Por Andrés Stumpf
Expansión, 02/09/2018.
La quiebra del que fuera el cuarto banco de inversión de
Estados Unidos se ha convertido, con el paso del tiempo, en la imagen icónica
de la crisis financiera global.
Lunes 15 de septiembre de 2008. La imagen de los
trabajadores de Lehman Brothers abandonando la entidad con sus objetos
personales en cajas da la vuelta al mundo. Uno de esos bancos demasiado grandes
para caer había sido derribado, presa de sus operaciones con las titulizaciones
de hipotecas subprime.
Lehman Brothers, con activos por 639.000 millones y casi
26.000 empleados repartidos por todo el mundo, dejó un agujero de 613.000
millones de dólares, lo que le convirtió en la mayor quiebra de la historia. Su
caída, además, provocó un terremoto en los mercados que se sintió a lo largo y
ancho del planeta.
Cuando faltan apenas dos semanas para el décimo aniversario
de la quiebra del que fuera el cuarto banco de inversión de Estados Unidos, su
descenso a los infiernos sigue en la retina de los inversores, convertido en el
gran icono de la última crisis financiera aunque ésta fuera generalizada y se
iniciase mucho antes.
El primer síntoma claro de las turbulencias que se
avecinaban, de hecho, se produjo en abril de 2007 con la quiebra de New Century
Financial, una pequeña entidad especializada en la concesión de estas hipotecas
de alto riesgo.
Se extiende el
contagio
Fue en los primeros días de agosto de 2007 cuando los
expertos fechan el inicio de la devastadora crisis financiera. En un lapso de
tiempo de apenas tres días, del 6 al 9 de agosto, quebraron tres sociedades
hipotecarias estadounidenses y, al otro lado del Atlántico, el banco frances
BNP Paribas anunció la suspensión de tres de sus fondos. Según señaló entonces,
el desplome del precio de los activos ligados a las hipotecas subprime le
impedía calcular el valor de los fondos, por lo que se veía obligado a impedir
que los inversores retirasen su dinero.
La situación comenzó a extenderse con el paso de los meses y
el mercado interbancario quedó completamente paralizado. Ninguna entidad se
atrevía a prestar a otra y todas desconfiaban de hasta qué punto sus
competidores estaban expuestos a estos activos tóxicos. Los bancos centrales,
de hecho, iniciaban en esas fechas las inyecciones de liquidez y la progresiva
bajada de los tipos de interés que acabaría llevando el precio del dinero a
mínimos históricos.
Con el arranque de 2008, el contagio se hizo evidente. Los
bancos grandes y pequeños anunciaron pérdidas multimillonarias, incluyendo en
esta lista a gigantes como Morgan Stanley o Citi. Le siguió la caída de otro
mítico banco de inversión, Bear Sterns, cuyas acciones fueron compradas a 2
dólares por JPMorgan, a quien la Reserva Federal otorgó un crédito de 30.000
millones de dólares para ejecutar la operación.
Quiebra
Pero si muchos bancos tenían problemas, ¿por qué se dejó
quebrar a Lehman? Para cuando los responsables del banco de inversión
registraron la quiebra de la entidad ante el Tribunal de Quiebras del Distrito
Sur de Nueva York, Lehmann había perdido ya un 94%de su valor en Bolsa desde
los máximos alcanzados en 2007. Era la crónica de una muerte anunciada a la
que, según señalan los expertos, contribuyó de forma decisiva la actuación de
su consejero delegado Richard Fuld, de quien cuentan que tenía un carácter
orgulloso y autoritario que dificultó las negociaciones con las autoridades.
En un libro escrito por un exempleado de la entidad, se narra
como Fuld apuró al máximo sus opciones creyendo que no se dejaría caer a la
entidad. Enfrente, en el Departamento del Tesoro, tenía a Henry Paulson, ex
consejero delegado de Goldman Sachs y otro peso pesado de Wall Street con el
que había competido con dureza por el negocio y que no tuvo voluntad de
facilitar la situación.
Hacia el final de su historia, la supervivencia de Lehman
pasaba irremediablemente por la entrada de un nuevo gran accionista que
recapitalizara la entidad o por su venta a terceros. El legendario inversor
Warren Buffett estuvo incluso mirando las cuentas, pero finalmente descartó la
compra por falta de garantías desde el Tesoro y el resto de instituciones
públicas que pudieran cubrir los riesgos de otros agujeros.
Lo mismo ocurrió con las posibles absorciones. Barclays y
Bank of America se postularon en los últimos días de vida de Lehman como los
grandes candidatos a salir al rescate del banco de inversión. Pero la entidad
británica abandonó finalmente los planes y Bank of America optó por la fusión
con el también golpeado Merrill Lynch.
En la Bolsa, los desplomes se recrudecieron tras la caída
del banco de inversión, que terminó de sembrar el pánico en los parqués. Entre
el 15 de septiembre de 2008 y mediados de 2009, el índice Dow Jones perdió algo
más de un 40%.
Lecciones de la
crisis
Aunque las corrientes que abogan por eliminar parte de las
nuevas normas implantadas han crecido en los últimos años -como en todas las
etapas de expansión económica-, la quiebra de Lehman Brothers y la crisis
internacional han dado lugar al desarrollo de una extensa regulación financiera
que busca contener los excesos del pasado.
La Ley Dodd-Frank (también conocida como ley de reforma de
Wall Street y de protección al consumidor) se aprobó en julio de 2010. La
legislación puso en marcha cambios radicales en el sistema y amparó el
nacimiento de los test de estrés, la supervisión exhaustiva de las entidades
consideradas sistémicas y los controles que buscaban eludir nuevos rescates con
fondos públicos.
A nivel internacional, además, el Banco de Pagos
Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés) desarrolló una red normativa
que se materializaría en los colchones anticrisis, recursos emitidos por las
entidades financieras y que pueden no pagarse en caso de problemas para
conseguir un balón de oxígeno. La idea pasa por hacer que sean los inversores
los que paguen por estos rescates, en lugar del dinero público, del que muchos
consideran que se abusó en el pasado para estabilizar a la banca. Esta regulación
adopta múltiples formas como el TLAC, para las entidades sistémicas, o el MREL,
para la banca europea.
La crisis financiera dejó un reguero de multas a los bancos
que superan los 300.000 millones, así como una mayor concentración, fruto de
las numerosas fusiones y compras a ambos lados del Atlántico. También se vio
afectada la venta de productos, ahora mucho más regulada y que en Europa tomó
la forma de la normativa Mifid.
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