Por Ernesto Ruiz
Ureta
Nueva Tribuna.es,
06/05/2018.
Hoy en día se especula con todo, tener más dinero para vivir
mejor y poder alcanzar los lujos que tienen los millonarios es una de las
pasiones que poseen al ser humano. Se hacen millones de transacciones
informáticas intentando comprar barato y vender caro sin necesidad de producir
nada, ni prestar ningún servicio. El dinero ficticio, aquel que cambia en
apuntes contables, en apuntes de ordenador, en bits, cambia de manos sin
descanso, inflando burbujas que generan más dinero creado de la nada, sin
ningún respaldo económico. Así el mundo se está convirtiendo en el paraíso de
la especulación y la especulación en el gran pecado de la vida en sociedad, de
la humanidad.
La especulación, especialmente la financiera que tiene como
consecuencia la financiarización de la economía, hace que vivamos en un mundo
de desigualdad y de injusticia que contribuye a que aquellos que buscan
aprovecharse de las debilidades de los demás sean los que más recursos tienen
para vivir mejor y aquellos que realizan el esfuerzo de producir bienes y
servicios para el consumo básico de todos los ciudadanos sean los que vivan de
forma precaria e insegura.
Para aquellos que especulan no importa que la economía real
disminuya a favor de una economía improductiva y acaparadora de los medios de
pago. No importa que el PIB se descalabre por una pendiente abrupta, siempre
que ellos tengan el derecho que otorgan los medios de pago ganados especulando,
el derecho a poder comprarlos. Y no sólo a comprar a los bienes y servicios
escasos que generen los demás, sino también, a comprar a los propios
trabajadores y a recortar, para apropiarse, de sus medios de pago.
La austeridad impuesta a consecuencia de la crisis iniciada
en 2007-2008, es, sin duda, la mejor estrategia para que aquellos con menos
escrúpulos consigan ahítos de avaricia sus objetivos aviesos. Es una austeridad
que sin duda ha propiciado la disminución de los resultados sociales, ha
evitado que gran parte de la población participe en la producción de bienes y
servicios y ha conseguido que la mayor parte de los ciudadanos puedan tener
menos posibilidades de adquirir los propios productos y servicios para reserva
de aquellos que espoleados por su inhumanidad buscan solo su interés.
Los movimientos especulativos no respetan ni siquiera a
países enteros, el gran volumen de las transacciones pueden arruinar las
monedas de países con gran poder económico. Y digo pueden, cuando en realidad
esto ya ha sucedido en varios países, Inglaterra, Estados Unidos, Grecia,
Tailandia, Indonesia, Malasia, Corea, etc., y en otros muchos ha revoloteado el
peligro por encima de los gobiernos y las cabezas de los ciudadanos. Pero, aún
hay más, hasta la política de los gobiernos elegidos por la ciudadanía (parte
de lo que denominamos el gobierno del pueblo: democracia) es dirigido por los
mercados altamente especulativos que hacen legislar de acuerdo a los intereses
de las élites con medidas impopulares y altamente dañinas para los ciudadanos.
Así, se han gastado grandes sumas en salvar a los bancos, a
las autopistas, a las eléctricas, etc., cuando sus poderosos administradores
seguían percibiendo retribuciones exorbitantes y en muchos casos especulativas,
olvidándose, sin embargo, de salvar a muchos ciudadanos que se balanceaban en
la cuerda floja del abismo, esto nos
muestra el gran pecado que la sociedad consiente y que sus gobernantes amparan.
En nuestro país se han blindado, mediante la reforma del artículo 135 de
nuestra Constitución, el pago de las deudas a los más poderosos y sin embargo
se ha abandonado a su suerte a muchos ciudadanos y se han cercenado derechos
adquiridos de la ciudadanía, como las pensiones, las retribuciones, los despidos, etc.
Nos dejamos guiar, tristemente, por aquellos que ostentan el
poder económico, aquellos que más medios de pago poseen. Olvidamos, no
obstante, que el capital y sus flujos son procíclicos. “Es decir, los capitales
salen del país en una recesión,
precisamente cuando el país más los
necesita, y afluyen durante una expansión, exacerbando las presiones
inflacionarias. Justo cuando los países necesitan los fondos del exterior, los
banqueros reclaman la devolución del dinero [1].” Este es el nacionalismo de
los que más tienen.
Pero, además, esta estrategia suicida está consiguiendo
cercenar el futuro de gran parte de nuestros jóvenes y de nuestra propia
sociedad. Nuestros jóvenes viven en un mundo distópico, en el que se les quitan
las ilusiones y posibilidades con las que se les educaron, y se les mantienen
en un mundo desgarradoramente competitivo, injusto y fomentador de la
violencia. Según las estadísticas oficiales parece que sólo les queda el paro,
la emigración o el suicidio.
Debemos tener muy en cuenta que las élites son siempre
extractivas y el sistema actual da pie a que especulando la extracción sea
mucho más eficiente y destructiva. En consecuencia, debemos ser muy sensibles a
la realidad que dolorosamente y de forma contumaz nos indica que las sociedades
muy desiguales no pueden funcionar de forma eficiente, ni son sostenibles a
largo plazo. Especular, para mí, es un gran pecado social, que deberíamos
expiar.
[1] Stiglitz, Joseph E. (2002:132). El malestar en la
globalización. Círculo de lectores. Santillana Ediciones Generales S.L.
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