Por Nuño Rodrigo Palacios
Cinco Días, 15/09/2018.
Sí. Sucederá otra vez. No
sabemos, cuándo, cómo o con qué virulencia, pero veremos más crisis financieras
y algún que otro pánico bancario. Es la historia del capitalismo, especialmente
en las últimas décadas en las que el comercio y las finanzas se han globalizado,
interconectado y desregulado. El FMI cuenta 147 crisis bancariasdesde 1970. De
ellas, 25 se produjeron entre 2007 y 2011. La gran diferencia es que, si antes
de Lehman las crisis bancarias eran cosa de países en vías de desarrollo o
emergentes, con algún episodio en economías avanzadas, 21 de las 25 registradas
después de 2007, corresponden a países de la OCDE. De media, las crisis
bancarias cuestan un 23% del PIB (en producción perdida) y elevan en 12 puntos
la deuda pública.
Para cualquier persona que lo
haya vivido más o menos de cerca, el de Lehman fue el crac de su vida. Solo los
nacidos antes de 1929 vieron una catástrofe financiera comparable. Es difícil
describir su magnitud con cifras; en 2013 la oficina presupuestaria del
Congreso de EE UU valoró el impacto de la crisis en un máximo de 10 billones de
dólares; en Europa solo las ayudas a la banca supusieron 1,2 billones, según
este estudio del Banco de España, que no contempla los rescates a países ni los
muchísimo más costosos efectos de la crisis de deuda.
Sin cifras es algo más fácil de
explicar: el sistema bancario de Estados Unidos colapsó durante unas semanas y
a punto estuvo de desmoronarse, como sí sucedió en 1929 dando lugar a la Gran
Depresión y allanando el camino a la Segunda Guerra Mundial. Colapsaron en
primer lugar, además de la Bolsa, el mercado de papel comercial a corto plazo y
la actividad tanto de hedge funds como de bancos de inversión. Las pérdidas
generadas por Lehman se propagaron y crecieron de forma exponencial, generando
una crisis de confianza a gran escala.
Los bancos no se fiaban unos de
otros y no se prestaban dinero (no hablemos de prestárselo a clientes), estaban
expuestos a carteras de activos tóxicos de valor ignoto y no tenían capacidad
suficiente para absorber pérdidas: Lehman, una de las entidades más agresivas
del mercado y con mayor exposición a negocios tan arriesgados como complejos,
tenía un colchón de menos del 2% de sus activos.
La confianza ciega en los
mecanismos teóricos de control de riesgos permitió a los bancos, con la
aquiescencia de reguladores y agencias de calificación crear una descomunal
burbuja de activos ligados al sector inmobiliario de EE UU. En agosto de 2007, Goldman Sachs dijo que las
probabilidades de movimientos en fondos como los de aquel verano eran de seis
entre un 10 elevado a 138, es decir, un seis que va después de 138 decimales.
Ya es mala suerte. Como estos activos eran seguros (como los sellos, o los
pisos comprados sobre plano), luego uno podía endeudarse usándolos como
colateral y vendérselos a bancos de otras partes del mundo.
En ese sentido, es difícil que se
repita un Lehman Brothers. Los bancos no están expuestos a activos fuera de
balance como los que propagaron la crisis subprime al conjunto del sistema
financiero (especialmente a Europa). Los requisitos de capital se han endurecido.
Como explicó este mismo jueves Mario Draghi,
en Europa los bancos han duplicado sus ratios de capital, del 8% de sus
activos antes del crac al 15,6%.
También ha cambiado la supevisión
de las entidades financieras; en Estados Unidos con la ley Dodd-Frank de 2009 y
en Europa con la creación del Mecanismo Único de Supervisión. además de
reforzar la solvencia, los supervisores de la banca también están vigilando la
liquidez, es decir,la dependencia que tienen los bancos de los préstamos de
otros bancos. Durante la eurocrisis, la banca periférica dependió
exclusivamente de los préstamos del BCE para paliar la salida de fondos, al
igual que sucedió en el contexto post-Lehman.
Prácticamente han desaparecido
del mapa los derivados de crédito (CDS)
no cotizados, otro elemento clave tanto en el proceso de estimar riesgos
(las agencias de rating aceptaban estos precios como cálculo de riesgo) como de
propagarlos, dado que entidades como IAG vendían una protección que no eran
capaces de ofrecer cuando tocaba. El volumen de CDS no cotizados ha caído un
84% sobre los niveles de 2007.
Igualmente, la cooperación
internacional de 2008 y 2009 para paliar el impacto de la crisis no ha tenido
precedentes. Se han creado aburridos foros de supervisión y centralización de
datos, que esperemos sirvan para mejorar la transparencia del sector.
Igualmente, la propia quiebra de Lehman fue una severa lección; a nadie se le
ocurriría ahora dejar caer un banco, y ya hay previstos mecanismos para
quiebras ordenadas, aunque la mejora parece, en este segmento, insuficiente,
como admite el propio FMI. Los propios bancos centales han comprobado cómo
pueden usar su arsenal para evitar un colapso del sistema.
Resumiendo, las autoridades han
tomado las medidas necesarias para que no se repita el caso Lehman. Todas
ellas, por cierto, suponen enmendar el mantra de la autorregulación y la
liberalización que suponían el consenso dominante desde los años 70. Pero no
hay que rebuscar mucho para encontrar vulnerabilidades. La banca está más
regulada, pero la llamada banca en la sombra, es decir las instituciones que
hacen negocio bancario sin se bancos sin ser técnicamente bancos, se ha
multiplicado por cuatro desde 2008. Particularmente preocupante es el
crecimiento de estos intermediarios en China, donde han creado un sistema
financiero paralelo aprovechando la pujanza del país y su apetito por la deuda.
La complejidad financiera de los
CDO, los CDS y las hipotecas subprime ha desaparecido, pero hoy en las Bolsas
mueven más dinero las máquinas y los algoritmos que los operadores de toda la
vida. El mundo sigue dependiendo del dólar para poder funcionar (los créditos
en dólares fuera de EE UU se han más que duplicado desde 2008), otro factor que
propaga la inestabilidad en caso de problemas o, simplemente, si suben los
tipos, como están experimentando Turquía o Argentina. El el mundo financiero se
han puesto de moda productos como fondos cotizados sintéticos (construidos a
partir de derivados) o notas ligadas a estructuras complejas. El sector privado
está más endeudado que hace 10 años en caso todos los países.
Todo eso es esperable, los bancos
son sitios donde trabaja mucha gente muy lista que tiene a su disposición dinero,
tecnología y talento para hacer más dinero por las vías que puedan. Aún
recuerdo cómo en 2006 las empresas cotizadas anunciaban con orgullo que sus
planes estratégicos contemplaban elevar la deuda, y eran aplaudidas por los
mismos analistas y operadores que pocos años después abrazaban el dogma
calvinista la deuda cero con el fervor del converso.
No es nada personal; el mercado
funciona así. Lo explicó con una clarividencia inquietante Hyman Minsky,
economista keynesiano sepultado en los años 70, 80 y 90 por la
contrarrevolución consevadora de la escuela de Chicago, Reagan y Thatcher, pero
que entronca con los puntos de vista de la ex presidenta de la Fed Janet
Yellen. Para el sistema financiero es inestable por definición: las subidas de
los precios de los activos empujan a la asunción de deudas que usan estos
activos como colateral. La complacencia general lleva a conceder préstamos que
no se pueden pagar y, cuando falla la confianza, resulta que el colateral está
sobrevalorado.
Precisamente fue la desregulación
financiera de aquellos años 70 y 80 y la fe ilimitada en el mercado la que
sentó las bases del crac de Lehman. La postcrisis nos ha enseñado que en las
altas finanzas también hacen falta bomberos, porque los incendios no se
autorregulan. Pero, como oímos todos los veranos, los fuegos se apagan en
invierno. Las dudas de Europa a la hora de abordar la Unión Bancaria o blindar
la eurozona ayudan poco a sacar al euro de la terna de riesgos sistémicos. La
reversión de las reformas financieras de Barack Obama puede que haga ganar más
dinero a la banca de Wall Street, pero aumentará su vulnerabilidad. El mundo de
las finanzas está tan interconectado como en 2008, por lo que los riesgos se
propagan a la velocidad de la luz, y los bancos siguen siendo demasiado grandes
para caer, por lo que implícitamente saben que pueden tomar más riesgos y, en
última instancia, serán rescatados por las autoridades de turno.
No es esta la economía de 2006.
Las grandes empresas cada vez son más grandes, los salarios crecen a paso de
tortuga y los ricos son cada vez más ricos. El 1% de la población mundial tiene
el 46% de la riqueza, según Credit Suisse, 10 puntos más que en 2010. En España
los salarios han bajado de forma sustancial entre el 10% de la población que
menos cobra y han subido entre el 10% que más cobra. La desigualdad se ha
acentuado, y más allá de la justicia social, este fenómeno abre la puerta a
populismos más interesados en incendiar cosas que en arreglarlas. Y supone una
vulnerabilidad añadida: las clases populares se ven empujadas a endeudarse
mientras los más acaudalados buscan vías exóticas de encontrar rendimiento con
los tipos en el entorno del 0%.
La Gran Depresión que siguió a la
crisis de 1929 dio paso al consenso de la posguerra, bajo el que Europa
prosperó en los llamados "gloriosos 30". En 2008 se evitó esta
depresión, pero el precio a pagar es el olvido. Olvido del contexto económico y
regulatorio que exacerbó los riesgos y de las políticas que fallaron, como la
austeridad que agravó la virulencia, impacto y duración de la crisis en Europa,
mientras EE UU se recuperaba.
Hacía 80 años que no sucedía una
crisis de tal calibre. Veremos otra crisis. En la propia zona euro, en China,
por culpa de la banca en la sombra, de los productos estructurados, de las
casas, del trading automático o del capital riesgo. Lo que tarde en llegar y
sus efectos dependerán del nivel de deuda y riesgos acumulados, que a su vez dependen
del contexto económico y la regulación del sistema financiero. Sería muy
preocupante y una pésima señal que quienes tenemos cierta edad veamos otro
Lehman. Pero, viniendo de una especie que no se atreve a combatir el cambio del
clima en su propio planeta, cualquier cosa es posible.
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