Por Jordi Borja
Público.es, 14/’9/2014.
No acostumbro a usar el término casta.
No es fácil precisar sus contornos, incluye élites políticas y
económicas, poderosos y sicarios, mafiosos y bobos, delincuentes probados
y cortesanos aprovechados. Reconozco que ha servido para concretar
acertadamente a los responsables del enorme malestar existente desde finales de
siglo y agudizado no sólo por la crisis, también y sobretodo por la
arrogancia y los privilegios de una minoría que ha secuestrado el poder.
Gracias a Botín, que al emprender su viaje a la eternidad ha
enfocado a un conjunto informe de personajes siniestros unos y lamentables otros.
La casta se ha hecho muy visible, o por lo menos una muestra representativa de
la misma. Sí, la casta existe. Y forman parte de ella no solo los que les
corresponde estar, también los tontos útiles que se postran a sus pies.
Una caterva confusa de medios de
comunicación, casi todos controlados por los bancos, gobernantes o que lo
fueron y líderes políticos de colores supuestamente opuestos, financieros y
académicos, incluso algunos dirigentes sindicales, todos unánimemente aclamaron
al gran pequeño hombre, al pirata número uno de los financieros. Un delincuente
probado, promotor de la economía especulativa y corruptor de la vida pública.
Evasor de impuestos, estafador por medio de sus productos financieros,
deshauciador mediante contratos fraudulentos, causante de arruinar y enviar al
pozo de la miseria a decenas de miles de personas.
Pero Botín no me interesa. Ya
sabemos que los grandes enriquecimientos son casi siempre resultado de grandes
crímenes. Pero los Botines existen porque un magma de aprovechados y de
lacayos los apoyan, los sirven y los exaltan. Sí, la casta existe y va mucho
más allá de los banqueros. Gran parte de los ocupantes de las instituciones,
entre otros, forman parte de la casta.
Son raros los portavoces de
sectores de la vida política y con presencia en los medios de comunicación que
hayan expresado lo que la mayoría de los ciudadanos creemos que siente: un
indeseable menos. En las primeras horas solamente escuché o leí la única
declaración digna, la de Ada
Colau. Obviamente hubo algunas más. Y los medios públicos y
privados redujeron a mínimos este tipo de manifestaciones. Pero me parece
especialmente lamentable que diversos representantes políticos y sindicales que
se expresaron, que se consideran democráticos e incluso de izquierdas, cantaran
loas al banquero delincuente.
No debe sorprender la emergencia
de nuevos movimientos políticos que rechazan la política institucional. La
imagen que nos ofrece el escenario político oficial es el de una casta de
privilegiados y de su corte. Hay excepciones obviamente pero son mínimas o muy
discretas. Fenómenos de adhesión incondicional como la que se ha producido (no
es la única, recuerden algo similar con Samaranch), explican fenómenos
emergentes como Podemos o Guanyem Barcelona (Ganemos
Barcelona) y similares. O el movimiento popular catalán, de base ciudadana, al
que se han subido a la ola algunos de los partidos políticos, pero no PP
ni PSOE, los que hasta ahora se han alternado en la cúpula del Estado.
Los que no nos representan.
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