Por Carlos Sánchez Mato. Responsable de Políticas Económicas de
Izquierda Unida.
Contexto.es, 15/09/2018.
Hace 10 años que el capitalismo
vivió una situación poco habitual. No me refiero al estallido de una crisis
porque eso es normal en un sistema al que su propio éxito le conduce a
profundos abismos. Lo sorprendente fue el derrumbe de Lehman Brothers. Era inédito
que los Estados dejaran caer a un gigante financiero, que es exactamente lo que
ocurrió el 15 de septiembre de 2008. ¿Por qué permitieron que tal cosa
ocurriera? Se desató un tsunami que amenazó con arrastrar a la economía mundial
a un colapso global. Con la excusa de proteger a los ahorradores, los gobiernos
decidieron intervenir y desarrollar un enorme plan de salvamento de las
entidades bancarias privadas y sus accionistas con dinero público. ¿Qué loco
iba a oponerse al rescate masivo después del pánico desatado por la caída de
Lehman Brothers?
No, no fue un accidente aunque a
determinada gente le interesó que lo pareciera.
Pero, ¿por qué dejaron despeñarse
a esa entidad que acumulaba deudas por importe superior a 613.000 millones de
euros, es decir la mitad del Producto Interior Bruto (PIB) de España?
Para entenderlo se puede ver la
obra musical Lehman Trilogy, dirigida por Sergio Peris Mencheta. Cuenta la historia durante más de un siglo de
los Lehman, desde que emigraron desde Alemania y montaron una pequeña tienda de
algodón en Alabama. Para llegar tan alto la primera generación, Henry, Emmanuel
y Mayer, y sus sucesores, Philip, Herbert y Bobbie, se lucraron en todo tipo de
circunstancias. Esclavitud, guerra de secesión, “ley seca”, I Guerra Mundial,
la gran crisis de 1929 y luego la II Guerra Mundial muestran lo exitosa que es
la combinación de la inteligencia y la falta de escrúpulos.
Con las canciones y los
divertidos diálogos de Lehman Trilogy se entiende que solamente haciendo
trading, es decir, intermediación, sin una aportación significativa a la
sociedad, el beneficio obtenido por los Lehman se multiplicaba. Cierto es que
todo esto tenía un problema y era el enorme riesgo que conllevaba esa actividad
y por eso, qué mejor que disponer de una red de seguridad formada por todos los
contribuyentes para salvar a los dueños si las cosas iban mal. Más de 120
personajes interpretados por seis estupendos actores nos permiten atisbar
algunas claves que pudieron operar para que no se hiciera lo habitual en estos
casos: rescatarlo.
Los grandes bancos siguen jugando
a lo mismo que hace una década y ahora lo hacen con mayor seguridad que
entonces porque saben que el “accidente” de Lehman Brothers no volverá a
ocurrir. No volverá a dejarse caer a un gigante sin rescatarlo. Ya lo dijo uno
de los paladines del liberalismo, el presidente George W. Bush, “si no se
afloja la pasta, todo podría irse al infierno”. El sistema bancario sigue
jugando con fuego porque nos tiene como rehenes a todas y todos. Sus responsables
están firmemente convencidos de que los poderes públicos acudirán a socorrerlos
cuando lo necesiten porque la alternativa sería otra debacle como la ocasionada
después de la caída de Lehman. Una y no más.
Por eso, mientras con una mano se
regula al sector financiero o se exigen niveles mayores de capital o liquidez,
con la otra se sigue facilitando el apalancamiento y las posibilidades de
operar fuera de los controles y la supervisión. Gran parte de las actividades
bancarias tienen lugar “over the counter” (OTC) –es decir sin control por parte
de las autoridades de los mercados–, por ejemplo con los productos financieros
derivados cuyo volumen supera en diez veces el PIB mundial.
Han pasado diez años después de
la debacle y poco ha cambiado.
Se ha enterrado una ingente
cantidad de ayudas públicas que ha servido en gran medida para que se produzca
un proceso de concentración y oligopolización del negocio bancario y no se han
resuelto los riesgos que eso supone para la sociedad. Los mismos bancos que
sobrevivieron gracias a la intervención pública, supervisados por las mismas
agencias que les calificaban con elevadas notas, operan con debilidades e
insuficiencia de capital similar a las que en 2008 hicieron que el castillo de
naipes se derrumbara.
Dick Fuld, responsable ejecutivo
de Lehman Brothers en el momento de la quiebra, ganaba 17.000 dólares cada hora
pero no llegó a encontrar responsabilidad alguna en lo que ocurrió. Quien
dirigía la filial española de Lehman Brothers, Luis de Guindos, ha sido
nombrado vicepresidente del Banco Central Europeo después de pasar por el
Ministerio de Economía de España.
Así que está todo preparado para
que, en cualquier momento, haya que volver a salir al rescate con fondos
públicos de un sistema financiero privado y temerario cuyos máximos
responsables tienen poco que perder. Y seguirá ocurriendo por los siglos de los
siglos del capitalismo si aplicamos las mismas medidas. Llámenme loco, pero si
los bancos necesitan para ganar dinero de la red de seguridad que
proporcionamos entre todas y todos, no tiene sentido alguno que sean privados.
Quizás merezcan probar distinta
medicina para la misma enfermedad.
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