lunes, 28 de mayo de 2018

La burbuja inmobiliaria ha llegado, con los bancos en el lado oscuro


Por Rafael Esparza
Hispanidad, 19/05/2018. (Extracto)

Basta echar un vistazo al mercado de vivienda en España y comprobar los movimientos y precios del alquiler o de las casas -nuevas o de segunda mano-, para constatar que los peligros de una nueva burbuja inmobiliaria no son una invención de irredentos precavidos, sino prueba de una realidad.

El itinerario, ¡qué cosas!, es el mismo que la primera burbuja, aunque no se han medido aún las consecuencias. Básicamente, consiste en jugar con un bien necesario para convertirlo en instrumento especulativo, a la caza, naturalmente, de suculentos beneficios. El protagonismo, una vez más, se los reparten los fondos de inversión de toda índole, sobre todo oportunistas y buitres.

Son los mismos fondos que llevan años sobre el terreno -comprando carteras de vivienda o suelo a precios bajos- o de nueva hornada, más reciente, que se han articulado a través de las socimis (una fórmula con el fin de cotizar con ventaja) para desembarcar finalmente con los mismos activos en la bolsa, nutriendo, dicho sea, la última fase de una espiral especulativa.

No deja de ser paradójico que este fenómeno arrancara en los años 2013 y 2014, precisamente sobre las exequias de la burbuja anterior. Al fin y al cabo, la fiebre del ladrillo o la crisis posterior de las subprime -y la financiera, después- dejaron demasiado maltrechos a los bancos y para salir de la UVI han ido colocando desde entonces esos activos tóxicos a precios de ganga. Por eso están en el lado oscuro.

La prueba de la nueva burbuja, la bis, está en todos los frentes: sectoriales -nada escapa al frenesí, desde la vivienda, la promoción o el alquiler, las oficinas o los centros comerciales-, empresas, bancos y hasta la propia Sareb, el banco malo que gestiona los activos procedentes de la reestructuración bancaria, que también ha entrado en el mismo juego. Y también, cómo no, la bolsa, con una retahíla de socimis.

Significativo ha sido, esta misma semana, que la gestora inmobiliaria Haya Real Estate, que depende del fondo buitre americano Cerberus, haya paralizado, por segunda vez, su salida a bolsa (a dos días de la fecha apuntada y con el folleto aprobado desde el 25 de abril), lisa y llanamente porque no iba a conseguir el dinero que se proponía para colocar su cartera de viviendas.

No ha sido por las razones de otra gestora que tal baila, Azora, que se ha escudado en la OPA lanza por otro fondo, Blackstone, sobre otra socimi, Hispania, la misma con la que el filántropo George Soros se ha forrado y por eso ha vendido su parte.

Las razones de Haya Real son que el momento no lo aconseja. O sea, que los analistas le han dicho que mejor no, que espere. Ergo, buscará otro momento. A ver, si no: ¿qué mejor vía que la bolsa para quitarse de encima todo lo que ha reunido a un precio ridículo sobre el valor real?

Haya Real, dicho de otro modo, está en la última fase, de la que Soros ya se ha fugado. Y para entenderlo, basta saber que va de la mano de Cerberus, uno de los fondos más especulativos, y con un financiero al frente, Juan Hoyos, ex hombre fuerte de McKinsey, compañero de pupitre del expresidente Aznar o del ex presidente de Telefónica Juan Villalonga. Pero no es el único. Es un hombre experimentado, en fin.

La lista es larga. Pongan a un lado a los fondos, con figuras destacadas, como Blackstone, Cerberus, Apollo, BlackRock, Lone Star, Golden Tree, KKR, Castlelake, Walterfall y un largo etc.

Añadan después a los bancos, necesitados de soltar activos problemáticos para sanear sus balances, presionados también por el BCE de Mario Draghi. Ahí están todos, grandes y pequeños. Entre los primeros, Santander, que comparte su cartera de 30.000 millones con Blackstone; BBVA, que ha vendido a Cerberus 13.000 millones en activos adjudicados; Bankia, que ha encomendado a Haya Real Estate la gestión de sus activos valorados en 5.400 millones de euros, etc. Y también pequeños, como Liberbank, que este viernes daba un paso más para deshacerse de activos problemáticos a través de un acuerdo con Golden Tree, como ya hizo con Haya Real Estate o Bain Capital.

Sumen, por último, promotoras como Quabit, con García Paramés, el mago que enfadó a Entrecanales; las socimis que pueblan la bolsa, con grandes, como Merlin Properties e Ismael Clemente, el gran asalariado de la propiedad inmobiliaria y, de nuevo, un largo etc.: Axiare, Hispania, Neinor Homes, Aedas.

Es el último eslabón del puzle que completa la doble burbuja, inmobiliaria y bursátil, aunque los analistas prefieren hablar, más que de burbujas, de oligopolios financieros. Claro que todo encaja para comprender, a su vez, que el mercado inmobiliario toque récords de inversión (ocurrió en 2017 y se repetirá con creces este año), mientras saltan las chispas en las subidas de precios.

Afecta a la compraventa, que se ha encarecido un 4,3% hasta abril, y especialmente al alquiler, un 7,6% más caro, lo cual plantea, naturalmente, un doble problema de acceso a la vivienda. El fenómeno se repite mientras la banca se ha ablandado en las condiciones para firmar hipotecas (hasta el 100% del precio), aunque los sueldos para cubrirlas no hayan subido, ni de broma, en las mismas proporciones.

El ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, mientras, niega la mayor. O lo que es lo mismo: dice que de burbuja, nada, y que el sector inmobiliario ya tiene aprendida la lección de los errores de la primera burbuja. Eso sí, ha admitido que el Gobierno estudia medidas para evitar los abusos en el alquiler. O se da prisa o llegará tarde.

Eso y nada es lo mismo, porque a los fondos de inversión y a sus gestores les da lo mismo con tal de obtener grandes rentabilidades, a costa del comprador, que podrá pagar o no. Los fondos paquetizan los activos y los ponen en bolsa.

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