Por Antonio Morales - Agüimes
El Diario.es,
09/09/2014.
A medida que pasa el tiempo se
pone de manifiesto de manera más nítida el beneficio que está reportando a las
élites esta crisis global que tiene a la economía como excusa. Seis años
después de precipitarnos a una situación de desdemocracia, miedo y pobreza, la
banca mundial (y, por supuesto, la española) hace cada vez más visible su poder
sobre los gobiernos del mundo. Seis años después de que una burbuja
inmobiliaria irresponsable y sin control y una política de préstamos insensata
que incentivaba el consumo privado endeudando a las clases medias y populares,
propiciara inyecciones de dinero público, inflaciones, crisis alimentarias,
energéticas, crediticias, de materias primas, etc, el sistema financiero pone y
quita gobiernos y decide las políticas públicas, movido puramente por la
codicia y sin ningún tipo de pudor. Campa a sus anchas y abre cada vez más
brechas sociales entre gobernantes y ciudadanía. La democracia, la justicia
social, el Estado de bienestar son, por supuesto, meras rémoras que no generan
sino molestias y obstáculos para sus prácticas mercantiles. Más allá de la
puesta al día de la norma que limita los riesgos de los bancos americanos y de
la última multa de 12.600 millones de euros a Bank of América por parte del
Gobierno de EEUU, que se suma a otros 85.000 a distintas entidades de ese país
en los últimos años, la banca mundial, amparada en la globalización sin
fronteras, sigue inmersa en la especulación, el control de la energía, los
alimentos, los recursos naturales, los medios de comunicación, los conflictos
geoestratégicos y la venta de armas, los fraudes sin ningún tipo de sanciones o
con suaves multas en algunos pocos casos (preferentes, falseamiento de las
cuentas de Grecia (Goldman Sachs), blanqueos de dinero y narcotráfico (HSBC),
paraísos fiscales, manipulación del Libor...), etc.
Sostienen los más reputados
economistas que a la banca no se le puede dejar caer, que sería el caos, aunque
EEUU no salvó a Lehman Brothers y no pasó nada. Pero aún siendo así resulta
inaceptable que todo el mundo salga de rositas, que nadie pague por sus
irresponsabilidades y que se ponga a los zorros a cuidar el gallinero. Y cuesta
aún mucho más aceptar sumisamente que se rescate a un sistema irresponsable y
se premie a sus directivos mientras se endeuda al Estado, se resquebrajen las
políticas públicas, se empobrezca a la población, se quiebren las instituciones
y se deje al albur del sistema financiero a millones de personas que no pueden
pagar sus hipotecas, sus alquileres, sus alimentos, sus medicinas... La
ciudadanía no solo tiene que soportar las consecuencias de unas prácticas
bancarias sustentadas en la avaricia sino que además tiene que renunciar a los
logros sociales y laborales alcanzados y tiene que aceptar sumisamente el
empobrecimiento de una parte importante de los hombres y mujeres de este país
porque "es la culpable de la situación ya que vivía por encima de sus
posibilidades".
Desde el año 2008 hasta la fecha,
los estados europeos han destinado más de 600.000 millones para rescatar a los
bancos que nos llevaron a esta situación y han colocado en lugares estratégicos
para administrarlos a individuos provenientes de las entidades bancarias
responsables del desaguisado (De Guindos, Draghi...). En España se han empleado
más de cien mil millones para sanear a los bancos y las cajas de ahorros
mientras aumenta la deuda del país en 300 millones cada día. Y al tiempo que la
deuda española ha superado el billón de euros y se acerca peligrosamente al
98,5% del PIB, lo que significa que ha aumentado en 29 puntos en los últimos
tres años del Gobierno de Rajoy, desde distintos frentes se vuelven a demandar
políticas de ajustes y recortes económicos, sociales, laborales... Y aparece en
estos días de nuevo Draghi, para calmar a las masas, con medidas que todo el
mundo recibe con alharacas. Y no es sino más de lo mismo. Nos vende la moto de
que se bajan los tipos de interés y se trata de solo un ajuste técnico sin
incidencia en la economía real; penaliza los ahorros y pone en marcha activos
inyectando dinero, pero seguirá dependiendo de los bancos el que circule. Y
para hacerlo posible aumenta una décima la penalización a la banca por retener
el crédito. Cosquillitas.
La situación es especialmente
paradójica. Al inicio de la crisis el sistema bancario español estaba
conformado por 45 cajas de ahorro y 15 bancos. Una parte importante entonces
estaba en manos públicas. Se había consolidado a través de las cajas un modelo
cercano, generador de confianza, reflexivo, sólido, implicado con la sociedad a
través de sus obras sociales... Era un patrón de banca pública que no cazaba
con un proyecto neoliberal tendente a crear un oligopolio financiero mundial.
Había que acabar con ella. Se les puso en bandeja la ocasión y ejecutaron una
maniobra perfectamente calculada. Y muchos lo advertimos en aquellos momentos.
Al rebufo de la burbuja inmobiliaria en la que entraron al trapo abandonando la
sensatez de siempre; de la irresponsabilidad de los partidos políticos
presentes en sus órganos, que las empezaron a utilizar como un instrumento muy
cómodo para financiarse y para medrar y pagar favores; de la complicidad de los
sindicatos, también faltos de financiación para sostener sus inmensos aparatos
sin afiliados, y de la laxitud de los supervisores públicos (mediatizados por
los partidos políticos) que no supieron o no quisieron controlar la situación,
nuestras cajas entraron en una deriva de precariedad extrema. Y empezaron
entonces con un baile de propuestas que nunca aportaron alternativas sólidas
para conseguir su salvación. Sin que los partidos responsables, los gobiernos
de las comunidades a las que pertenecían, el Banco de España, la Comisión
Nacional del Mercado de Valores, sus directivos (también en su mayoría, cuales
Blesa, al servicio de los partidos de turno) se interesaran por su defensa, las
obligan a fusionarse, a crear bancos filiales y a salir a bolsa, hasta terminar
malvendiéndolas al mejor postor hasta hacerlas desaparecer. Se las podría haber
rescatado, se las podría haber obligado a constituirse en entes regionales, se
las podría haber orientado hacia el modelo alemán, pero nada de eso sucedió, Y
los mismos que las pusieron a los pies de los caballos terminaron entregando,
saneadas con dinero público y a precio de saldo, su capital y su patrimonio
social al sistema bancario. Y, además, se ha consumado el latrocinio con casi
todo el mundo mirando para otro lado. Sin que los organismos de control, los
directivos (que iban abandonando el barco con indemnizaciones millonarias) o
los miembros de los consejos de administración asumieran sus responsabilidades.
Y entonces está sucediendo lo que
se preveía. Según un reportaje publicado en La Vanguardia el pasado 17
de agosto, firmado por Pablo Allendesalazar, como consecuencia de todo esto los
seis grandes bancos que operan en España controlan en estos momentos el 65% o
más del negocio. CaixaBank, Santander, BBVA, Sabadell, Bankia y Popular han
pasado de tener una cuota de mercado en el crédito del 46% en el 2010 al 67% al
cierre de marzo de este año. En los depósitos, el incremento ha sido del 38% al
65%. Y nos advierte que la concentración va a ir a más. Que aspiran a copar el
mercado en un 70% en dos o tres años, alcanzando una cuota del 90%. Quedarán
entonces siete u ocho bancos y habrán desaparecido más de medio centenar de
entidades y más de 15.000 sucursales con sus correspondientes trabajadores.
Estamos pues a las puertas de un enorme oligopolio bancario que controlará los
créditos a su antojo para hacer realidad la frase de Mark Twain que decía que
un banquero es un señor que nos presta el paraguas cuando hay sol y nos lo
exige cuando llueve; que controlará la deuda y la financiación de los partidos
políticos; que tendrá en sus manos la deuda del país y las políticas de
recortes y ajustes; que decidirá dónde se invierte y en que sectores; que se
hará dueño del control de las empresas, de la energía, de los transportes, de
los medios de comunicación; que empleará las puertas giratorias de las que
tanto saben las eléctricas, para instalar submarinos en la política y así
controlarla mejor... Menos política entonces, menos instituciones públicas y
más poder de la banca. El neoliberalismo habrá conseguido así reducir el Estado
y la democracia a la mínima expresión. Y adoraremos todos, a partir de ese
momento y en mayor medida que ahora, al oro del becerro.
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