Por Santiago
Rodríguez
Infolibre.es, 30/04/2018.
Cuando privatizaron las empresas públicas y mantuvieron en
sus consejos de administración a los mismos que las regentaban en el régimen
anterior, guardé silencio, pues me dijeron que era para fomentar la
competitividad y desregular las actividades económicas, puesto que así bajarían
los precios de la luz, el agua, el gas y el teléfono.
Cuando privatizaron la sanidad pública mediante diversas
fórmulas o modelos (Alcira, Madrid o sistema de conciertos), desprestigiando a
sus profesionales y dejando de invertir en infraestructuras y mantenimiento,
todo ello en nombre de la colaboración público – privada, no protesté, pues me
dijeron que gastábamos mucho en sanidad, que no había dinero suficiente para la
sanidad pública, que lo mejor eran los seguros privados, puesto que así se
fomentaba la sanidad como una oportunidad de negocio.
Cuando dejaron sin financiación a la enseñanza pública,
desmotivaron a los profesores y les desprestigiaron, diciendo que no tenían
autoridad y que tenían muchas vacaciones; o cuando favorecieron a los colegios
concertados y a las universidades privadas y realizaron políticas destinadas a
privatizar la educación pública, no me opuse, pues me dijeron que así se
estimulaba la excelencia educativa y alcanzaríamos los mejores niveles
educativos de Europa.
Cuando estaban vaciando intencionadamente la hucha de las
pensiones, asustando a la población con un futuro tenebroso, mintiendo sobre el
posible desarrollo demográfico e idealizando y propiciando la necesidad de que
la población ahorrase y contratase planes privados de pensiones, no acudí a las
manifestaciones, pues me dijeron que esas algaradas las hacía gente que no
sabía que las pensiones no correrían peligro.
Cuando privatizaron servicios sociales, como la dependencia,
o cuando privatizaron las residencias de la tercera edad, no hablé, pues me
dijeron que se trataba de un nuevo nicho de negocio para las empresas que
gestionan el servicio, a pesar de las condiciones de sus trabajadores y de las
malas condiciones en las que viven algunos residentes.
Cuando grandes empresas privadas de la construcción hicieron
obras públicas o se construyeron autopistas, que ahora habrá que rescatar, en
vez de ser ejecutadas por el Ministerio del ramo correspondiente o cuando se
realizaron obras faraónicas que no tenían ningún sentido, ni eran necesarias y
que actualmente no se utilizan, como ciudades de la justicia o aeropuertos, no
pronuncié palabra, pues me dijeron que favorecía el crecimiento y la actividad
económica a la par que creaba empleo.
Cuando se recalificaron inmensas extensiones de suelo para
ponerlo al servicio de las grandes constructoras, induciendo la especulación,
permitiendo los destrozos en la naturaleza y el paisaje, impidiendo la función
social del diseño urbano y haciendo crecer una inmensa burbuja especulativa, no
expresé desacuerdo, pues me dijeron que era necesario para hacer crecer la
economía, a pesar de que el resultado del estallido de la burbuja fue
desastroso para las clases populares.
Cuando se vendieron viviendas públicas a fondos buitres, no
manifesté indignación, pues me dijeron que no afectaría a las familias que
vivían en ellas, dado que sólo se trataba de un cambio de caseros; sin embargo,
cuando estas familias no pudieron pagar fueron desahuciadas.
Cuando privatizaron la vigilancia, la limpieza o el
mantenimiento de los edificios públicos, de las oficinas de las
administraciones públicas o de los aeropuertos, no dije nada, pues me dijeron
que había que liberalizar la economía, externalizando aquellos servicios que
eran más baratos si los hacían empresas privadas, a pesar de que nunca
mostraron los estudios comparativos que justificaran esa afirmación.
Cuando privatizaron los trabajos burocráticos que le
correspondían a la Administración Pública, mantuve silencio, pues me dijeron que
como la Administración no tenía suficientes empleados que pudieran hacer el
trabajo, era mejor la gestión privada de los servicios, pues las empresas
privadas eran más eficaces, mejores gestores y más baratas, que gastarse el
dinero en ofertar empleo público.
Cuando un día quise usar los servicios públicos, no había
oficinas públicas, ni empleados públicos que me pudieran atender ni ayudar,
porque ya era demasiado tarde.
Era demasiado tarde, porque por la vía de la privatización
no sólo se desguazaron los servicios públicos, sino que el dinero de las arcas
públicas que se traspasó a los beneficios de las empresas privadas sirvió para
enriquecer a unos pocos, permitir actividades fraudulentas y financiar de forma
irregular a algunos partidos políticos, en definitiva, para mantener e
incrementar la corrupción que habíamos heredado del régimen anterior y sostener
el capitalismo de amiguetes.
Era demasiado tarde, porque al privatizarse los servicios
públicos convirtieron el Estado de bienestar en Estado de caridad, de tal forma
que sólo unos pocos podían pagarse los servicios sociales de su bolsillo.
Era demasiado tarde, porque no comprendí que mientras que lo
público buscaba el bien común, lo privado únicamente buscaba el beneficio.
Era demasiado tarde, porque había aceptado, sin rechistar,
el triunfo del capitalismo de toda la vida.
P.D. Gracias a Martin Niemöller (1892-1984), por la
inspiración de su poesía.
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