Por Fernando Luengo
Público.es,
05/09/2018.
Existe un generalizado consenso entre los economistas, tanto
convencionales como críticos, a la hora de señalar que la creación de la Unión
Económica y Monetaria ha sido uno de los factores importantes desencadenantes
de la crisis.
El pensamiento convencional, dominante, y una parte de la
visión crítica hablan de “insuficiencias, errores, defectos” a la hora de
diseñar el marco institucional destinado a gobernar la moneda única. De acuerdo
con ese diagnóstico -no entro en los detalles del mismo-, que la crisis habría
confirmado ampliamente, el objetivo de los responsables comunitarios debería
ser completar y mejorar la gobernanza, objetivo al que los responsables
comunitarios han dedicado en los últimos años la mayor parte de sus esfuerzos.
En mi opinión, sin embargo, los problemas del euro no se
explican fundamentalmente por la existencia de un supuesto déficit
institucional, o por el error de no haber contemplado que la creación de una
unión monetaria, para que funcione adecuadamente, necesita acompañarse de una
unión política.
Ello en absoluto debe ser interpretado como que la
institucionalidad con que surgió la zona euro no tuviera graves carencias (a
las que me refiero más adelante). Pero el relato oficial ignora o desprecia, y
eso si es una grave carencia, que las instituciones -su estructura y
funcionamiento y las políticas que despliegan- están impregnadas de los
intereses dominantes y de la constelación de fuerzas en presencia. Desde esta
perspectiva -más amplia y, en mi opinión, más pertinente- no habría que poner
el foco (pues eso desenfoca) en la institucionalidad incompleta o errónea, sino
en la funcionalidad de la misma para servir a los intereses del poder.
Con esta mirada, hay que decir que el euro fue un paso más
-decisivo, desde luego- en un largo proceso que ha recorrido la construcción
europea donde las lógicas mercantiles (privadas) se han impuesto sobre las
redistributivas (públicas). Con el euro, la industria financiera quedó liberada
de restricciones para crecer y convertir la deuda en el motor de la economía
europea; también la moneda única permitió que la economía alemana impusiera su
modelo mercantilista, basado en la industria exportadora, y un planteamiento de
política económica sustentado en la represión salarial y la austeridad
presupuestaria; y, en fin, las grandes corporaciones encontraron en la
integración monetaria un terreno fértil para desplegar sus cadenas de creación
de valor y para imponer su agenda a las instituciones comunitarias.
Desde esta perspectiva, en clave de economía política, se
entienden mejor los sesgos institucionales de la UEM: a) dado que la asignación
de recursos la realizarían los mercados, a través de los flujos transnacionales
de capital, financiero y productivo, no se activaron instrumentos
redistributivos -debilidad del presupuesto comunitario- destinados a corregir
las disparidades productivas y comerciales que la lógica del mercado único
inevitablemente intensificarían; b) ante
la imposibilidad de recuperar la competitividad externa y mejorar el saldo de
la balanza comercial con ajustes en los tipos de cambio y dado el generoso
trato dispensado a las rentas del capital, se implantó una política de
represión salarial, que afectó especialmente a los países de la periferia, c)
dada la permisividad con que fueron tratados los desequilibrios de los países
con superávits crónicos, como Alemania, fueron las economías con déficits en
las balanzas por cuenta corriente, las meridionales, las que tuvieron que
soportar el coste de los ajustes; d) la superioridad productiva y comercial de
las economías del norte determinó que prevaleciera la lógica competitiva frente
a la cooperativa; e) el papel prominente de la industria y de los actores
financieros y de Alemania en la gestación del euro explica la contradicción que
supone compartir la misma moneda y disponer de un Banco Central Europeo, y, al
mismo tiempo, obligar a los gobiernos a acudir a los mercados para cubrir sus
necesidades de financiación.
Cuando se pone el foco en esta perspectiva, más amplia que
la ofrecida por el relato dominante, se entienden las disfuncionalidades de la
moneda única. Más que errores o carencias, tenemos que hablar de sesgos que han
favorecido un proceso de acumulación oligárquico y financiarizado, basado en la
deuda.
El entorno institucional con que surgió el euro tuvo una
clara intencionalidad política. Ha resultado funcional a los intereses de la
industria financiera, las empresas transnacionales y los países con mayor
potencial competitivo. Estos intereses exigían un mercado de baja densidad
institucional, con escasa o nula regulación, consagrar el libre movimiento de
capitales y la competencia sin restricciones.
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