jueves, 6 de septiembre de 2018

Euro, instituciones y elites


Por Fernando Luengo
Público.es, 05/09/2018.

Existe un generalizado consenso entre los economistas, tanto convencionales como críticos, a la hora de señalar que la creación de la Unión Económica y Monetaria ha sido uno de los factores importantes desencadenantes de la crisis.

El pensamiento convencional, dominante, y una parte de la visión crítica hablan de “insuficiencias, errores, defectos” a la hora de diseñar el marco institucional destinado a gobernar la moneda única. De acuerdo con ese diagnóstico -no entro en los detalles del mismo-, que la crisis habría confirmado ampliamente, el objetivo de los responsables comunitarios debería ser completar y mejorar la gobernanza, objetivo al que los responsables comunitarios han dedicado en los últimos años la mayor parte de sus esfuerzos.

En mi opinión, sin embargo, los problemas del euro no se explican fundamentalmente por la existencia de un supuesto déficit institucional, o por el error de no haber contemplado que la creación de una unión monetaria, para que funcione adecuadamente, necesita acompañarse de una unión política.

Ello en absoluto debe ser interpretado como que la institucionalidad con que surgió la zona euro no tuviera graves carencias (a las que me refiero más adelante). Pero el relato oficial ignora o desprecia, y eso si es una grave carencia, que las instituciones -su estructura y funcionamiento y las políticas que despliegan- están impregnadas de los intereses dominantes y de la constelación de fuerzas en presencia. Desde esta perspectiva -más amplia y, en mi opinión, más pertinente- no habría que poner el foco (pues eso desenfoca) en la institucionalidad incompleta o errónea, sino en la funcionalidad de la misma para servir a los intereses del poder.

Con esta mirada, hay que decir que el euro fue un paso más -decisivo, desde luego- en un largo proceso que ha recorrido la construcción europea donde las lógicas mercantiles (privadas) se han impuesto sobre las redistributivas (públicas). Con el euro, la industria financiera quedó liberada de restricciones para crecer y convertir la deuda en el motor de la economía europea; también la moneda única permitió que la economía alemana impusiera su modelo mercantilista, basado en la industria exportadora, y un planteamiento de política económica sustentado en la represión salarial y la austeridad presupuestaria; y, en fin, las grandes corporaciones encontraron en la integración monetaria un terreno fértil para desplegar sus cadenas de creación de valor y para imponer su agenda a las instituciones comunitarias.

Desde esta perspectiva, en clave de economía política, se entienden mejor los sesgos institucionales de la UEM: a) dado que la asignación de recursos la realizarían los mercados, a través de los flujos transnacionales de capital, financiero y productivo, no se activaron instrumentos redistributivos -debilidad del presupuesto comunitario- destinados a corregir las disparidades productivas y comerciales que la lógica del mercado único inevitablemente intensificarían;  b) ante la imposibilidad de recuperar la competitividad externa y mejorar el saldo de la balanza comercial con ajustes en los tipos de cambio y dado el generoso trato dispensado a las rentas del capital, se implantó una política de represión salarial, que afectó especialmente a los países de la periferia, c) dada la permisividad con que fueron tratados los desequilibrios de los países con superávits crónicos, como Alemania, fueron las economías con déficits en las balanzas por cuenta corriente, las meridionales, las que tuvieron que soportar el coste de los ajustes; d) la superioridad productiva y comercial de las economías del norte determinó que prevaleciera la lógica competitiva frente a la cooperativa; e) el papel prominente de la industria y de los actores financieros y de Alemania en la gestación del euro explica la contradicción que supone compartir la misma moneda y disponer de un Banco Central Europeo, y, al mismo tiempo, obligar a los gobiernos a acudir a los mercados para cubrir sus necesidades de financiación.

Cuando se pone el foco en esta perspectiva, más amplia que la ofrecida por el relato dominante, se entienden las disfuncionalidades de la moneda única. Más que errores o carencias, tenemos que hablar de sesgos que han favorecido un proceso de acumulación oligárquico y financiarizado, basado en la deuda.

El entorno institucional con que surgió el euro tuvo una clara intencionalidad política. Ha resultado funcional a los intereses de la industria financiera, las empresas transnacionales y los países con mayor potencial competitivo. Estos intereses exigían un mercado de baja densidad institucional, con escasa o nula regulación, consagrar el libre movimiento de capitales y la competencia sin restricciones.

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