Por Cristina Monge
Infolibre.es, 22/10/2018.
Por mucho que hablemos sobre la enorme crisis de
representación que estamos atravesando, parece que los que toman las grandes
decisiones no acaban de entender que esto de la democracia se basa en la
confianza, en una disposición a la delegación en el bien entendido de que es
para el bien común.
De todas las piezas del establishment contra las que se alzó
la indignación, dos fueron especialmente relevantes: los representantes
públicos y la banca. "No nos representan" y "No somos mercancía
en manos de banqueros" fueron dos de los lemas más gritados. Los primeros
lo han comprobado viendo cómo el sistema de partidos surgido de la Transición
saltaba por los aires dando lugar a un nuevo escenario, cuya consolidación está
por ver. La segunda, al parecer, ni lo entiende ni está dispuesta a ello.
Significaría asumir que el sistema financiero no siempre gana, al menos no
siempre lo gana todo. Supondría creer que es posible repensar el capitalismo y
un nuevo estado de bienestar.
La sentencia del Supremo que, corrigiéndose a sí mismo,
declara que el impuesto de actos jurídicos documentados han de asumirlo los
beneficiarios de obtener tal garantía, es decir, los bancos, es altamente
significativa. Se une a la nulidad de las cláusulas suelo, a la denuncia de
prácticas irresponsables a la hora de vender productos financieros de riesgo, o
al asunto aún pendiente en el TJUE sobre el índice IRPH que se utiliza para
calcular cuánto nos hipotecamos. Si a esto le unimos que, a diferencia de lo
ocurrido en otros países, y según el Banco de España, podemos dar por perdidos
más de 60.000 millones de euros de ese rescate a la banca que el gobierno de
Rajoy prometió recuperar, no nos debería extrañar que el descrédito del sistema
financiero vaya en aumento.
Como todo sistema, cada movimiento en uno de sus elementos
tiene repercusiones en el resto. Y esta vez ha sido nada menos que el poder
judicial quien ha salido al rescate de los bancos, en una nota insólita,
anunciando que revisará su decisión "por la enorme repercusión económica y
social" de la sentencia. Sin entrar en el fondo del asunto, el mensaje que
se está enviando a la sociedad es claro: la banca siempre gana, aunque sea a
costa de minar, aún más, la confianza de la ciudadanía en el propio sistema
judicial, que hace años que se sitúa en los niveles más bajos de la Unión
Europea.
La orquesta sigue tocando como si la famosa desafección no
existiera, y si bien es cierto que hoy no hay tiendas de campaña en la Puerta
del Sol, esto no quiere decir, ni mucho menos, que se haya recuperado la
credibilidad en nuestro sistema democrático. Decisiones como estas son un duro
golpe a la línea de flotación de quienes intentan que el barco siga navegando.
A diferencia de la indignación que acampó en nuestras plazas
y, desde posiciones demócratas -con un amplio espectro ideológico-, canalizó el
descontento y el descrédito, lo que hoy emerge en Europa y asoma en España es
un movimiento de nueva extrema derecha xenófoba que, valiéndose de ese
descrédito, intenta hacer suya la reacción contra el sistema. Y lo hace con
discursos como el abanderado por Salvini, "No pienso en una Europa sin
reglas, sino en invertir en el trabajo, en la felicidad, no en esclavos. Marine
y yo estamos recogiendo el legado social de la izquierda, que traicionó sus
valores. Defendemos al precario que la izquierda ha olvidado. En el PD o el PSF
hay más banqueros que obreros". El cinismo no tiene límites, pero el
populismo de la derecha sabe jugar bien sus bazas. Salvini pronunciaba estas
palabras unos días antes de recibir la carta de Moscovici en la que se le
anuncia el rechazo de la Comisión Europea a los presupuestos italianos por no
respetar los límites de gasto. La campaña electoral europea a la extrema
derecha le llega hecha desde Bruselas.
En las puertas del Parlamento Europeo se anuncian
conferencias sobre el peligro que puede suponer la victoria de Bolsonaro en
Brasil y exposiciones sobre las consecuencias del nazismo en Europa. Mientras,
a la nueva extrema derecha le ponen en bandeja los argumentos para que abandere
el movimiento contra el austericidio. Ahora habrá que contra-argumentar,
desmentir y dejar en evidencia muchas de sus falsas proclamas, pero el marco
del debate les viene regalado. Se pueden encontrar muchos paralelismos con
otros momentos históricos, y discutir hasta qué punto son aplicables a nuestros
días o no, pero de algo tenemos certeza: siempre acabaron mal.
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