Por Juan Felipe Carrasco
Nueva
Tribuna, 18/05/2018.
Prácticamente 2.000 millones de
personas utilizan más del 50% de sus ingresos para adquirir alimentos (en las
regiones más pobres esta cifra aumenta al 60-80%). Por lo tanto los efectos de
la subida de los precios alimentarios han sido y siguen siendo devastadores.
Los alimentos quedan fuera del alcance de inmensas capas de población,
incluidas las propias personas productoras. Las cifras de la Organización
Mundial para la Agricultura y la Alimentación (FAO) señalan que en 2015, el número
de personas hambrientas en el mundo es de unos 800 millones de personas y que
este número aumentará si no cambiamos el modelo que produce esta situación.
Existe un consenso generalizado: la
causa que explica el incremento dramático del precio de los alimentos es la
especulación financiera. El Parlamento Europeo ha admitido que los movimientos
especulativos financieros son los responsables de casi el 50% del aumento del
precio de los alimentos. Recordemos que la entrada en el mercado de derivados
financieros basados en productos alimentarios, por parte de poderosos
inversores, ha sido posible gracias a la liberalización, a partir del año 2000,
de las normas en los mercados de derivados financieros de materias primas.
Es frecuente que se transmita a la
sociedad a través de los medios de comunicación y los estamentos políticos que
el hambre, y las crisis alimentarias en general, tienen un origen en el propio
sector terciario: malas cosechas, tecnologías anticuadas, falta de cultura,
cuestiones meteorológicas adversas, falta de capacidad de almacenamiento, etc.
Pero lo cierto es que el hambre, si bien
los mencionados factores tienen su influencia, depende fundamentalmente de
otras cuestiones ajenas a todo ello y que tienen que ver mucho más con el papel
de las grandes entidades financieras, la tolerancia política e institucional
frente a las grandes estrategias especulativas, las políticas de desregulación
agraria o el papel de las grandes multinacionales del agronegocio, que
comercian con las producciones a escala global, el almacenamiento y la
retención privados a gran escala, los mercados de futuros, la deforestación y
el monocultivo, el creciente acaparamiento de tierras, la dependencia del
petróleo, la actividad de los grandes intermediarios como el sector de la gran
distribución, la estructura de precios... que con la cantidad de alimento producido.
Y esto tiene unas implicaciones
inmensas: el hambre no se solucionará únicamente desde perspectivas técnicas y
tecnológicas, sino políticas. No se trata de aumentar los rendimientos, sino de
permitir las técnicas agrícolas que han “funcionado” durante milenios, los
sistemas productivos diversificados y que otorgan resiliencia ante las
adversidades. No se trata de introducir capital financiero en el mundo agrario
sino de permitir que la estructura de precios sea justa, que las decisiones
sobre cuánto, cómo y dónde comercializar las producciones recaigan sobre las
personas que producen el alimento, otorgándoles independencia y soberanía. No
se trata de convertir el paisaje, los alimentos y los medios de producción en
mercancías, sino de garantizar el acceso a estos como derecho fundamental y
universal...
Desde la instauración en las últimas
décadas de la globalización capitalista y el consecuente desmantelamiento de
las políticas agrarias y alimentarias, el empobrecimiento es inherente al
sistema mundial alimentario, instaurado siguiendo las recetas del Banco Mundial
y del Fondo Monetario Internacional.
El elemento más importante que
incide en los precios de los alimentos básicos es la especulación financiera.
Todo movimiento en las Bolsas de Chicago, Londres o Hannover, donde se negocian
contratos de futuros sobre cereales y oleaginosas, tiene repercusiones globales
sobre el precio y la disponibilidad de los alimentos. En los próximos capítulos
se aborda la especulación alimentaria desde todas sus facetas, tanto desde la
perspectiva histórica como la situación actual: el acaparamiento directo
(almacenar y mantener fuera del mercado grandes cantidades de producto), la
especulación en los mercados de futuros (compra y venta de contratos de futuro,
independientemente de que estos contratos se materialicen) o la ingeniería
financiera (instrumentos y mecanismos financieros cada vez más complejos).
Se abordarán también otros temas
relacionados, como la cuestión de los precios de los alimentos. Las
organizaciones agrarias y campesinas denuncian que los precios percibidos por
quienes producen los alimentos no reflejan el valor real ni los costes de
producción, y que el precio pagado por quienes consumen esos alimentos son
desproporcionados con respecto a lo percibido por quienes los producen. Se
describen herramientas como el Índice de Precios en Origen y Destino (IPOD),
que sirve para explicar la desconexión entre los precios en origen y en
destino, que en algunos productos llega a alcanzar el 900%.
Por último, la especulación
alimentaria forma parte de un concepto más general que es la penetración de las
finanzas y el capital en todos los ámbitos de la producción alimentaria (el
capital financiero y la especulación están cada vez más presentes en todos los
recursos naturales imprescindibles para la producción de alimentos: agua, aire,
tierra, etc). Esta forma de privatización (que pretende pasar al ámbito privado
los bienes de dominio público como la Naturaleza) se lleva a cabo por una parte
a través de los tratados de libre comercio y por otra a través de la financiarización
de la Naturaleza.
Disponible en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario