Por Enrique Mariño
Público.es, 17/09/2014.
Cuando llega el jueves, un
reguero de personas que "no reúnen el perfil propio de un inversor en
productos complejos y de alto riesgo", que diría un juez, bloquea el
tráfico de la Gran Vía. O sea, jubilados que han visto cómo sus ahorros de toda
la vida se esfumaban por arte de magia negra de las preferentes de Caja Madrid.
Así lleva tres años Elvira
González (Hoyo de Pinares, 1945), que luce con resignación el cartel
que cuelga de su cuello: Bankia Fraude. ¡Somos ahorradores, no inversores! Ella
sí que podría encajar en el perfil del humilde trabajador que vive de una magra
pensión y tiene sus pocos cuartos a plazo fijo, por lo que pueda pasar el día
de mañana: pagar un geriátrico, echarle una mano a un hijo necesitado, hacer
frente a un imprevisto... Hasta que a finales de 2011 estalla el escándalo, los
medios se hacen eco y Elvira le pregunta a su marido: "Oye, ¿no tendremos
eso nosotros? Y, efectivamente, lo teníamos".
Es una protesta canosa que parte
de una sucursal junto a la Puerta del Sol y sube hacia la arteria comercial de
la capital para reclamar algo de atención en una ciudad que no para. La
policía, al rato, los confina en un carril, donde vagan como almas en pena.
"No hay derecho que nos hagan esto después de trabajar toda la vida",
se escucha al paso de la santa compaña de los estafados. "Hay que llevar a
la cárcel a estos ladrones, que no se vayan de rositas".
Elvira no fue a la escuela y, a
los quince años, dejó su pueblo de Ávila para servir en Madrid. Luego cosió
para una tienda día y noche, "sin seguro ni nada", con el objetivo de
darle una educación a sus hijos. Uno falleció y el otro lleva siete años
emigrado en Holanda. "Es científico, pero no puede volver porque aquí no
hay trabajo". Las pocas horas cotizadas no alcanzaron para una pensión.
Vive con la jubilación de su marido, un antiguo trabajador de la Pegaso.
"Desde que nos casamos, fuimos metiendo los ahorros en la caja del barrio.
Hasta que nos los colocaron en preferentes, asegurando que el dinero estaba a
plazo fijo y lo podíamos sacar cuando quisiéramos".
Su caso no dista mucho del que
podrían desbullar los manifestantes engullidos por el horizonte de la Gran Vía.
"Gente mayor que ha perdido entre 40.000 y 60.000 euros", explica
Manolo, que ejerce como portavoz oficioso de la protesta, donde no están todos
los que son. "Hay gente estafada a la que le da vergüenza manifestarse o
que, incluso, se siente culpable", añade este funcionario de 53 años,
quien recuerda los tres pasos que decidió dar "el movimiento" cuando
se gestó. El primero, tener un único objetivo: recuperar el dinero. El segundo,
declararse apolítico: "Nos han engañado a los de izquierdas y a los de
derechas, a personas con y sin estudios, más o menos ricas". El tercero,
la lucha es pacífica, "con la ley en la mano".
Así, tras presentar una denuncia,
Elvira consiguió que un juez le diese la razón, aunque lamenta que el banco
recurriese la sentencia. Todavía no ha visto un euro de sus ahorros, que había
guardado fielmente para el día en el que la vejez se empecinase en ingresarlos
en una residencia. "Y con lo que rentaban, redondeábamos la pequeña paga
de mi marido y podíamos ir tirando", suspira antes de preguntarse:
"Si reconocen que nos han engañado, ¿por qué no nos devuelven el
dinero?".
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