Por Juan Torres
Público.es, 18/09/2014.
Todas las notas biográficas sobre
la nueva presidenta del Banco de Santander coinciden en señalar prácticamente
lo mismo: quien acaba de suceder a Emilio Botín con el mismo fundamento con que
se hereda una corona es una persona extraordinariamente preparada, muy
inteligente, culta y que conoce a la perfección los negocios de la entidad
financiera que va a presidir (casi lo contrario, por cierto, de lo que se decía
al principio de Emilito Botín).
Señalan igualmente que es
sumamente poderosa. Incluso, antes de acceder a la presidencia del consejo de
administración del Santander, una encuesta de la BBC la consideraba la tercera
mujer más poderosa del Reino Unido, después de la reina y de la ministra del
Interior. Ahora, ya encumbrada en el banco, la reconocen como la más poderosa
de España y de la banca mundial.
Es sin duda una mujer brillante,
que lo ha tenido todo a su alcance, aunque sin duda también a cambio de muchas
horas de trabajo y esfuerzo personal, y que posiblemente podría hacer o
conseguir igualmente todo lo que se proponga. Pero que parece tener por delante
un futuro muy triste.
Ha llegado al centro mismo del
poder desde el que podría desplegar todo tipo de influencias para tratar de
paliar gravísimos problemas sociales pero lo único que se propone, según
sus propias palabras en la primera asamblea de accionistas que ha presidido, es
seguir la estela de su padre, hacer que el banco siga ganando cada vez más
dinero.
Su futuro es triste, como
presidenta de una institución tan poderosa, porque es triste convertirse en una
mera expresión de los “espíritus animales” que según decía Keynes mueven la
conducta que sostiene al capitalismo. Porque es triste la vida que se
deshumaniza para responder solo al afán de lucro y para responder
exclusivamente a la querencia de la que se jactaba el banquero Juan March: “A
nosotros -decía- lo que nos gusta es ganar dinero, no tenerlo”.
Es triste que una persona tan
inteligente, tan bien educada y tan poderosa no busque en un mundo tan dañado
como este en el que vivimos otra cosa que hacer que su banco gane cada día más
dinero sin mencionar cómo va a ganarlo y, por tanto, sin preocuparse sobre la
forma en que se está dispuesto a incrementar la cuenta de resultados. Que le dé
lo mismo que para ganar más dinero se recurra a paraísos fiscales y se sorteen
por doquier las leyes y normas fiscales, que se pongan en marcha auténticos
bancos a la sombra, que se engañe a los clientes, que se tenga que estar
continuamente esquivando a la justicia (aunque sea por la vía de comprar a
políticos y jueces para poder disimular lo que hay detrás de los negocios), que
en lugar de considerar el dinero del que se dispone como la sangre esencial con
la que puede funcionar una economía productiva y mejor se utilice como un fin
en sí mismo, o mejor dicho, con el único fin de que el banco tenga más dinero
cada día, para seguir ganando más a cada instante y solo eso. Que para ser cada
día más rico se haga creer que se impulsa el saber y la difusión del
conocimiento, teniendo en nómina a docenas de rectores y académicos, cuando al
mismo tiempo se impide que circulen los libros si estos son críticos o desnudan
las vergüenzas que hay detrás de la banca de nuestros días, como ocurrió, entre
otros, con El Poder o El
botín de Botín, de Josep Manuel Novoa, en los que se muestra
con detalle de dónde viene la riqueza y el poder de los banqueros de postín,
para qué se utiliza o a qué procedimientos se recurrió, sin ir más lejos, para
fabricar el agujero de Banesto y quedárselo a precio de saldo.
La nueva presidenta del Santander
lo ha dejado claro. No hay sitio para los sentimientos. Ni una palabra sobre
los miles de personas que han perdido sus viviendas en manos de los bancos,
sobre los parados o sobre los que cada vez tienen menos ingresos para que los
acumulen personas como ella. Ni un segundo para otra preocupación que no sea la
de engordar la cartera. La influencia, el poder, la inteligencia, el saber
hacer, la experiencia de todo lo que ha pasado, la frustración, el desengaño y
las pérdidas de miles de clientes y el sufrimiento de millones de personas que
padecen la crisis que la banca ha provocado no significan nada para ella pues,
según afirmó, se propone simplemente mantener “la trayectoria de éxito”
mantenida por su padre. Nada más para los demás, pero nada menos para los
banqueros.
Los análisis que se han realizado
este verano parece que han demostrado, aunque se disimule, que al Banco de
Santander no le salen del todo las cuentas. El simple afán de ganar dinero no
da seguridad financiera ni solvencia y sus directivos han tenido que recurrir
de nuevo a triquiñuelas contables para esquivar el peligro de no superar las
pruebas de resistencia por falta de capital.
Para un banco es un problema no
tener capital suficiente. Pero para la humanidad es una tragedia que el poder
efectivo esté en manos de quien actúa como si no tuviera corazón o careciera de
sentimientos.
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