Por Luis Doncel
El País, 09/09/2018.
Si Ólafur Hauksson fue nombrado fiscal fue porque ninguno de
los 330.000 islandeses restantes quería el cargo. En 2008, ese puesto de nueva
creación desde el que se debía perseguir a los responsables de una crisis que
había golpeado al país con inusitada fuerza quedó vacante. Un año después, este
antiguo comisario de policía de un pequeño pueblo, sin conocimientos financieros
previos, se presentó voluntario para ese trabajo. Al hacerse con él, aterrizó
en una oficina que, según sus palabras, no tenía “ni ordenadores, ni teléfonos
ni nada”.
“Tuvimos que empezar de cero en algo que no sonaba demasiado
atractivo”, asegura desde Reikiavik, al otro lado de la línea de teléfono.
Desde ese pequeño despacho que no interesaba a nadie y desde un cargo en el que
nadie parecía confiar, Hauksson ha logrado en la última década la condena de 38
banqueros –entre ellos, los más importantes del país-, con penas que en total
superan los 100 años. Su equipo de un puñado de colabores fue creciendo hasta
superar el centenar en el momento álgido de las investigaciones.
Para rastrear años de abusos y malas conductas, los correos
electrónicos de los investigados se convirtieron en el instrumento más valioso.
“Eran una gran prueba, porque se generaban en tiempo real, no es como un
testigo que habla años después de que ocurran los delitos. Con estos emails,
pudimos reconstruir prácticamente todo lo ocurrido en los años de la burbuja
financiera”, dice con un indisimulado orgullo.
Islandia no es un caso único. En España también han entrado
en la cárcel responsables de entidades medianas como Julio Fernández Gayoso
–expresidente de NovaCaixaGalicia, medio año entre rejas- o Miguel Blesa
–antiguo jefe de Caja Madrid, solo 15 días en prisión, pero con diversas causas
pendientes antes de su muerte hace un año-. También ha habido casos parecidos
en Irlanda –el pasado junio, David Drumm, antiguo jefe del Anglo Irish Bank,
fue condenado a seis años de cárcel- o Reino Unido, donde cayó John Varley, ex
consejero delegado de Barclays.
Pero solo Islandia, donde la banca creció hasta convertirse
en un cáncer hipertrofiado, ha ido de forma sistemática a por los peces gordos.
Los tres principales ejecutivos de los tres grandes bancos existentes hasta la
crisis (Kaupthing, Glitnir y Landsbanki) han acabado condenados.
La situación en EE UU es radicalmente distinta. Según un
artículo del Financial Times de hace un año, 324 profesionales –banqueros de
pequeñas entidades, brokers, asesores inmobiliarios…- han sido condenados por
delitos relacionados con la crisis financiera. ¿Y en este grupo cuántos
consejeros delegados de Wall Street había? Cero. En el país de Lehman Brothers,
no ha caído ni uno solo de los grandes señores de las finanzas.
¿Por qué otros países no han seguido el modelo islandés?
“Deberían responder los que lo hicieron de otra forma, pero creo que influyó la
falta de voluntad y que no se aportaran los recursos necesarios. En cinco años,
nuestra oficina gastó en torno a 5.000 millones de coronas [unos 40 millones de
euros, al cambio actual]”, explica el sheriff de los banqueros. Es una cantidad
importante para un país cuyo PIB equivale al 2% del español. Y más importante
aún si se tiene en cuenta que se gastó en una época de fuerte crisis económica,
cuando los recursos públicos no sobraban.
En Islandia, la historia de avaricia y malas prácticas
bancarias que derivó en el crash de 2008 quedó simbolizada en un nombre:
Hreidar Már Sigurdsson. El que fuera número uno entre 2003 y 2008 de Kaupthing,
entonces la mayor entidad financiera del país, fue condenado junto con otros
compañeros por manipulación de mercado. Pocas semanas antes del colapso del
banco, dieron una falsa sensación de seguridad al anunciar la entrada en el
capital de un potente inversor catarí. El problema es que esa inyección
monetaria se había hecho a través de un préstamo ilegal concedido por el propio
grupo. Fue sentenciado a siete años de prisión, la condena más dura de todos
los encausados por Hauksson.
Encerrado en la prisión de Kviabryggja, al oeste de la isla,
junto a otros compañeros de fechorías financieras y 19 reclusos comunes,
ninguno con delitos de sangre, Sigurdsson pasaba los días mirando Internet,
yendo al gimnasio u ocupándose de la lavandería del centro penitenciario, según
informó Bloomberg en 2016.
Los datos sobre los condenados escasean. El fiscal Hauksson
dice que la mayoría –si no todos- de los que entraron en prisión ya la han
abandonado. Pero añade que no dispone de más información, ya que esta depende
de la administración penal, no de la suya.
Más suerte han tenido los responsables públicos de la
crisis. Pese a algunas informaciones que presentaban a Islandia como el país
que había encarcelado a banqueros y políticos, estos últimos han pasado de
puntillas. Es cierto que un tribunal especial halló culpable a Geir H Haarde,
primer ministro entre 2006 y 2009, de no abordar los problemas que afrontaban
los bancos islandeses. Pero también lo es que no cumplió la sentencia y que al
poco tiempo fue enviado como embajador de su país en Washington, destino en el
que hoy continúa. “No parece un castigo muy duro”, deja caer el fiscal con
ironía.
Una década después de la crisis que colocó a esta remota
isla en los informativos de medio mundo, la economía islandesa se ha
recuperado. Tras una profunda reestructuración del el sector financiero, el PIB
ha crecido con fuerza en los últimos tiempos, favorecido por un boom del
turismo que el año pasado llevó a 2,2 millones de personas a una isla con una
población inferior a la de la provincia de Burgos.
Pero hay voces que alertan de los peligros de un sector
inmobiliario recalentado y de una economía excesivamente dependiente de los
visitantes que llegan de todas partes del mundo. ¿No han aprendido de los
errores? ¿Vuelven los islandeses a cometer nuevos excesos? “Es cierto que la
situación actual ha dejado efectos indeseados como la rápida subida del precio
de las casas. Pero creo que hemos aprendido. Ahora la gente es más consciente
de lo que ocurre. Si las cosas empiezan a ir mal, estaremos más alerta que hace
diez años”, concluye Hauksson.
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