueron meses críticos en los que
había que tomar decisiones: la primera y más relevante, si el nombre de la
entidad resistiría tanto descrédito. 2.000 sucursales lucían todavía la vieja
cartelería de la caja de ahorros que dio origen al banco y a la salida a Bolsa.
Las imágenes de Rodrigo Rato tocando la campana que anunciaba el comienzo de la
cotización estaban en todas las televisiones. Los mismos diarios salmón que lo
erigieron en autor del milagro económico español lo habían bajado de repente a
los infiernos.
Goirigolzarri, un reputado
economista licenciado en Deusto, que había sido vicepresidente de Telefónica y
Repsol, y consejero delegado del BBVA, empezó a programar encuentros con
empleados del banco para establecer un diagnóstico: desde el escalafón más bajo
a los puestos directivos se sentaron a la mesa con el nuevo presidente, que
pidió sinceridad a los suyos. Entonces fue cuando supo de la verdadera gravedad
del asunto. Un testigo presente en esas reuniones relata así lo sucedido:
"Un trabajador contó que no se atrevía a decirle a los taxistas que
trabajaba en Bankia, que cuando tenía que acudir a las oficinas centrales,
pedía que le dejasen en el intercambiador de Plaza de Castilla", una
estación intermodal que se sitúa al otro la de la calle, con paradas de bus y
metro. Otros siguieron con anécdotas similares: que si no se atrevían a decir
en las reuniones de amigos y familiares donde trabajaban, que si todo eran
malas palabras cuando salía el tema del banco...
Cuentan los que le conocen que Goirigolzarri
se quedó impresionado. La dirección decidió que antes de lanzar cualquier plan
de comunicación hacia fuera, primero había que animar a los 4.500 de la casa.
Se planificaron acciones para recuperar la moral de la tropa. Y después llegó
su famosa campaña pidiendo perdón: "Empecemos
por los principios".
Los nuevos anuncios llamaron la
atención: una entidad bancaria pagando publicidad para hacer autocrítica, para
contar "a los clientes y a la sociedad" y hacer propósito de
enmienda: empezar a gestionar desde la "integridad". A pesar de esta
publicidad, las consecuencias más duras
las pagaron los trabajadores. Los planes de reestructuración anticipaban
soluciones "dolorosas". Dolorosas para la mitad de la plantilla, que
acabó en la calle.
Cuando la imagen empezaba a
recuperarse a finales de 2013 y Bankia anunciaba beneficios, un balance saneado
y sacaban a la luz un plan para devolver a la sociedad los 22.424 millones de
ayudas públicas que mantuvieron con vida al banco (hasta ahora ha devuelto 2.863
millones), llegaron los titulares sobre las black. Y fue volver a empezar.
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