Por Iván H. Ayala
Diario Público.es,
27/06/2013.
Gregory Mankiw es uno de los
economistas más conocidos e influyentes hoy en día. Trabaja para la Universidad
de Harvard, y fue presidente del consejo de asesores económicos de George Bush
y asesor económico de Mitt Romney. Además tiene numerosas publicaciones
académicas y su libro de texto de introducción a la economía se estudia en
todas las universidades del mundo. Acaba de publicar un borrador de un trabajo
académico llamado En defensa
del 1%, erigiéndose en algo así como en un rompeolas de las oligarquías
internacionales. En él se defiende que la diferencia de renta entre diferentes
grupos sociales se debe a la diferencia de talento, de forma que las personas
más “inteligentes” tienen más probabilidades de tener éxito económico y por
tanto de pertenecer a ese 1%. Pero va aún más allá, defendiendo que estas
diferencias pueden llegar a ser genéticas (11% concretamente). De esta forma,
si tenemos la suerte de nacer en una familia del 1%, tendremos grandes
posibilidades de continuar perteneciendo a ese estrato social, porque
heredaremos la inteligencia de nuestros padres. Como suena.
Aún así, Greg Mankiw tiene que
reconocer que el 1% ha incrementado la velocidad de enriquecimiento en las
últimas décadas. Pero esto se debe, según este reputado economista, a la brecha
salarial creciente entre trabajadores cualificados y no cualificados, de forma
que ese 1% pertenece a la clase adinerada por estar más cualificado y ser más
inteligentes e ingeniosos. Si en las últimas décadas el debate académico acerca
de la desigualdad se centró en las diferencias educativas entre los
trabajadores, la historia está empezando a cambiar. Para explicar lo que
está pasando en la distribución de la renta, se necesita entender la generación
de beneficios y quién posee el capital
como apuntaba Krugman en su blog.
Mark Blyth en Austerity: the
History of a dangerous idea nos cuenta cómo justo antes de que las bolsas
y activos entraran en la burbuja de las “punto com” a finales de los 90, los
inversores buscaron activos “no correlacionados”, esto es activos cuya
evolución no estuviera relacionada con la evolución bursátil. Se dirigieron de
forma masiva al sector inmobiliario para asegurar sus inversiones en bolsa, de
forma que si el valor de éstas últimas caía sería compensado por las otras. En
el proceso los precios en el sector inmobiliario incrementaron de manera
espectacular, 70% en EEUU, y 170% en Irlanda por ejemplo. El sector
inmobiliario se entendía no solo no correlacionado con la evolución de los
valores bursátiles, sino no correlacionado dentro del sector mismo, de forma
que el precio de las casas de una región no tenía por qué estar relacionado los
precios en otra región.
Por si esto fuera poco, además se
utilizó de forma masiva la colateralización, esto es, trocear los títulos y
juntar pequeños trozos de hipotecas de Colorado, con pequeños trozos de
hipotecas en el estado de Nebraska. De esta forma se pagaba a los que poseían
estos títulos compuestos con diferentes tipos de interés en función del mayor o
menor riesgo del tramo que hubieran suscrito. Parecía que efectivamente si ya
de por sí los precios del sector inmobiliario no estaban correlacionados,
trocearlos y mezclaros entre sí reduciría todavía más su correlación. A
mediados de los años 2000, había escasez de este tipo de activos pues debido a
los intereses que pagaban y a la supuesta seguridad que ofrecían, la demanda
había sido muy grande. Para superar esta situación se empezaron a emitir cada
vez más activos compuestos con los famosos NINJA (No Income, No Job and
Assets), hipotecas colateralizadas con las ganancias de eBay, con las propinas
de los camareros o simplemente con activos prefrabricados a escala masiva de
forma incontrolada.
Las ganancias que se generaron
durante este periodo por parte de los directivos, CEOs, de estas compañías
fueron cifras récord. Por ejemplo en 2008 se estimó que las cinco mayores
compañías financieras estadounidenses estaban pagando 39.000 millones de
dólares en bonus en 2007 mientras algunas de ellas, como Merrill Lynch, perdían
7.800 millones. O el caso de AIG que recibió 180.000 millones de dólares en un
plan de rescate, mientras por otro lado pretendía repartir 165 millones de
dólares a los gestores de su departamento financiero con más problemas.
Parece entonces que lo que el eminente economista conservador apunta, no se
cumple en el sector financiero, pues esas cifras récord se dieron en un sector
que ha causado la mayor crisis de la historia del capitalismo con unos costes
financieros y sociales incalculables.
En realidad trocear diferentes
activos y unirlos en uno, lejos de reducir el riesgo lo aumenta porque aquellos
activos cuya evolución no tenía relación, al juntarlos en un solo título, los
correlaciona automáticamente. Si la retribución estuviera en relación con el
talento, se esperaría que éste estuviera relacionado con el éxito. Sin embargo,
dada la evolución del sector, este flagrante error de interpretación debería
haberse traducido en salarios negativos, es decir, los CEOs de las empresas
financieras hubieran tenido que pagar miles de millones por ello. El resultado
es justamente el contrario, al sector financiero le han sido otorgados miles de
millones para sanear sus errores. No hace falta ser Nóbel de economía para
atisbar que la interpretación del eminente e influyente economista Mankiw no
tiene nada que ver con la realidad, sino que más bien es un ejercicio de
ideología al servicio de las oligarquías que están drenando recursos de la
economía productiva y con ello generando paro, desigualdad y pobreza.
La transferencia de capital que
se ha producido en los últimos 30 años hacia el sector financiero parece
haberles concedido un poder desmesurado. Concretamente, en un trabajo del FMI
(“Por un puñado
de dólares”) se muestra cómo la industria financiera que más ha
gastado en lobby, es precisamente aquella que más ha participado en el proceso
de titulación bancaria, y la que ha tenido un crecimiento de sus carteras más
rápido. Es más, se encuentra evidencia de que aquellas áreas donde más han
actuado los lobbies, más tasas de delincuencia se han dado. Además la
influencia política de la industria financiera ha contribuido a la crisis
financiera mediante la permisividad en la acumulación de riesgo. El lobby o
grupo de presión busca modificar la legislación en favor de su actividad
productiva, pero es que justamente como señalan los autores del trabajo, entre
1999 y 2006 en EEUU “el 93% de todas las propuestas de ley que promocionaban
una regulación más estricta nunca llegaron a convertirse en leyes”. Por
ejemplo, el ejecutivo mejor pagado el año pasado, fue John H Hammergren, de la
farmacéutica McKesson, que cobró 131 millones de dólares.
Por otro lado, esta empresa gastó 2,418,977 de dólares en actividades
relacionadas con el lobby.
Pero además Mankiw hace una
selección políticamente interesada de los estudios acerca de las desigualdades.
Dado que la actividad legislativa de los gobiernos está claramente influida por
el poder de los grupos de presión, no parece descabellado pensar que ha
contribuido a generar desigualdades mediante las modificaciones de la
legislación laboral en favor del empresario, en contra de la negociación
colectiva o erosionando los salarios mínimos, como afirma Hungerford. Tampoco hace
referencia a lo que se ha dado en llamar “Winner-take-all politics” término
acuñado por los politólogos Hacker y Pierson para ilustrar el hecho de que la
creciente desigualdad nada tiene que ver con la “preparación” sino con factores
políticos. Esto apoya la tesis de Dean Baker, en su libro The
Conservative Nanny State donde se explica cómo los
conservadores utilizan el estado para enriquecerse. Más que estar en favor del
libre mercado, utilizan esta expresión para designar un régimen en el que la
actividad legislativa está al servicio del enriquecimiento de la clase
dirigente.
No, Greg Mankiw no hace economía,
sino que utiliza sus conocimientos en este campo del saber humano en favor de
una parte de la población, cosa por otro lado perfectamente respetable. Lo que
no es de recibo es que se presente como algo aséptico, objetivo y económico.
Sería deseable que se dejara de presentar la economía como una ciencia
“natural” heredera del positivismo lógico del siglo XVIII, desinfectada
de subjetividades e ideologías políticas, algo que incluso ha desaparecido en
las ciencias exactas como la física o las matemáticas. Las diferentes ideas
económicas tienen diferentes resultados en términos de distribución de renta y
por tanto de poder. La economía ortodoxa, la neoclásica, de la que se deriva la
ideología neoliberal, la que enseña Mankiw y todas las facultades de economía
del mundo, está diseñada contra la mayor parte de la población. Es hora de
dejar la economía y empezar la econoNuestra.
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